No es exagerado considerar la efervescencia del paganismo como un signo de los tiemposCon frecuencia los medios de comunicación nos cuentan noticias que cada vez sorprenden menos sobre la presencia y acción de los cultos neopaganos en diversos países occidentales.
Algunos pueden pensar que se trata de fenómenos anecdóticos y en ocasiones hasta estrafalarios, cuya importancia es magnificada por los altavoces mediáticos.
Pero el fenómeno va más allá de episodios sueltos, celebraciones de solsticios y reivindicaciones de grupos muy minoritarios.
El neopaganismo es bien aceptado y mirado con simpatía porque hay un clima pagano muy generalizado en muchos países.
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Por eso conviene rescatar un libro que hace más de una década alertó de este desafío y lo analizó de forma brillante desde la perspectiva de la fe cristiana y de la teología pastoral, y que no ha sido suficientemente utilizado ni valorado.
Se trata de España, entre cristianismo y paganismo, escrito por Eloy Bueno de la Fuente (catedrático en la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos) y publicado en 2002.
Intentaré sintetizar aquí, con citas de la obra, lo fundamental del pensamiento del autor en cuanto a la realidad del paganismo en la actualidad.
Si en el momento de su publicación fue un diagnóstico muy lúcido de la situación, sigue siéndolo hoy, lo que prueba su acierto.
¿A qué nos referimos con “pagano”?
Dice Eloy Bueno que el término “pagano” no puede utilizarse de forma peyorativa ni condenatoria.
Un pagano es, para un cristiano, “hermano nuestro e hijo de Dios”, aunque, como es natural en la comprensión cristiana, esté llamado a acoger la revelación de Dios en Cristo y su salvación.
El autor habla de un “tipo de hombre pagano que se está modelando”. Y dice que “este paganismo debe ser reconocido como tal y designado con ese nombre”.
El teólogo detalla las coordenadas socioculturales que hacen hablar de un nuevo paradigma pagano: el nuevo ritmo del tiempo (el concepto de fiesta, la importancia de la noche, el consumo y el culto al cuerpo), una moral espontánea sin pecado ni responsabilidad, una experiencia religiosa de márgenes fluidos (sectas, Nueva Era, nacionalismos y deporte, esoterismo, la naturaleza y la reivindicación del politeísmo), la nueva mitología de celebraciones rituales (con la preponderancia de solsticios y carnavales, por ejemplo) y la recuperación de elementos precristianos (ya sean culturales, festivos, musicales, arquitectónicos, lingüísticos, etc.).
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El paganismo es “la religiosidad de los estadios más arcaicos de la evolución del ser humano y de los estratos más profundos de la psicología humana”.
Y su definición sería la siguiente: “la religión del hombre natural, del hombre que vive según la lógica de la espontaneidad natural”.
Por ello, subraya, “el gran adversario del cristianismo ha sido siempre (y lo seguirá siendo) el paganismo. El cristianismo tendrá que identificarse precisamente frente a lo pagano, no frente a lo profano”.
¿Cuál es la situación actual? Para el autor, “lo novedoso consiste en la pujanza con la que en la actualidad los valores paganos se van imponiendo y la convicción con la que pretende sustituir o reemplazar la visión cristiana de la vida”.
Ya en 1964 Jean Daniélou advertía: “el problema de mañana no es el problema del ateísmo, es el de un nuevo paganismo que se está buscando a sí mismo… El paganismo de mañana es la problemática religiosa del hombre moderno. Es a esta problemática a la que la Iglesia debe responder”. Lo veremos a continuación.
Más allá de la secularización y del ateísmo
La tesis central del libro la resume así el autor al comienzo:
“La descristianización de la sociedad española y el debilitamiento del tejido eclesial no se deben simplemente al proceso moderno de secularización, sino que va acompañado de la irrupción de un paganismo que se afirma y se propone como alternativa al cristianismo”.
Por ello, añade:
“El paganismo emergente debe ser considerado como auténtica religión, en la que muchos contemporáneos celebran y ritualizan el ritmo y las experiencias de su vida. El paganismo ni es irreligioso ni es ateo ni excluye la experiencia de lo divino o de lo sagrado”.
Nos encontramos en un momento de encrucijada. Lo que pueden parecer a muchos simples hechos anecdóticos, según el autor “son síntomas de una realidad más amplia y profunda”.
Y precisamente “son las generaciones más jóvenes las que más fácilmente se dejan seducir por la alternativa pagana”, como se puede constatar sin mucho esfuerzo.
“Y si el Dios cristiano abandona Europa ¿qué otra cosa queda que el encuentro con el paganismo?”, se pregunta. Y por eso subraya: “la ausencia de Dios en Europa deja un espacio vacío en el que no habrá una mera ausencia”.
Eloy Bueno habla de “efervescencia del paganismo”. En su análisis explica que “el protagonista que hace su irrupción como alternativa al cristianismo es por tanto la religión pagana”.
“Todavía se encuentra en efervescencia; aún no ha mostrado su verdadero contenido, aún no ha estallado en toda su intensidad, pero se encuentra ya presente de modo activo y eficaz. Más aún: es una auténtica fascinación para una gran parte de la población que vive en el vacío cristiano”.
Los nuevos dogmas del paganismo
El rasgo fundamental es que el paganismo ensalza “la fuerza de lo sagrado, que todo lo envuelve y lo penetra”.
Además, se trata de una religión de la naturaleza, entendida ésta como algo eterno, no creado. Tampoco hay encarnación ni resurrección, los dogmas fundamentales de la fe cristiana.
Es una celebración de la vida, en la que todo forma parte de lo mismo, y así “la celebración pagana puede concebirse y plantearse como una auténtica danza cósmica en la que todos y cada uno de los seres son actores”.
El ser humano debe entenderse como naturaleza y como vida, y por ello “la única revelación posible es el desenvolvimiento de las dimensiones profundas de la naturaleza”.
La moral se basa en el respeto y no se aceptan normas externas.
Y, por supuesto, se proclama el politeísmo, ya que “lo divino se manifiesta de modos múltiples” y así la experiencia de creer se convierte en algo creativo y enormemente flexible, en clave relativista y de tolerancia suma:
“Ningún pagano moderno afirmará que su camino es el único modo de revelación de la divinidad… el pagano admite que todas las divinidades son expresiones simbólicas y concreciones provisionales de la misma Vida que vincula a todos los hombres y que hace posibles todas las religiones”.
Una presencia cultural aplastante
El resultado concreto de estas doctrinas en la existencia de las personas es sumamente oscuro: el hombre pagano se convierte en “un ser trágico abandonado en la Vida”.
Así concluye Eloy Bueno el análisis de la narrativa española actual, en cuyas novelas más representativas encuentra “personajes que han abandonado el ámbito vital del cristianismo y de la Iglesia”.
Así, va repasando diversos rasgos: una soledad universal, la carencia de identidad, el escape de la frivolidad, lo fatal del destino, el sexo en lugar del amor, la muerte del yo, etc.
En el paganismo, pasa lo que describe así:
“El hombre sin identidad queda convertido en un ser anónimo, sin rostro y sin nombre… todos los seres humanos son intercambiables. Aquí encontramos el punto más descarnado e insensible de ese paganismo del que venimos hablando. No sólo Dios deja de existir o queda convertido en una fuerza impersonal; el hombre mismo es tan sólo un instrumento”.
En algunas propuestas morales de las llamadas “éticas sin religión” encontramos precisamente una aspiración a recuperar el paganismo precristiano, en una especie de rebelión prometeica sobre todo contra el Dios cristiano y que llevaría a una mayor confianza en la bondad natural del hombre.
En el fondo, se ensalza la vida humana y se ve a Dios como un adversario, un enemigo de la felicidad del hombre. Y es significativo que, según el análisis de Eloy Bueno, a pesar de la pluralidad de lo pagano, “la actitud anticristiana es el lazo que con más eficacia vincula a todas estas formas de paganismo”.
La alternativa: el dios Dionisio o Cristo
Eloy Bueno termina su obra describiendo el paganismo que considera más consciente y confesante: el dionisíaco, el que reivindica al antiguo dios Dionisio (Diônysos), y “donde se pueden percibir las formas de una religión universal”.
El politeísmo de la cultura actual es, para el autor, “una pluralidad de dioses, de los cuales Dionisio es sin duda el principal, porque es el más prometedor”. Y este paganismo rechaza automáticamente a Jesús, el Dios crucificado.
Todo esto hay que entenderlo en la contraposición que hizo Nietzsche entre Dionisio y Cristo. Se le pone al hombre actual ante la encrucijada: o Dionisio o Cristo, o el placer de la vida o la negación de la vida.
Tras proclamar la muerte de Dios (y la muerte de cualquier otro principio que quiera ponerse en su lugar como algo absoluto), el hombre cae en el nihilismo, en una existencia sin principios, más allá del bien y del mal.
Por ello se establece “la religión nueva de Dionisio”, un modo nuevo de religión: “el hombre puede reencontrarse con la energía de la vida mediante el olvido de sí, mediante el delirio de la fiesta, la danza frenética, el éxtasis de la borrachera, el exceso de las sensaciones”.
Se trata del dios de la alegría, el dios de la fiesta, el dios del disfrute sin fin. Y es la alternativa que se ofrece al cristianismo, de forma directa, tal como descubre Eloy Bueno en un elenco de novelas contemporáneas.
Frente a veinte siglos de imposición de la fe cristiana, que habría sacralizado el dolor y habría difundido la aceptación del sufrimiento como voluntad de Dios, esta nueva religión ensalza al hombre para que viva feliz, más allá de los tabúes, y reduciendo todo a naturaleza y sexo.
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¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia?
La Iglesia debe ser consciente del contexto en el que vive y de las personas a las que quiere anunciar el Evangelio, sin quedarse en planteamientos teóricos. Así lo explica Eloy Bueno:
“Al hablar de paganismo estamos hablando de uno de los signos de nuestro tiempo que debe ser discernido para que cada cristiano y cada comunidad eclesial se sitúen en estado de misión: el testimonio cristiano no va ya dirigido a una sociedad que se descristianiza, sino que ha de levantarse en medio de un contexto que va palpitando al ritmo de la savia pagana”.
¿Qué desafío pastoral presenta todo esto? ¿Qué puede hacer la Iglesia? Según el autor, “la fe cristiana debe redescubrir permanentemente su originalidad” y subrayar el centro de su anuncio, dejando lo accesorio y lo histórico.
Además, la Iglesia deberá hacer autocrítica aprendiendo de la crítica pagana y viendo la parte de responsabilidad que tenga en esta efervescencia neopagana.
Y, sobre todo, “la Iglesia en su conjunto debe ante todo reapropiarse la doctrina de la salvación genuinamente cristiana, pues sólo desde ahí podrá plantear su propia alternativa a los lados más oscuros del paganismo actual”.
Hay que aprender de la historia del cristianismo, sobre todo de lo que pasó entre los siglos II y IV, cuando la Iglesia tuvo que salir adelante en un ambiente pagano adverso.
Siguiendo la analogía, “si el cristianismo no es lo obvio ni algo que hay que dar por supuesto, la fe cristiana debe ser vivida como una provocación, como una alternativa”.