Cerrada en Roma la fase diocesana de la causa de beatificación del argentino más famoso de la curia romana (hasta Bergoglio)
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El cardenal argentino más famoso de la curia romana antes del papa Bergoglio está de camino hacia la santidad. Se ha cerrado en Roma la fase diocesana de la causa de beatificación y canonización de Eduardo Pironio, nacido en 1920 en el país “del confín del mundo”, de una familia de migrantes friulanos.
Pablo VI lo llamó al Vaticano para guiar a los religiosos en el post concilio, años en que la Iglesia de América Latina –Pironio fue presidente del CELAM– había madurado “la opción preferencial por los pobres”.
Una opción no sólo teórica, como cuenta a Aleteia Fernando Vérgez LC, secretario general del Governatorato del Vaticano y durante 23 años secretario personal de Pironio.
La opción de los pobres
“Su opción por los pobres –explica Vérgez– no se limitaba a la pobreza material, pero como dice el Evangelio “antes predicó el Reino y luego dio el pan”.
Pironio se preocupaba de la raíz de la pobreza, es decir, la maldad del hombre. Esto, sin embargo, se traducía en la realidad y lo hacía a través de la actitud con los pobres”.
El cardenal no dejaba con las manos vacías a ningún pobre que se le acercara y sobre todo se dirigía a ellos con cordialidad, saludándolos en el recorrido que hacía a pie desde la plaza del Santo Oficio, donde vivía, hasta la Congregación para los Religiosos. Un afecto que los pobres reconocían y apreciaban.
Una vez un viejito que estacionaba los coches le expresó su pesar porque en el cónclave que había elegido al papa Albino Luciani, habría preferido ver elegido a Pironio.
El cardenal –que acompañaba la mansedumbre con ironía– comentó: “Mira, mis votos se quedaron fuera del cónclave…”.
Los laicos y las Jornadas Mundiales de la Juventud
Después Juan Pablo II le encomendó al cardenal Pironio el ámbito de los laicos, y en particular los jóvenes, encontrando con entusiasmo paterno a miles durante las Jornadas Mundiales de la Juventud, hasta la de París en 1997, en la que no pudo participar porque estaba limitado por la enfermedad que lo condujo a la muerte al año siguiente.
La opción del pontífice de dar a Pironio la presidencia del Consejo Pontificio para los Laicos transfiriéndolo de la Congregación para los Religiosos de la que era prefecto, produjo habladurías sobre malos entendidos entre los dos y una especie de “reducción” del papel del cardenal.
Una hipótesis completamente desmentida por Vérgez: “No lo pasé a una papel “De serie B”, dijo con claridad Juan Pablo II al enfrentar el tema en una comida con los colaboradores. Los laicos necesitaban un pastor que infundiera vida y por eso lo nominé”.
“Acuérdese –concluyó el papa- de que encomiendo en sus manos la parte más numerosa y sana de la Iglesia”.
Bergoglio y la nostalgia por el amigo
“Recordar a Pironio, el amigo de Dios –dijo durante una conmemoración en el 2002 el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio– produce nostalgia por ya no contar aquí en la tierra con ese amigo de los hombres y para todos los hombres”.
“Pero también es conmemorar a aquel que dejó a la Iglesia de Jesucristo el camino de la amistad como medio para andar seguros hacia Dios con los hermanos”, añadió.
Y no se esconden los parecidos en la visión de Iglesia entre los dos pastores. “Es verdad –afirma Vérgez al responder a las preguntas de Aleteia– que encuentro en el Papa Francisco muchos aspectos de la visión de Iglesia del cardenal Pironio: la idea de una Iglesia servidora; el papel del pueblo de Dios; la actitud hacia los pobres”.
Magnificat
En su testamento espiritual, donde aparece 13 veces la palabra Magnificat, el cardenal Pironio escribió: “He querido ser padre, hermano y amigo de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, de todo el pueblo de Dios”.
Y el rostro sonriente del cardenal argentino que tenía siempre tiempo para todos es quizá el recuerdo más vivo en la memoria de quien ha entrelazado en la tierra su camino hacia la santidad.
“Su puerta estaba siempre abierta -recuerda con conmoción el obispo, que estuvo junto a Pironio durante 23 años-. Recibía a quien quisiera hablarle y escuchaba, con una gran capacidad de diálogo con todos, dando ánimos”.
“Mucha gente salía llorando de esos encuentros agradeciendo el consuelo recibido -recuerda-. Nunca le guardó rencor a nadie. Perdonó siempre. Incluso a quien sabía que le hacía mal y lo calumniaba, siempre le abrió los brazos”.
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