Te invitamos a hacer un Tour Virtual
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Hoy te invitamos a hacer un tour virtual por la Capilla Sixtina haciendo click aquí y desde allí quisiéramos explicar algunas cosas muy interesantes sobre el juicio final y lo que este tiene que ver con nuestra vida cristiana.
1. Un poco de historia para situarnos…
El Papa Clemente VII le encargó a Miguel Ángel de pintar una Capilla mejor conocida como Magna, tal vez porque no era muy pequeña, pero que ahora la llamaban Sixtina, en honor del Papa Sixto IV que había ordenado su restauración algunos años antes (entre el 1473 y 1481). Cuando Clemente VII muere, su sucesor Pablo III confirma a Miguel Ángel en la titánica empresa.
El pintor esta vez acepta el proyecto (la primera vez lo había rechazado) y lo cumplirá con devoción entre 1536 y 1541, es decir, tan solo unos años después del violento y desastroso saqueo de Roma (que influirá seguramente en el dramatismo de la composición, pues toda la idealización y armonía humanista se había puesto en tela de juicio después de este desastroso evento).
La obra será monumental (13,70 x 12,20 metros y una 400 figuras). y sobre ella, a lo largo de la historia, se escribirán miles de libros por expertos a los que nosotros no podríamos hacer ni sombra. Por este motivo, con modestia, nos fijaremos tan solo en una parte, no por ello poco importante. Nos referimos a la pared del ábside del fondo, donde se encuentra representado el Juicio Final.
2. Importancia del Juicio Final para la vida cristiana y algunas precisiones
En encíclica Spe Salvi el entonces Papa Benedicto XVI, enseñaba que:
“Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo. En la configuración de los edificios sagrados cristianos, que quería hacer visible la amplitud histórica y cósmica de la fe en Cristo, se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor que vuelve como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental estaba el Juicio final como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida, una representación que miraba y acompañaba a los fieles justamente en su retorno a lo cotidiano. En el desarrollo de la iconografía, sin embargo, se ha dado después cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio, que obviamente fascinaba a los artistas más que el esplendor de la esperanza, el cual quedaba con frecuencia excesivamente oculto bajo la amenaza” (Spe Salvi 41-42).
Ahora bien, se podría decir que la obra de Miguel Ángel se sitúa más en este último grupo, pues si observamos con atención, aun cuando se mantiene la armonía clásica y casi formal del arte del renacimiento (al menos en las proporciones y en los cuerpos), la escena esta cargada de tensiones llenas de dramatismo, así como también lo están algunas de las expresiones de los personajes.
3. El Centro de todo
©Wikimedia commons
En el centro vemos a Cristo alrededor del cual converge toda la escena y los personajes.Desciende con las semblanzas de una poderosa divinidad griega. No aparece el manso y humilde hijo del carpintero o el Cristo Pantocrátor de los íconos bizantinos que tiende a ser más semejante al hombre histórico. No. Aquí nos encontramos lejos de esa «forma de siervo» que menciona San Pablo en su himno cristológico a los Filipenses. Más bien nos vemos ante una especie de grandioso Zeus, que, aun reflejando una profunda parsimonia, con su mano alzada parece estar a punto de lanzar sus saetas de rayos sobre el mundo.
En este sentido, una sana crítica que puede hacerse al respecto, es que esta alianza que se da entre la revelación cristiana (Miguel Ángel se inspira en el Apocalipsis) y el arte del mundo clásico y sus figuras mitológicas que renacen durante este periodo, en algunos puntos distorsiona el mensaje cristiano. Pues mientras para el mundo griego la perfección es ideal, para el cristianismo, de modo completamente inverso, lo ideal, el Logos, desde el cual, por el cual y en el cual, todo ha sido creado, no se debe buscar afuera como si se encontrara lejos de nosotros en su perfección acabada, en su formalidad autónoma, como si se tratase de un Dios estático (como las estatuas griegas), no, por el contrario, esta «forma ideal» para nosotros se ha hecho carne y ha venido a habitar en medio de nosotros.
Sí, nuestro Dios es uno que inflamado de pasión y de amor, extiende su Palabra hasta los confines de nuestra «caverna» (como simbolizan tan bellamente los íconos del nacimiento de Jesús), asumiendo los límites de nuestra materia en toda su radicalidad. A mi parecer el Juicio Final, se debe siempre purificar de sus exageraciones terroríficas, a través del crisol de este profundo misterio, que es la pasión y muerte de Jesús.
Aclarado esto, volvamos al fresco.
4. Los ángeles y santos
©Wikimedia commons
Ángeles: Sobre Cristo (en las medias lunas) encontramos ángeles que recuerdan la pasión llevando en un movimiento de gran intensidad los símbolos de la corona de espinas, la cruz y la columna en la que Jesús fue azotado y que recuerdan su sacrificio por la salvación de la humanidad.
Más abajo, en cambio, hay un grupo ángeles que suenan las trompetas, acompañados de otros que sostienen unos libros. Ambos anuncian la llegada del juicio final. El libro pequeño hace referencia al libro de la vida (donde se encuentran los nombres de los elegidos o salvados); y el libro grande, al de la muerte (donde figuran los condenados).
Santos: Veamos algunos de los santos. Al costado de Cristo, la primera y la más importante entre todos es la Virgen, que se acerca a su Hijo, con un sutil gesto de temor ante el poderoso veredicto que debe juzgar a vivos y muertos.
A los pies de Cristo dos mártires ocupan un lugar especial: San Lorenzo diácono y mártir de Roma (que lleva la parrilla en la que fue quemado), y San Bartolomé, que tiene en la mano su propio pellejo, símbolo de la muerte que recibió (fue despellejado). Dicen que Miguel Ángel aprovechó para autorretratarse en el rostro de la piel.
A nuestra derecha vemos a San Pedro que tiene en la mano una llave de oro y otra plata con las que puede abrir las puertas del paraíso, y que ahora, parece insinuar con su gesto, quiere devolvérselas a Cristo. A su lado está San Pablo que realiza un leve gesto de temor con la mano. Al lado opuesto, cerca de la Virgen, vemos a San Andrés llevando una cruz en forma de X, sobre la cual predicó amarrado, mientras padecía durante tres días. Al costado de San Andrés se encuentra un personaje que algunos identifican con San Juan Bautista, aunque otros hipotizan que podría tratarse de Adán.
A los pies de Pedro, por otra parte, encontramos un grupo de mártires que portan consigo los instrumentos del martirio: primero está San Simón que tiene la sierra, luego a su costado vemos a Dimas, el buen ladrón, que carga con su cruz. La que tiene una especie de rueda con púas en las manos es Santa Catalina de Alejandría. San Blas, obispo armeno, es el que sostiene rastrillos de cardar y el soldado romano San Sebastián sostiene unas flechas. Destaca también el cirineo, que también carga la Cruz.
5. Ascenso y descenso, cielo e infierno
©Wikimedia commons
Podemos contemplar que la escena está compuesta siguiendo un movimiento giratorio, según la imagen del pastor que separa las ovejas de las cabras, usada para describir de la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos (cf. Mt 25,31-46).
Las ovejas a la derecha: Mirando el fresco a nuestra izquierda (que corresponde a la derecha de Cristo), podemos observar un movimiento de ascensión de los hombres que suben al cielo para reunirse con los santos. Algunos con expresiones de desconcierto o de éxtasis exploran el espacio como si no comprendiesen del todo lo que está sucediendo. Otros más conscientes, suben ayudados o aferrándose a las nubes. Más abajo, cerca de la tierra, vemos a los muertos que salen resucitados de sus tumbas para asistir, aún confundidos, al Juicio Final. También cerca de ellos se asoman, asechando desde unas cavernas, algunos demonios que intentan impedir que sean llevados al paraíso. Un poco más hacia el centro se puede observar la cueva que simboliza la boca por donde se entra al infierno.
Cabritos a la izquierda: Mientras a nuestra derecha (izquierda de Cristo), en una dinámica contraria se encuentran los hombres condenados que descienden para dirigirse a los infiernos. Todos se arremolinan, como racimos, formando un conjunto cargado de fuerza. Los ángeles y demonios se esfuerzan por precipitar a los condenados. Los cuerpos son titánicos y transmiten una fuerza que desborda. Destacan por una parte algunos símbolos más externos: como la figura del avaro que lleva una bolsa repleta de dinero y unas llaves, y por otra las expresiones más interiores de desolación y angustia, de quienes deben enfrentar y aceptar ahora la verdad sobre su vida y su destino, como por ejemplo la figura del hombre que se cubre el rostro con gran dramatismo y compunción (esta imagen impresionó e inspiró a Rodin para hacer su famoso escultura del pensador).
En la parte de más abajo a la derecha, vemos en la Laguna de Estigia a Caronte, barquero encargado de trasladar a los muertos al reino del Hades (según la mitología griega), que en la parte izquierda de su barca, amenaza con un remo a los condenados que se demoran o no quieren bajar, una vez llegados a su terrible destino. También esta él rey Minos el juez de los infiernos, al que Miguel Ángel retrató con el rostro de Biaggio de Cesea, un gran maestre de ceremonias del Vaticano que se oponía, pues le parecía indecente, a la idea de representar una escena tan sagrada con cuerpos desnudos. Cuentan por ahí que después de ir a quejarse ante el papa (Pablo III) y a implorarle que lo “sacaran del infierno”, a lo que este le respondió: “hijo mío, si te hubieran colocado en el Purgatorio, yo todavía hubiera podido hacer algo, pero en el infierno no puedo; no tengo autoridad”.
6. ¿Qué se puede concluir de todo esto para nuestra vida cristiana?
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Aquí una magnífica respuesta que el entonces Papa Benedicto XVI dirigió en un encuentro con el clero de Roma el 7 de febrero de 2008, allí decía.
En las visitas ad limina de los obispos de los países ex comunistas veo siempre cómo en esas tierras no sólo han quedado destruidos el planeta, la ecología, sino sobre todo, y más gravemente, las almas. Recobrar la conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es la primera tarea de reconstrucción de la tierra. Esta es la experiencia común de esos países. La reconstrucción de la tierra, respetando el grito de sufrimiento de este planeta, solo se puede realizar encontrando a Dios en el alma, con los ojos abiertos hacia Dios.
Por eso, usted tiene razón: debemos hablar de todo esto precisamente por responsabilidad con la tierra, con los hombres que viven hoy. También debemos hablar del pecado como posibilidad de destruirse a sí mismos, y así también de destruir otras partes de la tierra. En la encíclica traté de demostrar que precisamente el juicio final de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo, pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos. Como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne, que él considera irreal, podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales.
(…) Tenemos necesidad de estar preparados, de ser purificados. Esta es nuestra esperanza: también con mucha suciedad en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava finalmente con su bondad, que viene de su cruz. Así nos hace capaces de estar eternamente con él. De este modo el paraíso es la esperanza, es la justicia finalmente realizada. Y también nos da los criterios para vivir, para que este tiempo sea de algún modo un paraíso, para que sea una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, existe ya un poco de paraíso en el mundo, y esto se puede comprobar. Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los mandamientos, de la que debemos hablar más.
El sacramento de la penitencia nos brinda la ocasión de renovarnos hasta el fondo con el poder de Dios —Ego te absolvo—, que es posible porque Cristo tomó sobre sí estos pecados, estas culpas. Me parece que hoy esta es una gran necesidad. Podemos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como es la experiencia de todos, no sólo necesitan consejos, sino también una auténtica renovación, que únicamente puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que este es el gran nexo de los misterios que, al final, influyen realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos meditarlos continuamente, para poder después hacer que lleguen de nuevo a nuestra gente.
Fragmento de un artículo originalmente publicado por Catholic Link