Este papa tiene capacidad de ser signo de contradicción aún allí donde parece no ser necesario
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Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha optado por un estilo que descentra, que en el vals de la corte hace perder el paso al mejor bailarín, que toma mal parados a los expertos de la tradición. Más que darla a los conocidos, pide siempre la oración de los extraños; más que la espectacularidad pública opta por la insuperable potencia de lo íntimo; elige el menor boato en torno suyo y actúa con simpleza ante lo simple. A esto se le han llamado gestos de humildad, de renuncia y de sencillez. Y se ha granjeado una enorme popularidad entre los católicos e incluso entre personas de otras confesiones o abiertamente ateas.
Eso es estilo, pero ¿qué hay de sus mensajes? ¿Son suficientemente potentes para el mundo, para la grey cristiana, para el futuro? No sólo pienso en su muy aplaudidas Evangelii Gaudium y Laudato si’, sino en sus homilías en Casa Santa Marta, en los discursos en sus viajes a Ginebra, Lampedusa, Nueva York, Seúl, Nairobi, Bangui, Río de Janeiro, La Paz u Holguín. ¿Cuánto de ello guardará peso en el Magisterio y cuánto se diluirá en la bruma de lo anecdótico?
El viaje que Francisco realiza a México puede ser uno de los más importantes de su pontificado y también puede ayudar a esbozar una respuesta a las inquietudes mencionadas. ¿Por qué lo digo?
México sigue siendo un país masivamente católico por herencia y tradición, sus expresiones políticas, culturales y comunitarias están teñidas por la usanza católica; a pesar de la persecución religiosa o la esquizofrenia entre moral pública y moral privada, la sola posibilidad de que el obispo de Roma visitara el país puso de cabeza a todas sus instituciones que han recuperado cada una de sus frases y gestos traduciéndolos a su realidad, certificándolos en veracidad. Para Francisco significará encontrarse con un pueblo volcado en alegría, de adhesión incondicional, de extravagantes formalidades que simbolizan la esencia nacional (el sombrero de charro, el mariachi) donde, sin embargo, es difícil alzar la voz entre el coro pletórico.
Si alguno de sus mensajes se yergue entre un pueblo que prefiere cantar a escuchar o si hace silencio entre una grey que se empeña en gritar, entonces habrá sido lo suficientemente inquietante como para superar el estilo y aferrarse un lugar en la historia.
Francisco tiene capacidad de ser signo de contradicción aún allí donde parece no ser necesario, donde su mensaje tiene un contenido que trasciende a la época y al contexto, cuando su persona habla menos de él o de la relación con los creyentes y no creyentes de estos días. Cuando su mensaje incomode a quienes dicen que ya son Iglesia pobre y para los pobres, o que dicen ya haber adoptado todas sus reformas o sus revoluciones, entonces dejará de ser estilo y será un mensaje necesario para el mañana.