Obama y Castro se dieron la mano en La Habana
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El Papa Francisco estará pendiente de lo que se desarrolle hoy lunes y mañana martes en La Habana. Él ha sido uno de los principales promotores de este momento.
Su mediación, junto con la del gobierno de Canadá, hizo posible el tan esperado acercamiento entre dos países, uno enorme y otro pequeño, que cada vez que se hablaban, se mostraban las garras.
Como con el Patriarca Cirilo, el Papa está derrumbando los muros. ¡Y en La Habana!
Dar buena cara
El anterior presidente de Estados Unidos que visitó Cuba fue, hace 88 años, Calvin Coolidge.
Ayer domingo por la tarde, cuando el mítico Air Force One tocó la pista del Aeropuerto José Martí de La Habana con Barack Obama, su esposa Michelle y sus dos hijas a bordo, junto con una nutrida comitiva de políticos y empresarios estadunidenses, una de las más tristes historias del siglo XX y lo que va del XXI estaría por terminar. O por comenzar en una nueva etapa.
La Habana fue remozada. Eso indica la urgencia del régimen cubano de demostrarle a su animoso vecino del Norte, tantas veces condenado por Fidel Castro, hoy convaleciente y en un eterno chándal (en el que acaba de recibir a Nicolás Maduro), que las cosas en la isla no estaban tan mal como le decían sus consejeros a Obama.
El último bastión del comunismo en América Latina se ha puesto guapo para recibir al adalid del capitalismo, del “imperialismo yanqui”, como era motejado Estados Unidos por Castro, el Che Guevara y todos sus compañeros de Sierra Maestra.
El arrogante avión del Presidente de Estados Unidos, la tanqueta que acompaña sus viajes, conocida como “La Bestia”, serán vistos como emisarios de un arreglo, aunque todos saben que las relaciones pueden tardar muchos años más es “normalizarse”.
¿Será posible que cambien?
Venezuela no pudo tomar el papel de la Unión Soviética en el sostenimiento de Cuba. Se hundió (y Maduro le está dando la puntilla) con la muerte de Hugo Chávez y con la caída internacional de los precios del petróleo.
El embargo comercial de más de 50 años ejercido por Estados Unidos ha acabado por doblar la ideología comunista.
Los apenas 145 kilómetros que separan la punta de Florida de territorio cubano, un mar infestado de tiburones, forman la brecha más amplia del continente americano: 56 años tuvieron que pasar, miles de muertos y un odio espectacular, para que Cuba y Estados Unidos se sentaran a la mesa y trataran de llevarse si no como hermanos, al menos como socios en la reflotación de la alicaída economía isleña.
Pero, ¿será posible que en dos días de visita presidencial a Cuba, Obama cambie a Raúl Castro, a todo el politburó del Partido Comunista Cubano y que una economía absolutamente estatizada se vuelva competitiva, abierta a la inversión privada?
Hay muchos que piensan que no. Que Castro está jugando a la apertura, pero que lo que quiere es ganar tiempo para la transición que, inevitablemente, ha de desatarse cuando su hermano Fidel entregue el espíritu.
Esperanzas y desesperanzas
Muchos recuerdan que Cuba, en los tiempos de Fulgencio Batista, era el “gran burdel” de Estados Unidos.
Y temen que los cruceros, los operadores turísticos, la “industria” sexual que tantos dividendos arroja en Estados Unidos a sus promotores, tomen la isla por un nuevo y exótico plató para seguir con sus andadas.
Y, desde luego, los casinos; los comerciantes de droga, los especuladores de la miseria. Algunos de ellos están apostados en el horizonte. Esperando que Cuba se abra un poquito, para hacer negocio.
Tras la llegada de Fidel Castro al poder, en 1959, se volvió en el gran referente de la izquierda latinoamericana, pero de la misma forma, lanzó al exilio –corriendo todos los peligros imaginables—a una población cercana a los dos millones de personas.
Hay otros 11 millones que viven en la isla. Y que también están cansados de tanta penuria económica.
Finalmente, algo “iguala” a esperanzados y desesperanzados; el asunto es la confusión. Los enemigos son ahora amigos. Y eso no estaba en el libreto del catecismo comunista. Tampoco en el guión del capitalismo liberal. Aunque en este se entiende (que no se justifica).
Alguna vez se dijo que Estados Unidos no tenía política exterior, sino que tenía intereses en el exterior. Pues eso.