Muchos de los jóvenes representan un gran volumen de quienes no se sienten tocados por la presencia del pontífice en México
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Francisco no sólo destinó un evento en Morelia para hablar y encontrarse con los jóvenes de México; en sus tres mensajes iniciales de su largo viaje por el país los ha tenido en cuenta. Primero porque aún representan un poco más de la mitad de la población total y segundo, porque es imposible no ver a muchos de ellos en las calles, vallas y los eventos. Pero también porque hay muchos otros jóvenes que ocupan nuevos espacios de la cultura y de la participación social.
Muchos de estos últimos jóvenes representan un gran volumen de quienes no se sienten tocados por la presencia del pontífice en México; incluso aseguran que están simplemente afectados por los dispositivos de seguridad, los cierres viales y porque sus tópicos principales tienen que competir con la oleada franciscana en las redes sociales.
El Papa no sólo pide audacia a los primeros para permanecer en sus convicciones, arriesgarse a la ternura y soñar con lo posible; sino principalmente a los segundos, a los que tienen capacidad de transformar, de crear y de sacrificar un poco por el prójimo y su comunidad. A permanecer en su convicción que no implica creer en algo específico, sino en la capacidad de creer, que ya es algo.
Esa capacidad es natural de la juventud, de su audacia y su cuestionamiento al espacio dado pero tal potencial requiere algo importante para que no sea traicionado, ahogado o despojado: la responsabilidad de quienes tienen un liderazgo en el mundo.
Por ello ha sido más severo con las autoridades civiles y eclesiásticas en México (ha sido más duro y exigente incluso consigo mismo) cuando habla de que la búsqueda de privilegios corrompe a la sociedad y clausura (ahoga) los sueños de quienes están hechos para grandes cosas; ha sido contundente especialmente frente a los obispos mexicanos a los cuales invita a no perder tiempo en mundanidades, maledicencias, actitudes principescas, cortesanas o guerritas pueriles sino hablar de frente, asumiendo su responsabilidad para garantizar el terreno sobre el cual se construye el futuro.
La consecución lógica de esto es lo que vivió Francisco en el hospital infantil, allí habló cómo el viejo Simeón que se encuentra con la esperanza del Niño Jesús y recibe dos sentimientos: la gratitud y las ganas de bendecir. Así que un ciclo de vida, buena y sabia, es la que inicia con alegría, arremete con audacia, cuida con responsabilidad y alberga gratitud frente a lo bueno de la existencia.