Si no conectamos con su intimidad entre los 7 y los 12 años de edad, podemos encontrarnos de repente con un extrañoLlega una edad en que los niños se visten y lavan solos, pasan gran parte del día en el colegio, nos cuentan todo con lujo de detalles y aún no muestran síntomas de adolescencia.
Pareciera ideal… pero hay que estar alerta, estar cerca de ellos y demostrarles mucho afecto pues están preparándose para entrar en etapas mucho más complejas de su desarrollo.
– ¿Dónde está Vicente? -pregunta el papá al llegar a casa por la tarde.
– En su pieza -responde la mamá-, ahí ha pasado todo el día jugando con sus autitos: ni se ha sentido.
¡Qué maravilla! A esta edad los niños dejan de ser esos bebés hiperdependientes a los que hay que alimentar, vestir, bañar y llevar al baño y nos dejan mucho más tiempo libre para hacer nuestras cosas.
Lejos está todavía la adolescencia, con sus episodios de rebeldía e inevitables distanciamientos, y bien podríamos pensar que estamos disfrutando de un verdadero recreo educativo.
Gran error. Aunque Vicente pase todo el día en su pieza jugando a los autitos, sin demandar la atención de sus padres, su mundo interior está creciendo mucho más rápido que su apariencia exterior, y si no nos ponemos atentos, proponiéndonos instantes precisos y concretos para conectarnos con esa intimidad suya que se consolida, podemos encontrarnos de la noche a la mañana con un extraño…, que se ha vuelto adolescente muy lejos nuestro.
Las caricias psicológicas
Cuando conocemos casos de adolescentes que están muy alejados de sus padres, al grado de ser unos verdaderos extraños viviendo bajo el mismo techo, no podemos simplificar la explicación diciendo que “hubo falta de afecto”.
Lo más probable es que esos padres amaran a sus hijos: ocurrió que, simplemente, no se dieron cuenta de que debían transformar sus relaciones afectivas.
Y es que, inevitablemente, el niño deja de ser un bebé al que abrazamos y besamos a cada rato. Ya no lo llevamos en brazos hasta su cama, ni lo acurrucamos para hacerlo dormir.
Se distancian los besos y abrazos a medida que aumentan otro tipo de exigencias, escolares o familiares.
Si bien es absolutamente natural que ya no le besemos todo el día, debemos proponernos no perder nunca el buen hábito de relacionarnos físicamente con los hijos.
Un beso de despedida al dejarlos en el colegio, un beso al recibirlos en casa por la tarde, un abrazo bien dado a la hora de felicitarlos por algo, una caricia en el pelo en otro momento del día, no sobran ni malcrían a nadie.
Pero obviamente la expresión del afecto va mucho más allá de estos gestos y también sería un error creer que con sólo besarlos lo estamos haciendo bien.
Este error, sobre todo, suelen cometerlo los padres que quieren reparar en sus propios hijos la falta de afecto físico que ellos recibieron en su infancia, ya que es claro que las generaciones anteriores fueron mucho más formales para convivir con los hijos que la nuestra.
El clima afectivo es para todos
La expresión positiva del afecto es aquella que hace sentir bien al otro. En el caso de un hijo, lo hará sentir bien el calor corporal de sus padres, su cuidado y atención constantes.
En el caso de un niño de 7 a 12 años, al calor físico se suman otros aspectos importantes:
– El clima emocional del hogar: crecer en una casa donde no hay gritos y llantos constantes es absolutamente diferente a crecer en un espacio donde hay una perpetua guerra de poder entre quienes viven allí.
En el primer caso, la familia instala al niño en una realidad placentera y él va consolidando su identidad en un clima emocional estable; en el otro caso, los adultos prácticamente lo arrojan a un mundo adverso, donde él crece con un sinnúmero de inseguridades.
– La manera de comunicarse de su familia: si el niño aprende que, pase lo que pase, cuenta con la confianza de sus padres, se sentirá siempre bien. Aquí no vale decirle “ten confianza”, hay que demostrarle con el lenguaje de los hechos que esto es cierto.
Por ello, y con criterio, es bueno que el hijo escuche al papá y a la mamá confidenciarse alguna pena (como que extraña a un pariente o amigo ausente), o preocupación (como un asunto menor de trabajo).
No se trata de entristecerle o preocuparle, sino de demostrarle que la familia comparte dolores y que estamos siempre dispuestos a escuchar y comprender al que está pasando un mal momento.
– Los espacios que se destinan a pasar ratos entretenidos: No es sólo estar juntos en la casa. Al niño a esta edad le gusta salir fuera. Esto lo comprendíamos claramente en la etapa anterior, cuando de bebé se ponía mañoso si no lo llevábamos un rato a la plaza.
Eso no cambia en esta etapa y es importante que los papás, sin egoísmos, compartan con sus hijos el tiempo libre.
Se requiere heroísmo a veces, pues al papá le puede agradar mucho más andar en bicicleta o jugar fútbol con otros adultos; o a la mamá le puede atraer mucho más tomar té con las amigas.
Pero para un niño es vital sentirse aceptado en el mundo de los padres, integrado en algunos de sus panoramas; de lo contrario es inevitable que sospeche que “mientras menos se note, más lo quieren”.
Fragmento de un artículo originalmente publicado por encuentra.com