Una iniciativa que debería formar parte de la transmisión de la fe a los hijos
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Los seres humanos destruimos la diversidad biológica en la creación divina; degradamos la integridad de la tierra y contribuimos al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques o destruyendo sus zonas húmedas; contaminamos las aguas, el suelo, el aire. De todas estas maneras cometemos pecado, porque “un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios”.
Debemos encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Por eso debemos pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, aprendiendo a dar, y no solo a renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo, que es de Dios.
Como todos sabemos, estos cambios que necesitamos para cuidar a la naturaleza y al hombre, surgen desde nuestros hogares. No podemos esperar a que “los otros” cuiden lo creado, que es propiedad del Creador, porque la responsabilidad es de todos. Por eso es tan importante que como padres responsables de la educación de nuestros hijos, incluyamos el valor de ver todo lo que nos rodea como nuestra casa común, el lugar que creó Dios para que disfrutemos, admiremos su obra, y la usemos con moderación para que alcance a toda la humanidad, presente y futura.
En esta ocasión les proponemos:
• Leer, en familia el 1er. capítulo de la Biblia (Gn 1,1–2,2) en la que relata cómo la creación es el comienzo de la historia de la salvación. Permitan que los niños participen con su visión inocente y sabia que nos conecta con la esencia de lo humano.
• Después de la lectura, aunque no sea el mismo día, llévenlos por ejemplo al zoológico, o a pasear a un parque y que ellos descubran la maravilla y la diversidad de la naturaleza: flores, árboles, diferentes pájaros, ardillas, caracoles, lombrices, ríos, arroyos, lagos, etc. y hagan un concurso para ver quien descubre más entes vivos creados por Dios.
• Háganles ver cómo es que nosotros mismos echamos a perder la belleza de la creación y cómo nosotros no podremos crear algo semejante.
• Organicen una actividad de limpieza, quitando en un cierto diámetro la basura que vayan encontrando, aunque no la hayan tirado ustedes. ¡Que se note la diferencia!
• Terminen con una oración espontanea para darle gracias a Dios por toda su maravillosa creación, de la cual somos responsables, ya que Él mismo nos encargó cuidarla.
Por Dulce María Fernández G.S.
Fragmento de un artículo originalmente publicado por SIAME