“Me arrodillé de repente, pese a la afluencia de peregrinos, ante la tumba de Cristo y volví a ser cristiano, de golpe, como Claudel o Frossard”
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Tras casi de tres años de lucha contra el cáncer de lengua, Michel Delpech rindió el alma a Dios el 2 de enero. ¿Su vida? Treinta años sin Dios y treinta con Él. Estos últimos fueron los más fructíferos.
Fue el prototipo del cantante de los años setenta: patillas frondosas y media melena. Supo hacerse un hueco entre un panorama musical galo muy repleto en aquella época, con nombres como los de Claude François, Mireille Matthieu -con quien compartía representante, el famoso Johnny Stark- o Michel Sardou.
Con este último hizo una interpretación memorable de Le Rire du Sergent, una canción que -ya entonces- fue tachada de “homófoba”. Sardou tardó tres décadas en desmentirlo.
Asimismo, Delpech dejó canciones de su propia cosecha, como Chez Laurette, Pour un flirt o Que Marianne était jolie, que aún hoy resuenan en discotecas, bodas o fiestas privadas.
Todo iba viento en popa hasta que no supo adaptar su repertorio. Las ventas de discos se resintieron y su éxito se diluyó. Pero el problema no era solo artístico: el cantante experimentó un divorcio doloroso con su primera mujer que duró varios años
La combinación de ambos fracasos resultó, como suele ocurrir a menudo, en una bajada a los infiernos. La de Delpech le deslizó no solo hacia el alcohol y las drogas, sino también hacia el diván de varios psiquiatras.
Cada nuevo tratamiento pinchaba en hueso. De las consultas pasó a los videntes y cayó en las manos de un morabito, para acabar siendo seducido por el esoterismo. La bajada continuaba, cada vez a mayor velocidad. El infierno no estaba lejos.
El punto de inflexión se produjo en 1986 con motivo de una peregrinación a Jerusalén.
“Mientras visitaba el Santo Sepulcro”, declaró a Famille Chrétienne, “me arrodillé de repente, pese a la afluencia de peregrinos, ante la tumba de Cristo y volví a ser cristiano, de golpe, como Claudel, Frossard o Clavel“.
“En un instante“, prosiguió, “Jesús entró en mi vida. Fue todo muy suave. Inmediatamente tuve la sensación de que estaba salvado. Todo lo que me había ocurrido antes se convirtió en algo caduco. Desde entonces, de lo único que no dudo es de la existencia de Dios”.
Hasta aquí, el relato no difiere del de cualquier personalidad que recobra la fe en la que fue bautizado después de varios años de alejamiento.
En el caso de Delpech, sin embargo, la conversión ante el Santo Sepulcro no fue una culminación, sino un punto de partida: hasta su muerte -acaecida el pasado 2 de enero- el cantante cultivó su fe a base de lecturas: Isaac el Sirio y Tomás Merton, san Juan de la Cruz, san Agustín y los Padres del desierto, san Francisco de Sales y su Introducción a la vida devota; de entre sus contemporáneos, conoció y trató al filósofo católico Gustave Thibon.
Delpech fue lo suficiente inteligente y entendió que la fe no es solo leer a los grandes pensadores del cristianismo, sino también -y sobre todo- rezar. Para hacerlo lo mejor posible, recurrió a santa Teresa. “La oración es un intercambio personal entre amigos”. El amigo, claro está, es Dios.
Gracias a todo este bagaje, Delpech pudo aguantar con dignidad casi tres años de un cáncer de la lengua. Lo reconoció en una de sus intervenciones públicas. Descanse en paz.
https://www.youtube.com/watch?v=akSnSGkb10Q
Por José María Ballester Esquivias
Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega