Una correcta historia sobre la libertad ideológica que tiene como protagonista a Dalton Trumbo, guionista de Vacaciones en Roma
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Trumbo nos cuenta la historia de Dalton Trumbo, uno de los más reputados guionistas de Hollywood que tuvo el dudoso honor de formar parte de los llamados “10 de Hollywood”. Cuando la caza de brujas causó estragos en la industria del cine en Estados Unidos hubo un grupo de personas que se negaron a claudicar, agachar la cabeza y colaborar con una iniciativa a todas luces desquiciada.
El objetivo era limpiar de cualquier atisbo ideológico que recordara lejanamente al comunismo de suelo americano, con especial atención a Hollywood. Trumbo era un comunista declarado y fue llamado ante el Comité de Actividades Antiamericanas y se negó a declarar. ¿El resultado? Once meses en la cárcel y un exilio obligado en México.
Pero lo peor tal vez fue que Hollywood le cerró las puertas y se negó a contratarlo. Aunque Trumbo era un escritor realmente bueno y la industria del cine en general no simpatizaba con la caza de brujas, la presión de otros medios y del propio gobierno forzó a los estudios a cerrar sus puertas a aquellos que olían a comunistas.
Aun así Trumbo siguió trabajando, ya fuera bajo seudónimo o porque una estrella con el suficiente poder se negó a que apareciera el nombre de otro cuando el guion de su película lo había escrito Trumbo, y eso pasó con Espartaco.
Llama la atención que pese a lo enrevesado del tema y al mismo tiempo, pese a lo manido de la cuestión, Trumbo siga siendo una película perfectamente asumible para cualquier espectador. Tal vez esto tenga algo que ver con el hecho de que detrás de la cámara este Jay Roach, un cineasta, en principio impensable para dirigir una historia como la de Trumbo.
Aunque puede que Roach no les diga mucho a buen seguro habrán visto más de una de sus anteriores películas entre las que se encuentran “clásicos” de la comedia descacharrada como la saga Los padres de ella o Austin Powers.
Y lo digo porque Roach parece haber hecho Trumbo para el mismo público para el que filmó Austin Powers. Sin dejar de ser una película seria, la primera no pretende dejar de dirigirse a un gran público y para esto nada mejor que la sencillez y eficacia.
A veces la sencillez, y también la eficacia, suelen infravalorarse. Es cierto que siempre llena más una compleja metáfora sobre el ser humano y su devenir existencial pero no es menos cierto que montar un largometraje sencillo y efectivo no es tarea fácil.
Resultaría muy cómodo reprocharle a Trumbo un montón de cosas (es un poco lineal, escasa de matices, y los buenos y los malos están demasiado claros, no hay puntos grises) sin embargo no es menos cierto que el film de Roach funciona como un mecanismo de relojería. De hecho Roach se atreve incluso a juguetear con un sutil sentido del humor que casi convierte la película en una genialidad si el director se hubiera decidido a arriesgar más.
Puede que por esta razón, y por el empeño de su director de realizar un alegato tan cristalino sobre la libertad, el resultado final de Trumbo sea a todas luces agradable. Quizá no sea una obra maestra, aunque también puede que gane con el tiempo. En todo caso, ya habrá tiempo para comprobarlo.