El gran enemigo del liderazgo femenino católico es el clericalismo
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En una época en que las mujeres han llegado a posiciones como las de primera ministra o presidenta y han ocupado cargos profesionales de poder en la sociedad, la insistencia de la Iglesia católica en que las mujeres no puedan ser ordenadas en el sacerdocio sorprende y consterna a muchos.
El Papa Francisco ha reafirmado la doctrina de sus tres predecesores al decir “la puerta a la ordenación de las mujeres está cerrada”. No obstante, hay pequeños grupos de activistas que aún pugnan por que la mujer sea ordenada sacerdote católico.
Mientras tanto, aceptando el hecho de que la Iglesia católica no tiene autoridad para ordenar a mujeres sacerdotes, otras mujeres católicas simplemente se han arremangado y se han involucrado en el ministerio y misión de la iglesia.
No es algo nuevo. Desde los tiempos del Nuevo Testamento las mujeres han sido miembros totalmente activos en el trabajo de la iglesia, aunque no estuvieran ordenadas.
Durante toda la historia hay ejemplos de valientes hermanas religiosas que han ayudado a los necesitados, que han abierto orfanatos, escuelas y hospitales y prestado servicio como profesoras, administradoras, misionarias y místicas.
Sin embargo, en esta edad moderna, el papa Francisco ha hecho un llamamiento por “una profunda teología de la mujer”, así que el Centro de Ética y Política Pública de Estados Unidos (EPPC en sus siglas en inglés) respondió al llamamiento reuniendo a treinta y ocho destacados académicos católicos, pensadores y líderes de la Iglesia para investigar profundamente el significado de la complementariedad en la Iglesia.
Doce artículos de esta conferencia de Washington han sido ahora publicados bajo el título Promise and Challenge: Catholic Women Reflect on Feminism, Complementarity and the Church (Promesa y reto: el reflejo de las mujeres católicas en el feminismo, la complementariedad y la Iglesia).
La obra incluye colaboraciones de la profesora Helen M. Alvare de la facultad de derecho George Mason University School of Law, de sor Sara Butler, profesora emérita de Teología Dogmática en la University of Saint Mary of the Lake (Mundelein, EE.UU.), de la profesora Elizabeth Schiltz, de la doctora Margaret Harper McCarthy, de sor Mary Madeline Todd, la doctora Deborah Savage, la escritora Mary Eberstadt y otros cinco académicos, juristas y administradores e intelectuales de la Iglesia del más alto nivel.
Otras teólogas notables que están ayudando en el desarrollo de una “profunda teología de la mujer” son dos excelencias académicas más, Monica Migliorino Miller y Pia de Solenni.
El último libro de la Dra. Miller, The Authority of Women in the Catholic Church (La autoridad de las mujeres en la Iglesia católica), arroja luz sobre el papel fundamental que desempeña la mujer en la economía de la salvación.
Su libro es reflejo de la relación de alianza nupcial entre Cristo y su Iglesia, y de cómo esto determina el sacerdocio ministerial y la cooperación integral con la gracia divina a través del ejemplo femenino.
Desde California, la doctora de Solenni es graduada por el Thomas Aquinas College, tiene una Grado en Teología Sagrada por la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino (más conocida como Angelicum) de Roma, y una Licenciatura en Teología Sagrada por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, de Roma. También es experta en cuestiones relacionadas con la salud de la mujer, el nuevo feminismo, el catolicismo y la cultura.
Se trata de sólo algunos ejemplos de mujeres dedicadas, inteligentes y bien formadas que forjan el futuro del ministerio de la mujer en la Iglesia católica, y no son las únicas en la tarea.
En el reciente libro de John Allen The Future Church: How Ten Trends Are Revolutionizing the Catholic Church, cuyo título anticipa la explicación de diez tendencias que están revolucionando la Iglesia católica, este experto vaticanista revela sorprendentes estadísticas sobre el ministerio de la mujer en la Iglesia católica.
Hace diez años, de los 31.000 trabajadores laicos en Iglesias de los Estados Unidos, el 80% eran mujeres.
Además están todas las mujeres involucradas en puestos de secretariado o de cuidado infantil. Hace cinco años, el 48,4% de los puestos administrativos a nivel diocesano eran ocupados por mujeres, y en niveles más altos ocupaban el 26,8%.
Allen observa que “de hecho, la Iglesia católica lo hace mejor que muchas otras instituciones. Un estudio de 2005 de Fortune 500 [una revista que, anualmente, lista las 500 empresas estadounidenses con mayor volumen de ventas] descubrió que las mujeres de estas empresas sólo ocupaban el 16,4% de los puestos de dirección y sólo el 6,4% de las posiciones más asalariadas”.
“De igual forma, un estudio de 2007 del Colegio de Abogados de Estados Unidos (ABA) indicó que sólo el 16% de los miembros de los comités directivos de los mejores bufetes de abogados eran mujeres y que sólo el 5% de los socios directivos eran mujeres. Según un informe de 2004 del Departamento de Defensa [de Estados Unidos], las mujeres ocupaban sólo el 12,7% de los puestos con el grado de comandante o por encima de dicho grado”.
Los signos de movimiento son también visibles en el Vaticano. En 2004, el papa san Juan Pablo II designó a sor Enrica Rosanna para el puesto de subsecretaria de la Congregación para los Institutos de la Vida Sagrada, mientras que la profesora de derecho de Harvard Mary Ann Glendon era elegida presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.
Los papas Benedicto y Francisco han continuado esta tendencia, demostrando que en la Iglesia hay sitio para todas, no sólo para las hermanas que (por voluntad propia, claro) friegan suelos, responden a los teléfonos y cuidan de los niños, sino también para mujeres con alta formación y cualificación que pueden asumir puestos de liderazgo.
Los conflictos dentro de la Iglesia siempre se han solucionado de forma creativa y sorprendente. Uno de los problemas de la Iglesia católica es un enraizado clericalismo que pone demasiado énfasis en los poderes y privilegios de los sacerdotes.
Más que reprimir a la mujer, la decisión de reservar la ordenación a los hombres ha puesto de manifiesto el valor del papel de la mujer y ha ayudado a erosionar el elitismo del clericalismo.
También ha servido para recordar a los sacerdotes cuál es su llamado y cuáles sus responsabilidades específicas, liberándoles de muchas tareas (administrativas y otras) que no son apropiadas al ministerio para el que han sido ordenados, abriendo así nuevas vías de servicio para las gentes de Dios.