En África del Norte, Líbano o Irán, el padre Humblot ha dedicado a los musulmanes toda su vida
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Uno de los primeros contactos del padre Humblot con los musulmanes fue a través de la figura de un “terrorista”, durante la guerra de Argelia. Fue llamado entonces por el contingente francés, y mantenía a esta figura delante de la punta de su fusil. Tenía que disparar, pero optó por no apretar el gatillo y retirarse de puntillas del lugar. ¡Un adversario que no dispara! Siendo todavía seminarista, decidió dedicar su vida al servicio de los musulmanes. Se convirtió en un sacerdote misionero dentro de la asociación Le Prado.
Tras finalizar sus estudios de Teología en Beirut a principios de los años 60, el padre Humblot eligió vivir en el barrio de chabolas que lindaba con el vertedero de la ciudad.
Sus vecinos, libaneses chiitas del sur del Líbano y sirios, eran estibadores o trabajaban en la clasificación de los residuos.
Fue admitido dentro de esta comunidad de musulmanes pobres, junto con los que vivía separado por un simple cartón, en mitad del basurero de la ciudad, trabajando con ellos como descargador en el puerto.
Su objetivo era el de ayudar a los seminaristas y a los jóvenes sacerdotes con voluntad de servir a los pobres a que no sólo contemplaran la pobreza de Jesucristo, sino que compartieran durante algunos días la vida de los pobres.
“Yo daba el biberón”
Establece una relación de confianza con sus vecinos, que sabían que era sacerdote católico: “Mi oratorio lo dejaba claro, estaba a la vista de todo el mundo”, recuerda.
Una noche, el padre de familia de la habitación justo al lado de la suya le pidió ayuda: con su esposa fuera, él no sabía cómo alimentar a su bebé lactante…
Entonces el sacerdote improvisó un biberón casero con una botella que tuvo la precaución de hervir antes.
Y así nos encontramos con la imagen de ¡un sacerdote francés dando el biberón a un bebé musulmán entre los cartones de un barrio de chabolas en Beirut!
Lectura del Corán
Cuando llovía, los habitantes del asentamiento se refugiaban durante la noche en las casas de sus vecinos, para evitar salir a las calles fangosas.
Entonces escuchaban las palabras del Corán, reunidos alrededor del que mejor leyera de entre ellos. El padre Humblot fue elegido, lo que resulta de nuevo en una otra peculiar escena: un sacerdote católico recitando suras, en especial la de “Maryam”, que él explicaba ayudado por la luz de los Evangelios.
Las actividades del cura llegaron a oídos de dos jeques, que quisieron detenerlo, pero fueron expulsados por los vecinos del padre Humblot, acostumbrados ya a “su” sacerdote.
Humblot descubrió al final de su estancia que sus actividades y su complicidad con la población local le valieron la desconfianza de algunos musulmanes, pero que sus vecinos lo habían estado protegiendo, también durante la guerra de junio de 1968 con Israel.
“¡Durante muchos de mis viajes, me iban siguiendo dos vecinos que aseguraban mi protección discretamente! Yo no sabía nada de eso por entonces”.
Ninguna animadversión
“Nunca conocí animadversión alguna por parte de los musulmanes con los que trataba”, asegura el padre, que ha pasado 45 años en Irán.
Sus problemas venían de la policía política, que miraban con mal ojo sus actividades de sacerdote misionero en Teherán y que le amenazaron hasta el punto de que su obispo le pidió que se marchara con urgencia hace cinco años.
Desde 1969, tras aprender la lengua, realizó una actividad escandalosa: acompañar a los musulmanes que deseaban convertirse al cristianismo… ¡y son muchos, a pesar de los riesgos!
Sus vecinos estaban al tanto, pero jamás se lo reprocharon. “Una sola vez, durante la Revolución Islámica [nacimiento de la República Islámica de Irán, 1979], en el clima eléctrico que usted puede imaginarse, un grupo de jóvenes me salió al paso mientras yo hacía la compra donde el tendero de la esquina: ‘¡Mirad, un americano! ¡A por él!’.
A lo que yo respondí que era francés: “¡Sí, claro, después de que el imam Jomeini se refugiara en Francia, todos los extranjeros son franceses!”.
Tras llegar al local del tendero, que me conocía, continuamos discutiendo hasta que, para zanjar la discusión, el menor de esta pandilla de jóvenes me ofrece un cigarrillo, ¡un Malboro!
Mi respuesta inmediata fue: “Yo no fumo tabaco americano. Coge uno de éstos”. Y le ofrecí tabaco iraní que tenía en mi bolsillo. Todos estallaron en carcajadas y nos fuimos de allí tan amigos”.
El Catecismo de la Iglesia Católica traducido por los ayatolás
Más tarde, el sacerdote fue invitado a la ciudad santa de Qom, donde son formados los ayatolás y otras autoridades chiítas. Allí, un grupo de clérigos musulmanes le pidió revisar su traducción del Catecismo de la Iglesia Católica.
Cuando el padre le preguntó por qué lo habían traducido, le contestaron: “Porque queremos presentar cada religión con los textos oficiales correspondientes a cada religión, no en función de lo que pensamos”.
Durante la consiguiente discusión, los religiosos musulmanes le preguntan: “¿Cuál es el mandamiento más importante del cristianismo?”. A lo que el padre Humblot respondió que no había un único mandamiento de ese tipo: el Amor es la síntesis de todo.
“Y entonces nos ponemos a discutir sobre si este Dios único es Amor, no porque Él nos ama, sino porque Él no está a solas, solitario y peligroso, vigilando y juzgando de los pecadores…”, recuerda el sacerdote.
Este catecismo fue impreso y luego destruido por primera vez por la policía político-religiosa, más tarde se reimprimió con motivo de la elección del nuevo presidente.
Está a la venta en las librerías en Teherán y el padre a menudo se presta a responder a las preguntas de los catecúmenos.
“Gracias a los musulmanes, soy consciente de que Jesús es el Hijo de Dios”
Actualmente, gracias a internet, continúa desde París con su labor de diálogo con los musulmanes de Irán, Afganistán y de Europa que desean convertirse al cristianismo y recibe testimonios conmovedores de amistades como la de Amin, un iraní que le escribe: “Soy musulmán pero amo a los católicos porque son respetuosos con las personas y predican el amor”.
El padre Humblot da gracias a Dios por haberle “devuelto a Jesucristo a través del comportamiento de los musulmanes”.
Se explica: “Me he criado en una familia muy cristiana, adoraba el Evangelio y consideraba a Jesús como mi mejor amigo. Hasta que un día, en esta leprosería donde a menudo los enfermos que más sufren y padecen siguen rezando y ayunando con gran sumisión a la voluntad de Dios Todopoderoso, descubrí la adoración y la postración ante Jesús, no solamente como mi amigo, sino también como el Hijo de Dios”.