Ella se drogaba desde los 6, fue vendida por la abuela a los 9, adquirió su primera arma a los 11, se volvió la mujer del capo a los 25 e intentó recomenzar su vida a los 36
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Ese día, Raquel de Oliveira fue a hacer una entrega de marihuana a un comprador. El encuentro estaba marcado en la favela de Rocinha, la mayor de Río de Janeiro. Subieron a un departamento. El dinero estaba ahí, a la vista. El hombre cerró la puerta, guardó la llave en el bolsillo e invitó a Raquel a fumar un porro, y otro, y otro.
“Él quería marearme y abusar de mí”, cuenta ella.
Pero Raquel se drogaba desde los 6 años de edad, con marihuana y pegamento de zapateros. Era conocida en Rocinha, además, por la capacidad de fumar sin perder la conciencia.
Cuando el hombre intentó atacarla, Raquel no estaba mareada. Lo que la salvó fue eso y un objeto que estaba encima de una antigua mesa. Era un cuchillo.
El cuerpo fue encontrado tres días después, por el olor de la descomposición. El suceso entró en las estadísticas de otro homicidio sin resolver en Río de Janeiro.
Raquel tenía 15 años
Hoy tiene 54, y desde hace 10 años está en tratamiento contra la adicción a la cocaína, dejó el crimen, terminó la secundaria, se formó en pedagogía y lanzó su más reciente libro, “La número uno”, que es una mezcla de autobiografía y ficción en que relata la infancia, la juventud, los años en que fue la mujer de Naldo, el capo en la Rocinha en la década de 1980, y su carrera como “patrona” después de la muerte de él, en 1988.
En el Morro de Babilonia, durante el lanzamiento del libro, Raquel declaró en el reportaje de la BBC Brasil que “la literatura me liberó y me salvó de la locura”.
Ella cuenta que la madre era empleada doméstica y el padre era “un pedófilo”. Pobreza y abuso. A los 6 años, huyó de la chabola en que pasaba sus días encerrada sola: conoció a otros niños, delincuentes armados y drogas. Soledad, represión, abandono.
A los 9 años fue vendida por su abuela, adicta al juego, a su futuro “padrino”. Carencia, desprecio. Tuvo cierta “suerte”: él no la forzó a prostituirse. El “padrino” la adoptó como hija. A los 11 años, adquirió su primera arma. Influencia, falta de orientación, inducción. A los 25 años, ya con dos hijos de otra unión, se volvió la mujer del traficante Naldo, el hombre que disparó al aire, con un fusil HK, para anunciarse como el nuevo dueño de la favela de Rocinha en 1988, mientras que el jefe anterior era sepultado. La escena pasó a la historia en Río de Janeiro.
La relación con Naldo estaba marcada por el sexo desenfrenado, la admiración y la angustia. Tocó la muerte a través de la cocaína para “anestesiar” el dolor. Se volvió la “patrona” en un ambiente machista, asumiendo el control dejado por el compañero muerto en un enfrentamiento con la policía.
“Claro que maté gente. Era el trabajo. Tuve una época en que sólo trabajaba para ‘resolver problemas’”.
Ella no sabe a cuántos mató.
Cuando abandonó el “negocio”, en 1997, comenzaron nuevos años de pesadilla alimentados por la adicción a la cocaína. Todo lo que tenía se transformó en polvo. Casas, coches, dinero, joyas.
Su preocupación hoy es el riesgo de que el libro mande el “mensaje equivocado” y sea visto como una “apología del tráfico”.
Su objetivo, dice ella, es el contrario.
El material de la BBC sobre Raquel de Oliveira no toca el asunto de “Dios”. Pero muchos lectores de la materia pueden preguntarse “dónde estaba Él en todos esos años”.
La pregunta es válida. ¿Cuál es la respuesta católica para eso?
Tal vez sea de lo que el Papa Francisco está hablando cuando nos exhorta a salir de nuestra comodidad para ir hasta las “periferias de la existencia”, donde Dios es esperado ansiosamente. Desesperadamente.