Reflexiones de un argentino al peregrinar al más importante santuario mariano del mundo
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No es cierto que la Virgen de Guadalupe sea sólo mexicana. A modo testimonial, expondré someramente los argumentos, sostenidos y expuestos al mundo con la reciente visita del Santo Padre a la Emperatriz de América, la que Madre de Aquel por quien se vive.
Por cuarta vez, visité a la Virgen de Guadalupe, en el templecito que los sucesores de san Juan Diego y Fray Juan de Zumárraga le han armado. Se trata de la imagen que nadie puede explicar cómo resistió tantos años pese a ser de un material de cactus que no debiera haber resistido más de 40 años.
Allí está Ella mirando con un manto estrellado que no se descolora y misteriosamente tiene las constelaciones del cielo de aquel 12 de diciembre de 1831 en el que se le apareció a san Juan Diego, con la misma mirada que te sigue vayas para donde vayas. Se trata de explicaciones científicas que muchos descreen, pero otros elegimos creer, pues está claro que uno al peregrinar a la casa de nuestra Madre no es consciente de la ubicación de las estrellas durante esa noche, ni cualquier otra.
Pero más allá de todas esas argumentaciones, ella está preparada, en la misma actitud orante con la que recibió a su hijo Francisco, al que también ama tiernamente, como a un hijo pequeño y delicado. Por eso el Papa viajó al DF, a una altura que no resisten ni los mosquitos del dengue y el zika.
Por ella, para que ella le diga a él como le dijo a Juan Diego y como le dice a cada uno de los miles que ingresan diariamente a verla: “No te aflija cosa alguna, no temas enfermedad ni otro accidente penoso. ¿No estoy aquí yo que soy tu Madre? ¿ No estás debajo de mi protección y amparo? ¿No soy yo vida y salud? ¿No estás en mi regazo y no andas por mi cuenta? ¿Tienes necesidad de otra cosa?”.
Qué más necesitaba nuestro Papa para ponerse en marcha a recorrer las zonas más desfavorecidas de México, a norte y sur, a Ciudad Juarez y a Chiapas, que este diálogo íntimo con la Virgen. A él le expresó murmurando a su corazón las mismas palabras que a Juan Diego, y las mismas que a mí, y que a los miles de peregrinos que diariamente acuden a su templo.
Desde su gabinete Nuestra Madre con una fe que ni un siglo de uno de los regímenes más anticatólicos que se nos pueda ocurrir pudo opacar recibe a todos los peregrinos, allí como desde hace casi cinco siglos intercediendo por los mexicanos, orando por los americanos, orando por todo el mundo. Porque la Madre de aquel por quien se vive es la misma que recibió a Francisco el día después de su designación en Santa María la Mayor. Es ella, es la misma, es la madre compasiva de todos nosotros, de los más variados linajes de hombres, madre de todas las gentes, como ella misma dijo.
Es cierto que el mexicano le profesa un amor indescriptible. Es el mexicano el que se pasea con sus hijos regalando dulces a los niños peregrinos agradeciendo un favor. Es el mexicano el que no teme aparecerse a los pies de nuestra Madre con una imagen de cerámica o plástico de la Guadalupana de un tamaño que alcanza casi la mitad de su estatura, o no duda en hacerle una ofrenda floral que quizá implique la mitad de su salario mensual.
Ella eligió hacer pie por primera vez en América en México y los mexicanos asumieron esa responsabilidad con un esmero inmenso. Pero en su casita del Tepeyac recibe mexicanos, argentinos, españoles, guatemaltecos, cubanos, estadounidenses… Y todos perciben la misma misteriosa mirada, todos cautivados por su ternura.
Un peregrino me comentaba durante esta última peregrinación, la cuarta a Guadalupe que me ha tocado, que hay en el recorrido del complejo guadalupano una sensación similar a la de Santiago de Compostela. Y acaso los argentinos sientan la emoción ante ella como ante la imagen de la Virgen de Luján, como quizá le pasó al Papa. O los polacos, que la tienen en Czestochowa pero igual cruzan el mundo para rezar a sus pies, como lo hizo el Papa nacido en Polonia en su primer viaje tras su asunción.
Porque todos los que podemos peregrinamos a ella, lo que la convierte, por los mexicanos y por los peregrinos de todo el mundo, en el centro de peregrinación mariano más importante del mundo. Todos somos cautivados por su mirada, su real compromiso ante nuestras intenciones, su ternura… La misma que tuvo con Juan Diego y la misma que tuvo con Francisco y con todos nosotros al decirnos: “Que nada te aflija”.