Permitirle elegir el menú el día de su cumpleaños, exponer sus fotos en lugares destacados de la casa,…
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No basta con el clima afectivo familiar para hacer sentir querido a un niño. El amor de los padres por sus hijos -al igual que el amor conyugal- exige “predilección”, es decir, una constante demostración de que el otro es único para uno.
La exclusividad quiere decir hechos y tiempos precisos para cada hijo. Algunos ejemplos extraídos de experiencias contadas por padres de familias comunes y corrientes:
– Una mamá cuenta que el día del santo o el cumpleaños de cada hijo -independiente de que la gran celebración- ese niño puede disponer el menú de la comida y elegir comer lo que más le guste. Eso lo hará sentir especial ese día.
– Un papá invita a comer a solas -sin mamá ni hermanos- al hijo que está de cumpleaños. El mismo niño se encarga de elegir el restaurante al que irán; cuando están más grandes incluso deben encargarse de hacer la reserva con tiempo. Así, en la intimidad de esa comida, pueden conversar y cultivar la confianza y la amistad.
– Una mamá con varios hijos cuenta que aunque sería más fácil llevar a comprar zapatos a varios hijos a la vez, se da el tiempo de salir al menos una vez por semestre con cada hijo. Vitrinean con calma, y compran los zapatos sin prisa. Así va conociendo los gustos de cada uno y permitiéndoles que sientan que tienen derecho a tener gustos propios.
– Un papá explica que ha destinado una pared completa del primer piso a fotos de sus hijos. Ellos saben así, concretamente, que su vida es muy importante para ellos. Este mismo papá cuenta que en su dormitorio tiene enmarcados dibujos de los niños y carpetas donde guarda las libretas de notas, los diplomas, alguna carta, cualquier recuerdo de cada hijo. Con el tiempo, ellos mismos meten en la carpeta algo que consideran valioso de guardar.
La profundidad del afecto, por su parte, implica conocer a fondo a cada hijo. Esto se logra no sólo conversando con ellos, sino también observándolos. Algunas ideas:
– Vale la pena “profesionalizarse” un poco como papá y mamá y leer algo de caracterología, para saber si el hijo es apasionado, flemático, colérico … ; también podemos ir a conferencias para aprender a descubrir tempranamente sus talentos y ayudarlos a transformarlos en intereses.
– La expresión del afecto no se logra en un instante sublime; necesita tiempo. Y por ello los papás deben aprender a comunicarse bien con sus hijos: si cultivan un estilo educativo cortante, jamás van a lograr profundizar en el afecto. Por ello hay que desarrollar estrategias de conversación que permitan que un diálogo dure varios minutos: no interrumpirlos mientras cuentan algo, tener paciencia para escuchar sus historias por largas que sean…
A la hora de retarlos por algo -esto es inevitable- jamás humillarlos y menos someterlos a punta de gritos. Utilizar frases como “Te entiendo, pero…”, “Sí, pero…”, en vez de los cortantes “Por ningún motivo”.
¿Para qué el afecto?
– A través del afecto se le entrega una identidad sana al hijo. Se le trasmite que “vale oro”, que lo queremos más que a nada en esta tierra porque él es único e irrepetible, valioso y amado, con un lugar propio en el mundo y con unos talentos que debe cultivar para crecer, realizarse y hacer felices a los demás.
– A través del afecto se instala al hijo paulatinamente en la realidad. Se le adiestra para protegerse de los peligros, para salvar obstáculos, para vencer adversidades, para afrontar problemas. Como los animales a sus cachorros, los padres les muestran el mundo a sus hijos y a través del afecto los guían, les enseñan sus secretos de adulto y les dan la seguridad de que ellos los defenderán y acompañarán hasta que puedan valerse por sí mismos.
– Cuando falta el afecto, el niño crece con una identidad inestable e insegura. Y en vez de ser instalado en la realidad amorosamente por sus padres, es “arrojado” a una realidad que no siempre será clemente con él.
Lo importante es darse cuenta que a medida que los hijos crecen hay que ir trasformando la relación afectiva y profundizándola: que existen caricias psicológicas que son tan o más importantes que las físicas.
Tengamos el número de hijos que sea, dos o diez, si queremos demostrar un afecto tierno a los hijos, debemos poner en práctica acciones concretas que apuntan a que la expresión de ese afecto sea exclusivo para cada hijo y valiosamente profundo.
Artículo originalmente publicado por encuentra.com