Ofrecemos una serie de artículos que ofrecen aclaración sobre algunos puntos, ensombrecidos durante siglos por la “leyenda negra”
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En La Historia de Dios en las Indias, la historiadora y traductora Elsa Cecilia Frost (1928-2005) hace un recorrido esclarecedor de lo que llama “la visión franciscana del Nuevo Mundo.” Los franciscanos son la primera orden que llega al recientemente descubierto y conquistado continente americano.
En 1524 – apenas tres años después de la caída de Tenochtitlán, la ciudad más importante del llamado “Imperio Azteca”, en la parte central del Valle de Anáhuac (el Valle en el que se asienta hoy la Ciudad de México y su área metropolitana) – los frailes franciscanos sostuvieron una larga y apasionante conversación con los sabios indígenas.
Estos “coloquios”, fundamentales para entender el encuentro de dos cosmovisiones del mundo, de la historia, del tiempo y de Dios, han sido poco explorados por los historiadores, conformándose –no así Frost y varios más—con la “leyenda negra”, según la cual Hernán Cortés, el conquistador del amplio territorio que ocuparía la Nueva España, “mandó llamar” a los frailes para que apaciguaran a los naturales de estas tierras, especialmente a los aztecas, con la cruz y emparejaran lo que los soldados no habían podido hacer con las armas.
En realidad, lo que Frost encuentra en esta rigurosa investigación, es que el “celo misionero” de los franciscanos, en esa primera hora de América, responde a una necesidad perentoria de encauzar las novedades (a veces fabulosas y en general inventadas) del Nuevo Mundo con la historia de la salvación. En otras palabras: hacer de la conquista de las armas el principio de una “conquista espiritual” basada en las enseñanzas del cristianismo, especialmente en la Biblia y en la Patrística.
Los “coloquios” y el inicio del Evangelio
El “formidable empuje evangelizador” que despliegan los franciscanos en el siglo XVI en la Nueva España, especialmente en los primeros 50 años después de la caída de Tenochtitlán (13 de agosto de 1521), explica los “coloquios” y explica una noción del tiempo y de la providencia profundamente arraigada en la nueva cultura que iba a nacer desde el Valle de Anáhuac.
El fraile Franciscano fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) elaboró, hacia 1550-1555 el llamado Libro de los Colloquios en donde consigna, ayudado por ancianos y estudiantes indígenas, al tiempo que basándose en viejos “papeles y memorias”, esta confrontación entre doce frailes franciscanos y un número parecido de sabios indígenas (los tlamatinime) en la que se discute a fondo una cuestión esencial: qué son los dioses de los indígenas (dioses asociados pos los misioneros a la muerte y a los sacrificios humanos) y cómo actúa el Dios de los cristianos (asumiendo en el amor a los conquistados).
Y quizá esto sea lo más importante de estos “coloquios” (que el investigador mexicano Miguel León-Portilla ha traducido en un texto de fácil y gozosa lectura: ¿Nuestros dioses han muerto?): que los sabios, los ancianos indígenas, tuvieron ocasión de mostrarle a los frailes (y Sahagún lo reproduce tal cual) que los de lengua náhuatl tenían un concepto religioso muy profundo que hacía posible sembrar en ellos la semilla del Evangelio, o lo que consigna Sahagún: que en ellos habitaba la Teo-matiliztli, la “sabiduría de lo divino.”
A raíz de este encuentro casi se diría de igualdad, las enormes conversiones de los indígenas del centro de la Nueva España, se sucedieron con rapidez. Más con las apariciones de Guadalupe, apenas siete años más tarde de los “coloquios”.