¿Quiénes son nuestros enemigos, nuestros señalados? ¿A quiénes miramos con recelo y deseamos no ser como ellos?
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Seguiremos el consejo del Papa: si hay temas para pelearse, hay que tomarlos de frente, con palabras directas, responsablemente y abiertos también a pedir perdón, considerando lo que aconseja el refrán inglés: “Cuidado cuando apuntas con un dedo, recuerda que otros tres dedos te apuntan a ti”.
Los problemas en México pueden multiplicarse lo mismo por 43 que por 26 mil; según cómo queramos ver los detalles. Y también podemos encontrar 120 millones de culpables o culpar sólo a uno. Incluso podemos dividir la sociedad entre los ‘aventajados opresores’ y los ‘sufrientes oprimidos’. Cualquiera de estas aproximaciones a la realidad mexicana puede que sea acertada, más o menos correcta. Sin embargo, hay que estar abiertos a la posibilidad de que nuestra perspectiva pueda no ser la más atinada, que hay una alta posibilidad de que estemos equivocados.
Durante la celebración eucarística que Francisco sostuvo en Ecatepec, Estado de México, ante casi 400 mil almas quiso centrarse en esta problemática contemporánea que sí tiene su detonante y su respuesta en el corazón de cada persona: el orgullo, la vanidad y la ambición excluyente.
Estas son características de los pedantes, de perseverar en esa actitud pretenciosa, muy aplaudida en las redes sociales y muy bien pagada por el mercado y la política: Acusar tajantemente, juzgar inmediatamente –incluso premeditadamente- y descargar en los enemigos los motivos de todos los problemas.
¿Quiénes son nuestros enemigos, nuestros señalados? ¿A quiénes miramos con recelo y deseamos no ser como ellos? Francisco fue mordaz con los creyentes que dan gracias a Dios no ser como los demás.
En días pasados, como anticipándose a las críticas que recibiría la visita del papa Francisco a México, un informativo católico publicó la imagen del rostro de un joven, con un dedo frente a los labios y la frase: “Si no crees, respeta”. Inmediatamente, desde otro informativo, se complementó esa imagen con ilustraciones de lo violentas que fueron las cruzadas cristianas y la conquista de América con una frase que ironizaba: “Así como la Iglesia ha respetado a través de la historia”.
Por extraño que parezca, a mí parecer, ambas reflexiones, aunque ubicadas en puntos muy distantes, tienen razón y están equivocadas justo en lo mismo: Un principio de convivencia básico es el respeto, principalmente de la diversidad; y, también, una de las mayores deudas históricas de la Iglesia, es la opresión que algunos miembros cometieron bajo esquemas militares de poder y de gobierno.
Ambas expresiones tienen razón y también están equivocadas: la primera por soberbia (el gesto exige silencio y clausura el diálogo) y la segunda, por resentimiento anacrónico. Ambas posturas tienen dejos de pedantería, de no querer el diálogo sino erigir incólumes sus creencias.
Podemos estar equivocados; sólo en el camino aprendemos que hay algo más valioso que tener la razón: Vivir la historia con aquellos que teniéndola, nos han perdonado y amado, a pesar de nuestra terca presunción.