Películas que, con la música, desarrollan la dimensión más espiritual de la persona
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¿Puede la música ser factor de crecimiento personal, emocional y espiritual? Lo cierto es que son frecuentes las producciones cinematográficas que presentan la música como la clave de ese crecimiento.
La música, como tal, está presente en la vida de las personas y colabora en su bienestar integral. En estas películas se propone analizar como el hecho de hacer o escuchar música se convierte en motor en la búsqueda del sentido personal, profesional, familiar, social y espiritual.
Nos sumergimos pues en esa “búsqueda de sentido”, en términos de Víctor Frankl, que se recoge en su libro El hombre en busca de sentido, a través de la práctica y la belleza de la música.
Las experiencias que observamos en el cine ayudan a sus protagonistas a elaborar su marco de visión-misión. Dotan de contenido su inteligencia espiritual y aumenta su propia autoestima, su sentido vital, sus relaciones sociales, familiares y su aportación a la mejora del mundo.
Observamos cuatro bloques en las películas de vivencia a través de la música:
Un primer bloque serían aquellas que nos presentan la experiencia musical como vía de búsqueda de la propia identidad. Con ejemplos como Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), Los chicos del coro (Cristophe Barratier, 2004), Together (Chen Kaige, 2002), La família Bélier (Eric Lartigau, 2014), El coro (François Girard, 2014), y ¡Esto es ritmo! (Thomas Grube, documental, 2004), entre otras.
Un segundo bloque nos muestra la profundidad y entrega de profesores de música que ayudan a que cada alumno saque lo mejor de sí mismo.
Casos como Profesor Holland (Stephen Herek, 1995), Música del corazón (Wes Craven, 1999), El milagro de Candeal (Fernando Trueba, documental, 2004), School of Rock (Richard Linklater, 2003), El profesor de violín (Sergio Machado, 2015), Whiplash (Damien Chazelle, 2014).
En tercer lugar, encontramos películas donde la música es fuente de socialización, de compartir, de crear vínculos, de compromiso en un objetivo común.
Lo vemos en Espera al último baile (Thomas Carter, 2001), Begin Again (John Carney, 2013), Once (John Carney, 2006), Step Up 3 (Jon Chu, 2010), El cuarteto (Dustin Hoffman, 2012), El último concierto (Yaron Zilberman, 2012).
El cuarto bloque lo formarían las películas en las que la música se convierte en factor de resiliencia en situaciones adversas. La enfermedad, la guerra, las dificultades de la vida pueden ser superadas o al menos suavizadas gracias al efecto de la música.
Lo observamos en El pianista (Roman Polanski, 2002), Shine, el resplandor de un genio (Scott Hitcks, 1996), El concierto (Radu Mihaileanu, 2009), El solista (Joe Wright, 2009), Una canción para Marion (Paul Andrew Williams, 2012), Copying Beethoven (Agnieszka Holland, 2006), El último bailarín de Mao (Bruce Beresford, 2009), El triunfo de un sueño. August Rush (Kirsten Sheridan, 2007).
El debate se abre en la valoración de actitudes y respuestas personales. La película Whiplash, por ejemplo, presenta un alumno bajo presión extrema de su profesor, que deberá reconocer sus límites y renuncias por su amor al arte de la música.
Valores y contravalores se cruzan en muchas películas que pueden y deben abrir interrogantes.
El director de cine Andrei Tarkovsky afirma en su libro Esculpir en el tiempo: “La meta del arte es reblandecer el alma, hacerla receptiva para lo bueno al ver una película valiosa o un cuadro bello o al escuchar buena música. El artista tan sólo hace un intento de expresar su visión del mundo para que las personas miren hacia su mundo con sus propios ojos, lo revivan con sus sentimientos, sus dudas y sus ideas”.
El cine permite empatizar con las experiencias vitales de los protagonistas. Estos ejemplos pueden ayudar a jóvenes y adultos a transformar sus vidas, convertir sus talentos en fortalezas.
En la película El coro, Dustin Hoffman encarna el papel de director de un coro de chicos. Al pasar a la pubertad deben abandonar el coro por el cambio de voz.
Les hace ver que en esos años han hecho algo más que cantar. Han aprendido a cuidar un gran regalo, su voz, y eso les servirá en su vida futura para cuidar de sí mismos, de su familia, de su profesión, de todos los dones que vayan recibiendo.
La música desarrolla así, la dimensión más espiritual de la persona, en sentido amplio.
Por Assumpta Montserrat, Doctora en Comunicación y Música por la Universidad Ramon Llull y creadora del PIEMIC (Programa de Inteligencia Espiritual a través de la Música y el Cine)
Artículo originalmente publicado por Cinemanet