Reflexiones a propósito de un abrazo largamente esperado
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Cuando el papa Francisco y el patriarca ortodoxo ruso Kyrill se presentaron para firmar la declaratoria conjunta como líderes de sus respectivas iglesias, el pontífice sintetizó: “Hablamos por dos horas, sin medias palabras”. No fue una expresión al vuelo sino largamente pensada por respeto al encuentro histórico cuyos ecos resuenan con un milenio hacia atrás de la civilización cristiana. La búsqueda de un discurso coherente entre las comunidades cristianas urge por las emergencias evidentes que padecen los creyentes.
En el encuentro sostenido en La Habana, “territorio neutral” y potencial “capital de la unidad”, el esfuerzo de ambas iglesias para presentarse sin los remedos teológicos “del viejo mundo” no sólo habla en el terreno de la unidad de las Iglesias cristianas sino en la respuesta positiva en la esperanza que requiere esta generación frente a dramas humanitarios extensamente conocidos: la cultura del descarte, la persecución religiosa y el desprecio del valor de la vida.
Francisco propone criterios concretos para atender estos dramas: No menospreciar las diferencias o diversidades, enfrentar los desafíos de frente y administrar los conflictos con caridad. Todo mientras se está buenamente alimentado por la verdad, la esperanza y la fe; pero fuertemente urgido por la responsabilidad.
El mensaje conjunto entre Francisco y Kyrill está centrado en tres temáticas contemporáneas que parecen desmerecer frente al trascendental acontecimiento: persecución y terrorismo en Siria e Irak, violencia y asedio religioso en el norte africano y Medio Oriente; y conflictos étnico-religiosos en Ucrania. Pero en el fondo hay una actitud de profunda humildad al reconocer que las coincidencias en el mundo cristiano deben manifestarse para demostrar preocupación y cercanía con las realidades del hombre de hoy.
Hablar sin medias palabras significa no dejarse seducir por la tentación del soliloquio o del circunloquio; sin reservarse la identidad ni traicionar la cruda verdad por el eufemismo que elude el conflicto. La lección no sólo va para el debate ecuménico sino para la propia casa, la ‘casita eclesial’, cuyos conflictos requieren una actitud madura, responsable, consecuente y misericordiosa para saber dónde es necesario inclinarse sobre el regazo del alma herida del pueblo o dónde hay que saber confrontar, para corregir fraternamente y hacer el mejor servicio posible a la unidad, la verdad y la justicia.