Del “¿A este qué le pasó?” a la sonrisa y la paz¿Sabes? A menudo medito en la Navidad. Me trae recuerdos de la infancia. De una época feliz.
Ahora, de grande, pienso en el pequeño Jesús y las palabras del Padre Ángel, mi amigo: “Jesús vino al mundo como un niño indefenso, porque es fácil amar a los niños”. Con cuatro hijos, puedo comprender sus palabras y amar a este pequeño niño, el hijo de Dios.
Siempre paso feliz los días previos a la Navidad. Me emociono profundamente por el amor de Dios. Pero veo a muchos, tan agitados y preocupados, que no disfrutan la Navidad. Solía hablar al respecto. Pero pocos me escuchaban.
Hace algunos años decidí intentar algo diferente, vivir una aventura por Jesús… en vísperas de la Navidad. Por su Amor, saludaría a cuantos encontrara en mi camino con un: ¡Feliz Navidad!
No era fácil.
Pensaba mucho en esto: ¿Algo tan sencillo, podrá hacer la diferencia?
Era una necesidad, que me nacía del corazón: Amar al prójimo y expresarlo con aquél hermoso saludo de paz y alegría. Convertir este saludo en un pequeño oasis de serenidad, para los que estaban agobiados.
Deseaba que fuera genuino, creíble y contagioso.
En vísperas de aquella Navidad, encontré a muchos, ocupados y malhumorados y no me prestaron atención.
En los almacenes, había un caos, una desesperación por comprar. Parecía que nadie tenía tiempo para las otras personas, para amar, compartir y recordar el sentido verdadero de la Navidad.
Empecé con serenidad en el corazón y una oración en el alma.
Recuerdo que me acerqué a una señora que tomaba un boleto numerado en una panadería, esperando ser atendida. Tenía una agitación grande por tomarlo primero que yo. Me miró disgustada cuando me acerqué.
— ¡Feliz Navidad! —le dije amablemente.
Me miró extrañada, como preguntándose:
— ¿A éste qué le paso?
No me desanimé por esta respuesta. Traté de amar y comprender a la buena señora, con sus problemas y sus virtudes.
Seguí adelante con el proyecto… y pronto empecé a recibir sonrisas inesperadas y unas pocas palabras que me llenaron de ánimo: “Muchas gracias. Es verdad…. Feliz Navidad”.
De todos, el que más me impresionó fue un policía que caminaba malhumorado.
Iba del otro lado de la calle cuando lo llamé:
— ¡Oficial!…
Se volteó rápidamente colocando su mano sobre el arma. Me observó con sospecha.
Le sonreí y exclamé:
— ¡Feliz Navidad!
Dejó su pistola en el estuche. Me miró unos segundos preguntándose qué pasaba. De pronto sonrió. Algo en él había cambiado.
Fue increíble. Levantó la mano saludando y respondió entusiasmado sin perder la sonrisa:
— ¡Feliz Navidad para usted también!
Al rato continuó su camino, sonriendo, con una alegría interior que se le desbordaba en la mirada.
Y yo, también sorprendido, seguía sonriendo, pensando en la alegría contagiosa de la Navidad, en las cosas maravillosas de Jesús.