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La batalla de Irene junto a su papá en estado vegetativo

enfermo en la cama

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Gelsomino del Guercio - publicado el 20/11/15
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Esta es una historia que no tiene nada que ver con la eutanasia o “muerte dulce”

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Vivir con un papá que se encuentra de un día para otro en estado vegetativo. Reorientar la propia vida, transformar los objetivos. Sin abandonar nunca la esperanza de ver reflorecer a la persona más querida que se tiene…

Es la historia de Irene, una chica italiana que un día cambia una vida absolutamente normal. E inicia una nueva en la clínica, donde asiste cada día a su padre, Luciano, que después de un accidente de tráfico se encuentra inmóvil en una cama, privado de consciencia.

Enfermo a largo plazo

Pero en esta historia, que se desarrolla en el arco de un año, la palabra eutanasia no existe.

Irene, junto a los voluntarios de la clínica Greg y Anna, se debate para reencontrar a su padre, paciente de los considerados long-term (a largo plazo), aquellos que ya no tienen posibilidad de recuperación funcional y cognitiva, pero cuyos familiares no quieren perder la esperanza de que despierte.

Por eso la gestión del paciente es sobre todo de los familiares y siempre muy complicada.

De la depresión a la batalla

“Podría caer en depresión –confiesa Irene-, podría no aceptar el hecho, podría no tener la fuerza de ver así a papá… en cambio he saltado y he decidido ir adelante… por papá, por mamá, por nosotros”.

Cuando tras meses de cuidado y amorosa asistencia, Luciano da un pequeño signo de mejora, abriendo un ojo, después los dos, Irene se pone contentísima.

“Yo y mamá estamos llenas de una esperanza renovada ¡No nos rendimos! Quizás todas esas cosas hechas hasta ahora, las canciones, los relatos, los olores, las personas que venían a verlo… quizás todo esto ha servido, él no se ha sentido solo ¡y por tanto ha reaccionado!”.

La asistencia a papá Luciano

La “nueva” vida significa también asistir a un enfermo privado de autonomía, entre miles de dificultades.

“Hay fases de nuestra adolescencia –reflexiona la joven- en las que se toman posiciones que consideramos inquebrantables. Yo decreté que comer o beber algo usando cubiertos o vasos de otra persona, incluso mis padres, me daba asco. ¡Digamos que un poco todo me daba asco!”.

“Después se crece y se cambia, o quizás la vida y lo que te propone te hacen cambiar. Además nada es más natural que ocuparse de papá, también por las cosas que dan asco”. 

La intervención de la esperanza

Cuando el doctor de la clínica que sigue a Luciano propone a la familia una delicada intervención que puede llevar a la mejora o al empeoramiento, Irene no vacila en decir “sí”. Así como su mamá. El resultado es positivo.

“Papá superó la intervención –exulta Irene-. Lo ha hecho. Aparentemente parece siempre igual, pero está mejorando, lo siento”.

Cada día rezo mucho para que él esté bien, no para que vuelva a estar como antes, pero que esté bien y me oiga y me entienda. Rezo así porque siento que esta es una esperanza realista. Si rezara para tenerlo como antes sería un poco como consumar una oración, entonces prefiero jugar bien mis cartas!”.

Las mejoras tan esperadas

Y así cuando las mejoras empiezan a materializarse, el deseo de esperar, combatir, no abatirse, empieza a producir frutos concretos, y entonces Irene siente nueva vida en él.

“Papá empieza a hacer cosas que nunca había hecho. Parece responder a algunos estímulos, a algunas sencillas preguntas -agradece-. Responde una, dos, tres cuatro, cincuenta veces. ¡La intervención sirvió! Pequeñas cosas. Cierra los ojos, alza un pulgar”.

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