Testimonio: Un refugiado cristiano sobrevive al naufragio de su embarcación y explica a Aleteia las pésimas condiciones de su detención
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“¡Tenemos niños a bordo!”: el llamamiento desesperado lanzado por los pasajeros desde la sobrecargada embarcación deja indiferentes a los guardacostas turcos. A bordo de su lancha motora, navegan en círculos concéntricos cada vez más pequeños alrededor del ferry oxidado que se adentra en las oscuras sombras del mar Egeo.
Los refugiados se lanzan al agua. El oleaje levantado por la lancha motora lanza montones de agua sobre la embarcación en la que se hacinan 300 sirios. Estalla una explosión. “No sabíamos si se trata de un disparo de advertencia –explica Joseph- o si los guardacostas habían disparado al casco de la nave”.
Como única respuesta a los refugiados, el ojo plano de una cámara que los ve luchar para sobrevivir. En la bodega, algunos pasajeros que llevan chalecos salvavidas morirán ahogados, aplastados en el techo por su coraza de poliestireno naranja, prisioneros.
“Una treintena de entre nosotros perdió la vida –calcula Joseph-, de los cuales 13 niños. Una familia entera se quedó en la parte inferior”.
Un baile de buitres
Cuando la lancha motora deja finalmente de dar vueltas alrededor del barco perdido, este ha desaparecido. Los guardacostas se encargan de una parte de las mujeres y de los niños, pero la mayoría de los refugiados permanece en el agua pidiendo ayuda.
“Yo no llevaba chaleco salvavidas –explica Joseph-. Me encontré uno que flotaba en el agua, pero se lo di a una niña. Llegaron otros guardacostas, siempre equipados con cámaras para filmarnos. Se detuvieron a 200 o 300 metros de distancia sin socorrernos. Cuando algunos de nosotros intentaban llegar hasta ellos nadando, ellos se alejaban”.
“Acabaron lanzándonos cuerdas, cuando los aviones empezaron a volar sobre nosotros. Ellos también tenían que filmarnos…”, recuerda.
Encerrados como animales
Los refugiados fueron agrupados y encerrados como ganado en un barco turco. “Permanecimos en cubierta durante tres horas bajo el sol, sin saber a qué estaban esperando los turcos para llevarnos a tierra”.
Conducidos sin contemplaciones, se les dio un poco de alimento, “aunque no bastante para todo el mundo” y un poco de agua. Les dijeron que iban a llevarlos a Mugla (en el sudoeste de Turquía), pero durante el trayecto en autobús se dieron cuenta de que eran llevados a un campamento.
Los refugiados intentaron resistirse en vano y acabaron su viaje en una verdadera cárcel: cámaras de vigilancia, miradores, barreras, etcétera. Fueron alojados en caravanas, expuestos a las inclemencias del clima montañoso. Tanto para comer como para cenar, reciben arroz y trigo.
Un patio a puerta cerrada
Sus compañeros de desventuras son vagabundos, heridos de la guerra de Siria ¡y por auténticos yihadistas! El día de su llegada, los recién llegados se enteran de que se les acusa de mendicidad. Ya no se les da informaciones.
Conocen el fallecimiento en el campo de un joven durante la noche. Sus compañeros han tenido que salir de su celda. Observadores de Naciones Unidas han ido a ver a los prisioneros, pero no pueden prometer nada. “Trabajamos en un informe”, se limitan a asegurar.
¿Cómo se convierte uno en refugiado?
Joseph utiliza “el único teléfono que ha sobrevivido al naufragio”, según cree. Envía algunas fotos de su epopeya y desea naturalmente que su situación sea lo más conocida y compartida posible, esperando una reacción de las autoridades turcas. Y añade: “En primer lugar necesitaríamos ropa de abrigo; estamos en las montañas, hace mucho frío por la noche”.
Acusado de mendicidad en Turquía, Joseph tenía antes de la guerra un camino muy claro en Siria. Estudiante de mecánica, estaba a punto de acabar su curso cuando la guerra golpeó la universidad.
Tras trabajar un tiempo en el Líbano en un equipo médico, tuvo que irse a Turquía para intentar encontrar trabajo. Misión imposible, y busca después todas las soluciones posibles para llegar a Europa. Tras varios fracasos a bordo de zodiacs, lo intentó en ese barco oxidado. Sus esperanzas se rompen en los muros de este campo glacial.