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¿Vacaciones es no hacer nada?

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Ciudad Nueva - publicado el 08/01/16
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El tiempo libre es un tiempo para vivir, para crecer, para aprender, un tiempo que debe enriquecer a la persona

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La mayor parte de la población de nuestros países del Cono Sur tiene su período de vacaciones durante los meses de enero y febrero. Es decir, un período en el que no tenemos que ir a trabajar o estudiar. Un tiempo totalmente para nosotros. La sociedad moderna y la vida en las grandes ciudades nos ha llevado a que toda nuestra existencia tenga que estar pautada y “ocupada”.

Nos sucede que muchas veces deambulamos de casa al trabajo o hacia otras actividades y ni siquiera nos permitimos levantar nuestra mirada hacia arriba, para ver el hermoso cielo que tenemos ese día. Y ni hablar de las personas que coinciden con nosotros en ese trajín, no sólo desconocidos, sino que muchas veces “enemigos” que atentan contra nuestra comodidad.

De golpe, aparecen las vacaciones. Tan deseadas que corremos el riesgo de que se escurran como agua entre nuestras manos. Para que eso no suceda tratamos de planificarlas con anticipación. Es prudente hacerlo, pero no convirtamos ese tiempo precioso en un compilado de actividades frenéticas que no pudimos hacer durante el año.

El tiempo libre es un tiempo para vivir, para crecer, para aprender, para descansar y recuperar fuerzas, un tiempo que debe enriquecer a la persona.

No tiene mayor importancia que vayamos al mar, a la montaña, al campo o nos quedemos en casa. Lo verdaderamente importante es que nos animemos a vivir un “tiempo libre”, con un mínimo programa que tenga sólo dos vectores: horizontal y vertical.

Horizontal con quienes compartimos ese tiempo, nuestra familia, amigos. Permitirnos ser niños con los niños, y tomarnos el tiempo para el diálogo distendido con los mayores, “saboreando” esos momentos, aunque la charla transcurra entre “bueyes perdidos”. No sería lo más conveniente dejar para los días de vacaciones la solución de problemas de relación. Dejar espacio para la improvisación y para afrontar los imprevistos, que siempre los hay, con calma y serenidad, para no quedarnos con la sensación de que “nos arruinan las vacaciones”.

Vertical, para cultivar nuestro espíritu, nuestra interioridad. Pueden ser buenas lecturas, paseos en medio de la naturaleza, momentos de oración o lectura meditada de la Palabra de Dios, para quien es creyente. No caer en la tentación de temer “no tener nada que hacer”.

Vertical y horizontal, no importa por dónde comencemos, una nos conducirá a la otra y encontraremos el equilibrio que nos permitirá hacer crecer nuestras relaciones más cercanas e íntimas, esas que le dan sentido a nuestra vida.

Volveremos a nuestras actividades como hombres y mujeres de paz, de diálogo, atributos imprescindibles en el mundo actual.

Artículo originalmente publicado por Ciudad Nueva

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