Una simple distinción técnica puede ayudarnos a entender mejor las maravillas de la arquitectura gótica
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Una gárgola, para decirlo de entrada, es simplemente la parte sobresaliente de un tubo que sirve para desviar el agua que, de otra manera, se acumularía en un tejado. Y no es, para nada, un invento medieval: egipcios, griegos y romanos las usaron desde siempre, para evitar que la humedad destruyese sus techos.
De hecho, la palabra francesa gargouille es un derivado del verbo gargouiller, que a su vez deriva del griego gargarizó: simplemente, “hacer gárgaras”. Eso es precisamente lo que, como elemento arquitectónico, hace una gárgola: mantiene, recoge y luego expulsa el agua lejos de los tejados y paredes del edificio.
Pero ¿cómo un simple elemento funcional se convirtió en una pieza decorativa? Y, de ser decorativa ¿por qué son las gárgolas personajes tan grotescos? Aquí, como suele pasar en estos casos, la leyenda y la historia suelen confundirse.
El célebre historiador y crítico de arte Jurgis Baltrusaitis, uno de los fundadores de la escuela de investigación artística comparada, gracias en parte a la divulgación que tuvo su libro La Edad Media Fantástica durante el siglo XX, es una autoridad constantemente citada cuando se trata de estudiar la presencia de lo monstruoso en el arte medieval, explicando que la Antigüedad clásica –con sus criaturas mitad humanas y mitad animales- nunca desapareció del todo en Europa. La presencia de las gárgolas, entonces, podría explicarse como una pervivencia de estos motivos griegos y romanos en el arte europeo posterior.
Otras fuentes atribuyen el uso de gárgolas a una leyenda vinculada con la vida de San Romano, obispo de Rouen. Según la leyenda, San Romano habría logrado someter a un dragón –de nombre Gargouille, “garganta”- sólo mostrándole la cruz, y lo llevó atado apenas con una cuerda al cuello hasta el centro de Rouen. Allí, el dragón fue muerto y quemado, pero la cabeza y el cuello de la bestia no pudieron ser consumidas por las llamas. Así, San Romano decidió colgarla de una de las paredes de la catedral, a modo de advertencia: el mal acecha, y sólo puede ser vencido por la cruz.
Pero, desde luego, esto es sólo una leyenda. Otros apuntan que el uso de gárgolas en las catedrales tiene una función pedagógica, que indicaría que los dominios del mal están fuera de la iglesia, metafórica y literalmente, y que el mal huye del templo: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán sobre ella”. Es una manera de representar gráficamente lo que se lee en la Escritura, en tiempos en los que eran pocos los que podían leer y escribir.
Sin embargo, no todas las figuras demoníacas que se advierten en las fachadas de la catedral son, en sentido estricto, gárgolas: aquellas que no tienen una función específica de desagüe son, simplemente, llamadas “quimeras”.
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