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Ante el mal en el mundo, ¿eres de los que se indigna – sólo en Twitter?

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Famiglia Cristiana - publicado el 20/04/16
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Desde lo de Aylan Kurdi, cada día dos niños mueren ahogados en el Mediterráneo: mucha indignación, pero ¿ha cambiado algo?

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Los momentos que vivimos en el mundo no son nada fáciles; pero con la indignación únicamente tampoco se solventan los problemas, hace falta también comprometerse. Podemos dar todos los consejos que se nos ocurran, ofrecer las mejores enseñanzas como lección, dictar los mejores guiones para restarnos crispación, pero de nada servirán sino se contrae un auténtico compromiso de cambio.

¿Qué pasa cuando se educa tarde o mal? ¿Cuándo en lugar de educar se adoctrina?… Pues que se despiertan una océano de usuras. No hay mayor infierno para el ser humano que la estupidez y el odio hacia sus semejantes. Sabemos que los actos de terrorismo, cualesquiera y dondequiera que ocurran, siempre son inaceptables; sin embargo, hacemos bien poco por dar seguridad y concordia en la sociedad. Pensamos a veces que supeditándolo todo a la condena penal la cuestión se arregla y la realidad es bien diferente, pues se avivan venganzas y odios inmortales de difícil curación.

Lo fundamental, a mi forma de ver, es calmar nuestra propia indignación, por otra parte algo muy humano, y profundizar sobre el motivo de estas conductas. Nada ocurre porque sí. El asesino no conoce el amor, desprecia toda vida y también se repudia a sí mismo. Igual podríamos decir con el corrupto, tampoco conoce de fraternidad o amistad, sino de complicidad o enemistad. De ahí la importancia de que la sociedad, en su conjunto, se comprometa educativamente, reorientando estos comportamientos hacia la reinserción social.

Indignarnos o comprometernos

Las noticias son verdaderamente alarmantes con los más indefensos. Recibo un correo electrónico, donde se me dice, que cientos de menores cumplen condena en las cárceles egipcias y que han sido juzgados como adultos. Reconozco que me puede la rabia. Téngase en cuenta que lo que hoy se les da a los niños, ellos lo darán mañana a la sociedad.

Por tanto, tiene bien poco sentido hablar de progresismo o de progreso mientras haya niños infelices. Desde la muerte de Aylan Kurdi, el niño sirio cuya imagen estremeció al mundo, más de 340 niños han muerto ahogados en el este del Mediterráneo. A un promedio de dos niños se ahogan cada día, mientras el mundo se indigna, pero no hace nada, o hace bien poco, por ponerles a salvo.

La ira que esto pueda ocasionarnos ha de llevarnos a comprometernos mucho más, cuando menos a aceptar la responsabilidad de modificar nuestras específicas actuaciones. Tenemos que mostrar una actitud de fidelidad, de dedicación y constancia por mejorar la vida de todos y de cada uno, se encuentren donde se encuentren.

Nos toca restituir la esperanza a los excluidos, a cuantos caminan privados de dignidad, con un compromiso de luz que sea testimonio de nuestra coherencia ciudadana. Las personas adultas, por su parte, son quienes, a partir de los propios errores, pueden ofrecer enseñanzas inolvidables al resto de la sociedad.

Elegir la unión

Pero cuidado con cegarnos con la indignación y que se aprovechen de nosotros con la falsedad. Muchos de estos partidos populistas, que acaban de tomar poder, andan al acecho de la presa fácil. Nos quieren ganar para sí, justamente por los votos. Suelen decir lo que queremos oír.

Pero, a estos populistas interesados, solo les importa dividirnos, ponernos en la lucha. Su ruta de acción es bien clara: dividen y escenifican el mismo argumento siempre: ricos contra pobres, gente sencilla (o humilde) frente a la clase (o la casta). ¿Les suena?. Son los nuevos monarcas de la política. Abundan por doquier país. Suelen apuntar como enemigos, según la situación y el momento, a la camarilla de oligarcas, a los mercados financieros o al mismo Estado, del que pretenden aprovecharse declarándose defensores de nadie, ya que utilizan absurdas manipulaciones y ofrecimientos de insostenible cumplimiento.

En la base de todas estas políticas de “no-verdad”, hay una concepción permanente de juego perverso de la violencia, dulcificado con el término de escrache; atacando de este modo, con la jerga de la protesta, la causa de lo democrático. Realmente ellos son la contrariedad, el pensamiento retrógrado y opresivo, señal de que no aman a su pueblo y lo único que hacen es parlotear, en lugar de comprometerse con la mano tendida para abrirse al mundo.

Fragmento de un artículo originalmente publicado por Familia Cristiana

 

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