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Así fue nuestra angustiosa huida de Mosul

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Sylvain Dorient - publicado el 14/11/15
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“Gracias” es la primera palabra de esta familia de cinco hijos llegada a Europa desde Irak

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Vivían en Qaraqosh, cerca de Mosul, una ciudad de 50.000 habitantes esencialmente cristiana. La madre era funcionaria, y el padre guardia de seguridad de una oficina siria. Vivían allí desde hace varias generaciones.

Tradicionalmente, los cristianos sirios de Irak dicen: “Esta tierra ha sido fecundada por la sangre y el sudor de nuestros padres”.

Pero Mosul cayó, y entre Daesh y ellos no había más que los peshmergas kurdos. Los combates se aproximaban. Después oyeron hablar de una bomba que explotó en el centro de la ciudad y mató a varios niños.

“Es Cristo quien nos salvó”

Ante sus ojos la ciudad se convirtió en un campo de batalla: combatientes kurdos o militantes de la organización Estado Islámico se intercambiaban obuses sobre la ciudad, tiros de armas automáticas resonaban y entonces decidieron huir con sus cinco hijos.

Pero la familia no tenía coche y tuvo que meterse en el vehículo de un primo. No pudieron llevarse casi nada y vivieron un viaje angustioso hasta Ankawa, en los alrededores de Erbil.

20 horas en un coche en el que había dos pasajeros por plaza, a 50 grados centígrados. Los niños pidieron agua todo el trayecto. Las botellas se vaciaron a los primeros kilómetros.

¿Sólo ida?

Ellos partieron imaginando que volverían rápidamente. “No es la primera vez que hay una alerta”, se dijeron. Quince días antes, los peshmergas habían frenado a Daesh.

“Pero esta vez Daesh ganó, y nuestra ciudad continúa entre sus manos más de un año después”, lamentan.

Ubicados en precarias condiciones en Ankawa, unos familiares suyos instalados en Francia les convencieron para que se refugiaran con ellos.

Cuando se les pregunta si esperan volver a Irak, responden inicialmente no… después reflexionan y dicen: “Sí, podría ser”. Y después: “No sabemos”.

“¡Gracias!”

A lo largo de nuestra entrevista insisten en agradecer a Francia, a la hermana Marie-Agnès Karatay, que traduce sus palabras, y a los que les han ayudado a encontrar asilo lejos de Daesh.

“¡La familia de acogida es encantadora con nosotros, y nos cuida muy bien!”, explican.

Una asociación les proporciona un curso de francés todos los viernes: “para encontrar trabajo tenemos que hablar vuestra lengua”.

La familia descubre la ciudad francesa de Albi, donde todo les asombra: “¡Francia no se parece en nada a Irak! La arquitectura, los paisajes, todo es completamente diferente”, dicen.

“El estilo de vida de los franceses también nos sorprende –continúan-. Cuando vamos a pasear en familia nos parece que estamos solos ¡porque aquí la gente trabaja todo el día!”.

“¡En Irak tanto de día como de noche siempre hay gente en la calle! –concluyen-. Este ambiente nos falta… pero aquí somos libres, podemos salir sin miedo a ser presa de los terroristas”.

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