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En el año 63 AC, Cicerón se quejaba airadamente de las notorias diferencias entre la cuidadosa planificación de las ciudades romanas en la Campania y las caóticas condiciones urbanas de Roma, entrampada entre pantanos y colinas.
Una serie de artículos publicados por The Guardian a propósito de los misterios encerrados no sólo en Roma sino en más de una decena de ciudades más reconstruye esta historia.
Si bien la ciudad había crecido y edificado sus murallas más o menos alrededor del templo de Júpiter, en la cima de la colina Capitolina, que funcionaba virtualmente a modo de centro de la ciudad –al que ascendían en procesión triunfal los generales victoriosos al volver de una campaña-, también es cierto que parte de la política exterior romana contribuyó a hacer de la ciudad un amasijo de calles y edificios construidos aleatoriamente.
Siendo la costumbre romana la de convertir a sus enemigos derrotados en socios comerciales, el dinero fluía a raudales hacia la ciudad en los primeros años de la República. Y así, la ciudad que crecía a la sombra del templo Capitolino al poco tiempo devino un laberíntico entramado de callejones estrechos y edificios de madera de varios pisos, con sus propios foros y mercados construidos por iniciativa privada.
Pero ¿entonces nunca hubo una verdadera planificación tras la fundación de la ciudad? De acuerdo al Ab Urbe Condita de Livio, el historiador romano, los primeros reyes etruscos sí intentaron construir la ciudad de acuerdo a principios urbanísticos básicos, pero todo ello quedó atrás después de que los galos saquearan la ciudad en el año 390 antes de Cristo.
La falta de planificación de la ciudad, y la arbitrariedad a la hora de construir, quedó sellada definitivamente cuando se concedió a los generales victoriosos la prerrogativa de construir un nuevo templo donde sea que lo desease. Los políticos destacados que tuviesen dinero suficiente no tardaron en hacer lo mismo: Sulla construyó un nuevo archivo estatal, Julio César un mercado y Pompeyo un teatro en honor a sí mismo.