Vivimos en una cultura centrada en el rendimiento, donde las personas se autoexplotan a sí mismas
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El desgaste profesional, el “burn-out”, el estrés y la ansiedad, son palabras que invaden la vida cotidiana, donde cada vez más profesionales de la salud están preocupados por el aumento de personas que enferman de cansancio. Conocer las causas de esta epidemia global requiere una mirada no solo a las personas concretas y su situación particular, sino a la cultura en la que vivimos y los modos de vida que se globalizan y generan un modo de pensar y vivir que nos empuja a la ansiedad y el desaliento.
Si bien los psiquiatras estudian cada vez más desde su especialidad el asunto, muchos de ellos comienzan a hablar de la necesidad de un análisis más amplio del fenómeno, especialmente del ambiente cultural en que se genera esta suerte de “epidemia del cansancio”. Es desde aquí desde donde queremos hacer una breve reflexión.
Una mirada filosófica: una situación cultural nueva.
En el año 2012 pude leer en español los recientes libros publicados del filósofo alemán, de origen coreano, Byung-Chul Han, especialmente “La sociedad del cansancio”. No es un libro de autoayuda, sino un ensayo filosófico que nos abre interesantes perspectivas sobre las razones del cansancio generalizado de nuestro tiempo.
Brillantemente describe el cambio epocal y las consecuencias de un modelo cultural centrado en el super-rendimiento, la super-comunicación y la super-producción. Sentimos que no nos da el tiempo para nada y nunca terminamos de descansar lo suficiente.
En la “sociedad del cansancio” el agotamiento, la fatiga constante y sensación de asfixia, son manifestaciones de una sociedad centrada en el rendimiento, donde las personas se autoexplotan a sí mismas. El trabajador ya no se siente explotado por otro, sino que su mayor peligro es él mismo. Según Han ya no estamos en la sociedad disciplinaria que describió M. Foucault, con sus cárceles, hospitales y centros psiquiátricos, sino en una nueva sociedad del rendimiento, repleta de gimnasios, torres de oficinas, laboratorios genéticos, bancos y grandes centros comerciales.
Con afán de maximizar la producción se ha reemplazado el paradigma disciplinario por el de rendimiento. La positividad de “poder” es más eficiente que la negatividad del “deber”. De este modo, el inconsciente social ha pasado del deber al poder. Ahora vivimos en la autodisciplina exigente del rendimiento. Según Han el sujeto de rendimiento se abandona a la libre obligación de maximizar su rendimiento. “El exceso de trabajo se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad”.
La superabundancia de estímulos e informaciones ha provocado la fragmentación y la dispersión de la percepción. Esta atención “multitarea” imposibilita sumergirnos en la reflexión serena y en la contemplación, perdiendo así la atención profunda, de la cual provienen los grandes logros de la humanidad. La incapacidad para pensar con agudeza tiene que ver con la permanente hiperatención e hiperactividad.
La llamada “hipermodernidad” que denominó Lipovetsky a este tiempo, es un clima de agitación permanente y ansiedad descontrolada. Así, Han describe a la sociedad del rendimiento como “la sociedad del dopaje”, para seguir el ritmo irrefrenable de la aceleración que no va a ningún lado y nunca se detiene, hay que doparse. En un cansancio generalizado, la apatía, la indiferencia ante el dolor del prójimo y el aislamiento narcisista, son el mecanismo enfermizo de una cultura que ha dejado de mirar al otro, al prójimo.
¿Por qué tanta ansiedad?
El psiquiatra español Enrique Rojas en su libro “La ansiedad”, comienza enumerando una serie de causas socioculturales que influyen decisivamente en un modo de ver la realidad y en un modo de vivir.
“Hemos pasado de la era de los conflictos a la era de la ansiedad y la depresión. Se han ido entronizando la apatía, la dejadez y una especie de neutralidad asfixiante”. Según el autor vivimos en una constante contradicción, tenemos curiosidad por todo, pero nada nos interesa realmente, en una banalización constante de todo.
“El estrés parece envolver a la sociedad actual durante casi todas las actividades diarias. Hasta el ocio… no es raro ver personas agobiadas por llegar tarde al cine o a una cena”, o quien desea tomarse “vacaciones de las vacaciones”.
Por otra parte destaca la incomunicación que sumerge en una pavorosa soledad, disimulada en un estar “hiperconectados” a todos, pero en realidad no estoy en contacto ni conmigo mismo, sumergido en una dispersión que agota día tras día, porque he perdido el centro unificador del sentido. ¿Qué es lo que da paz? Tener un sentido por el cual vivir y un centro unificador de la vida.
También el hiperconsumo estimula el círculo interminable de ansiedad. Las posibilidades que se ofrecen hoy al consumidor parecen infinitas y ese horizonte interminable de oportunidades para las que no te da la vida entera, termina aplastando el alma. El miedo a la vejez, a la enfermedad y a la muerte se manifiestan en una huida constante hacia ningún lado, donde lo que importa es no detenerse, no preguntarse demasiado, solo correr.
El cansancio de los buenos
El psiquiatra argentino Roberto Almada ha escrito recientemente un brillante trabajo sobre este problema y sus posible soluciones, titulado “El cansancio de los buenos”. Además de su experiencia clínica en el tema, aborda un análisis de la cultura “que desgasta”, insistiendo en que los psicólogos no pueden abordar a personas con burn-out como algo aislado, sin tener en cuenta el ambiente cultural que fomenta un estilo de vida que enferma.
Analizar tendencias colectivas que nos arrastran y a las que es difícil oponer resistencia, es un paso necesario para enfrentar el problema. La crisis que viven muchas personas no es exclusivamente psicológica o neuropsicológica, sino más amplia y compleja. Resistir a algunas complicaciones de la cultura contemporánea será determinante en la lucha contra el desgaste profesional.
Entre las tendencias que nos afectan directamente, encontramos la mentalidad consumista, que ha colonizado la cultura, donde las mismas personas se han vuelto “descartables”, donde todo se usa y se tira, incluyendo los demás. No solo es un problema el mandato de consumir y consumir para escapar del vacío existencial y sentirse que uno está vivo porque consume, sino que todo pierde valor y sentido.
El Papa Francisco insistentemente ha denunciado esta “cultura del descarte”, donde el ser humano se ha vuelto una cosa y no un fin en sí mismo, como enseñaba Kant en su Metafísica de las costumbres. Si los demás se usan como medios para alcanzar los propios intereses, nadie vale nada y todo está permitido. No es extraño que cada vez sea más difícil crecer en autoestima si nos acostumbramos a ser usados y a usar a los demás como cosas.
En un mundo donde el valor fundamental parece ser la productividad, trabajamos mucho sin motivaciones claras, sin un sentido. Vivir así solo puede llevar al hastío y al vacío existencial, que solo encuentra una distracción en el consumo superficial de experiencias efímeras y transitorias, para pasar siempre a una nueva, que tampoco durará demasiado. Nos creemos libres, pero en realidad somos alienados por un modo de vida que no solo nos aleja de los demás, sino de nosotros mismos.
Almada lo sintetiza así: “El consumismo agujerea grandes porciones de nuestra conciencia existencial. Perturba la autotrascendencia hacia las cosas, la libertad, la responsabilidad y la capacidad de decidir. Como la demencia, en la que se pierden sectores importantes de la función cerebral, el consumismo es un Alzheimer de la existencia que socaba los organismos implicados en la realización del sentido de la vida”.
La salida para el autor está en una resistencia consciente a esta mentalidad y en educarnos en una relación con el mundo de las cosas consciente y crítica, libre y responsable, en la forma en que nos vinculamos con las cosas y con los demás.
La vivencia del tiempo
La vivencia actual de tiempo es muy diferente a la que se vivió hace unas pocas décadas. El interés se ha centrado en lo instantáneo, viviendo en lo inmediato. Nadie puede esperar nada. No hay trabajos estables ni proyectos duraderos, todo es provisorio y cambiante.
La flexibilidad en los horarios paradójicamente genera una nueva esclavitud: No hay lugar para el ocio. Hay personas que incluso cuando piensan en agendar su “tiempo libre”, también lo viven como un compromiso que les agota. El ocio que los griegos utilizaban para el cultivo del espíritu, hoy es casi una mala palabra. Todo hueco en la agenda hay que llenarlo compulsivamente, para sentirse una persona “ocupada” y por lo tanto importante.
El exceso lo domina todo y “aprovechar al máximo” se ha vuelto una consigna positiva, cuando en realidad solo lleva a un resecamiento del sentido y de la vida entera. Las urgencias cotidianas nunca terminan y lo importante se desplaza para cuando haya tiempo, que en realidad nunca llega.
Así lo que en teoría creemos que es importante (familia, amigos, descanso), es aplastado y desplazado por las urgencias que exigen respuestas inmediatas. La culpa por no poder responder a todas las demandas, sin contar las redes sociales, nos vuelca en una imparable carrera donde no hay sentido, tan solo sobrevivir a la avalancha de demandas.
Según Almada la raíz más honda de los dramas de nuestro tiempo es una profunda crisis espiritual.
La respuesta
Todos los autores coinciden en la importancia del amor como la fuente del sentido, como lo que nos rescata de la autoexplotación. Reconocernos vulnerables y dejarnos querer, por Dios, por los demás, nos hace descansar en los brazos de otro, nos hace vivir de cara a otro. Buscar las respuestas en la autoayuda es seguir por el camino del egoísmo que enferma.
La salida está en reconocer nuestra vulnerabilidad, dejarnos amar, descentrarnos de nosotros mismos amando en serio y especialmente dar mayor lugar a lo más importante en nuestra vida, porque urgencias siempre habrá, pero lo que realmente importa es que nuestra vida tenga sentido, y eso ilumina todo lo que hacemos. Las personas agradecidas son las más felices. Vivir en el agradecimiento es cambiar la mirada, ser más contemplativos y descansar el corazón.
Sintéticamente, podemos resumir algunos consejos que se dan desde la psicología cognitiva: concentrarse en mis reales posibilidades para transformar mi ambiente, crecer en la capacidad contemplativa para mirar la realidad y ser creativos, trabajar mejor en lugar de más, tener objetivos realistas considerando nuestras capacidades y límites, planificar adecuadamente el tiempo, tomarse tiempo para reflexionar sobre nuestra propia vida y trabajo, tomar las cosas con distancia: “no llevarse el trabajo a casa ni en la cabeza”, cuidar y cultivar mi mundo interior (mente y corazón).
Para profundizar:
ALMADA, R.(2014). El cansancio de los buenos. La logoterapia como alternativa al desgaste profesional. Buenos Aires: Ciudad Nueva.
HAN, B.C., (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
ROJAS, E. (2013). La ansiedad. Madrid: Planeta.