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Maldita caja…

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Tommy Tighe - publicado el 24/05/16
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¿Has dado el toque final a la habitación del bebé? Nosotros preparamos su último viaje al cementerio

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Cuánto camino recorrido.

Cuánto camino recorrido desde el día que supimos que el embarazo terminaría con la muerte certera de nuestro hijo.

Cuánto camino recorrido hasta hoy, a unas pocas semanas (en el mejor de los casos) de ese instante en el que, apenas llegue, nos abandonará. Sí, menudo camino.

A medida que su nacimiento se acerca con paso firme, nosotros hacemos todo lo que podemos por intentar valorar cada instante que tenemos con nuestro bebé.

En lugar de permitir que cada uno de sus movimientos nos recuerde su inminente desaparición, nos esforzamos en ofrecerle todo nuestro amor durante estos momentos que aún nos quedan para vivir con él.

Pero cada calambre, cada una de las contracciones Braxton Hicks, esas contracciones “falsas” que preparan el cuerpo para que todo funcione bien antes de que comience el verdadero trabajo, nos recuerda que se nos acaba el tiempo.

Hago todo lo que puedo por ver el regalo que es su vida. Sin embargo, cada día, cada semana que pasa, parece que mis pensamientos los acapara una maldita caja.

En un momento en el que la mayor parte de los padres dan el toque final a la habitación del bebé o releen por enésima vez la lista de nacimiento, nosotros nos preparamos para ir al cementerio.

Y aquí estamos, sentados alrededor de la mesa de nuestro salón para hablar de su funeral. Y para elegir la dichosa caja.

La veo cada vez que cierro los ojos. La caja en la que el pequeño cuerpo de mi hijo esperará el regreso de Nuestro Señor, y mentiría si dijera que la idea de este certero fin no me destroza.

Mi corazón se rompe en mil pedazos, no hay día en que no me sienta invadido por el miedo ante lo que sucederá con total seguridad.

Llegados a este punto de mi historia, debería continuar lógicamente con una nota de esperanza, con una lección positiva extraída de un sufrimiento terrible, como a menudo hacen los autores de este tipo de artículos. Pero este no es el propósito de este escrito.

Hoy, quisiera decir que existen trances que nos sumergen en un dolor abismal, tan profundo que nos hace imposible prever cualquier atisbo de esperanza, por tenue que sea.

La angustia y la desesperación pueden suponer un verdadero desafío a la fe. Y no pasa nada si es así.

Cada situación difícil no nos ayuda forzosamente a sacar una conclusión positiva. Y está bien que sea así.

Dios no permite el sufrimiento en nuestras vidas simplemente porque quiera que aprendamos algo. La razón por la que permite el sufrimiento, sobre todo el de los inocentes, sigue siendo un gran misterio.

Pero en mi opinión, si Él lo permite, es porque quiere que aceptemos la eventualidad de tener que sentirlo y vivirlo.

Él desea que nos acerquemos a él experimentando a nuestra manera nuestro propio huerto de Getsemaní, rezando para no sufrir, pero dispuestos a soportar el sufrimiento si tal es su voluntad.

Él quiere que le digamos que sí sin esperar consuelo a cambio. Quiere que cerremos los ojos, visualicemos esta maldita caja, y sigamos adelante.

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