Sonidos de paz desde un campo de refugiados
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La ONG francesa Fraternidad en Irak ha publicado valientemente en su cuenta de Twitter un vídeo con los primeros repiques de campanas desde el campo de refugiados de Ashti, en Erbil, lugar de exilio de los cristianos de Mosul y de Qaraqosh.
Para conseguir este sonido familiar, símbolo de una paz restaurada, ha sido necesaria la iniciativa del Abbouna (“padre”, en árabe”) Jalal, el sacerdote de la comunidad, un anciano vicario de la iglesia del Buen Pastor de Padua, Italia.
1ers coups de cloche pour la nouvelle chapelle du P. Jalal dans le camp de déplacés d'Ashti I, à Erbil. #Irak pic.twitter.com/6gfLnORig0
— Fraternité en Irak (@FraterniteIrak) January 25, 2016
De Padua a Erbil
Abbouna Jalal hizo un llamamiento a las donaciones en Italia para comprar “la campana de la paz”.
Sus antiguos parroquianos y los miembros de su congregación, los rogacionistas, reunieron fondos y consiguieron hacérselos llegar a través del consulado en Irak.
Ahora la campana habita en el campanario de la capilla de la Transfiguración, construida según el modelo de iglesia de Al Taherra de Qaraqosh.
Según explicaciones del padre: “Hemos construido un campanario de una manera similar a la de nuestra antigua iglesia. Este campanario nos recuerda nuestros orígenes en la llanura de Nínive”.
La campana ha sido elaborada por herreros iraquíes en una semana, gracias al apoyo financiero de Fraternidad en Irak. “Es un gran signo de proximidad con nuestros hermanos franceses”, celebra el padre Jalal.
Una campana en un país musulmán
El derecho a hacer sonar las campanas simboliza la recuperación de una paz –frágil– para los cristianos: según el conocido estatus de dhimmi, la presencia de los cristianos en tierra musulmana es tolerada a cambio, entre otras condiciones, de que no hagan sonar sus campanas.
Tampoco deben “ocupar los mejores espacios de las calles, no deben construir edificios más altos que los de los musulmanes, etc.”.
Estas reglas, dictadas en el año 637 por el ejército de Omar, que conquistaría Jerusalén, no han sido aliviadas ni adecuadas al estilo de vida actual, sino más bien empeoradas por el autodenominado Estado Islámico.
La “campana de la paz”, que suena en pleno Kurdistán iraquí, no parece incomodar a los vecinos, aunque habría que decir que el campo de refugiados de Ashti colinda con Ankawa, una ciudad cristiana al norte de Erbil.