“Una iglesia rural tiene un valor de entre 50.000 y 400.000 euros”
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La agencia inmobiliaria Patrice Besse Castillos y Mansiones, con sede en París, está especializada en la venta edificios destacados.
Patrice Besse analiza un edificios religiosos en auge el mercado y se apoya en una red de unos sesenta colaboradores: fotógrafos, arquitectos, antiguos alumnos de la Escuela del Louvre, historiadores de arte, periodistas.
Es la primera agencia a la que se le ha concedido un premio internacional en la Unesco, en 2013, por el IIPP, el Instituto Internacional de Promoción y Prestigio, por motivo del “reconocimiento internacional por la salvaguardia del patrimonio cultural y arquitectónico”.
¿Cómo llega uno a especializarse en la venta de iglesias en Francia?
Por azar –¡como todo lo que hago!–, una oportunidad condujo a la siguiente, y así.
Un día vendí mi primera iglesia, en la diócesis de Soissons (Aisne). El administrador de la diócesis se puso en contacto conmigo para valorar una propiedad, sabiendo que me ocupaba de edificios destacados (castillos, mansiones, casas de campo, viviendas antiguas, etc.).
Como todo fue muy bien, me recomendó a uno de sus colegas y, poco a poco, me fueron confiando nuevos edificios religiosos.
Actualmente tenemos muy buenas referencias en internet, dentro de la medida de una especialización tan inusual como ésta.
¿De cuántas iglesias se ocupa usted?
Representan una parte ínfima de nuestras ventas; cada año valoramos una decena de ellas y vendemos una media docena, de entre los más de 600 edificios presentes en nuestro catálogo.
No las publicamos todas, ya que algunos obispos no desean que se divulgue.
¿Dónde se sitúan principalmente estos edificios?
La mayoría se encuentran en el norte de Francia. Los administradores de esta región me han informado de que aquí las contribuciones a la Iglesia [le denier du culte, según la legislación francesa, no contempla la financiación estatal] son las más modestas de Francia.
Hay un desinterés por las iglesias en esta región mayor que en el resto de regiones. Me resulta extraño, porque creía que las poblaciones pobres se acercaban más a la religión que las más acomodadas.
¿Estas iglesias tienen características en común?
Rara vez están en mal estado, puesto que las diócesis las mantienen lo mejor que pueden hasta el final.
Una iglesia rural tiene un valor de entre 50.000 y 400.000 euros como máximo. Las cifras están muy por debajo de las que se manejan en París o en los centros urbanos de otros lugares. Este no es el mismo mercado y, sencillamente, no me interesa.
¿Por qué razón?
Aunque parezca extraño, no soy hombre de dinero. Intelectualmente hablando, me divierte más encargarme de una propiedad en lo más recóndito de la región de Soissons que en el distrito VII de París.
No rechazaría este último caso si se presentara, pero me produciría menos entusiasmo. Ya me han contactado una veintena de veces sin que llegáramos a un acuerdo.
Más tarde, me di cuenta de que los propietarios de estas iglesias no habían necesitado de un especialista para la venta, lo que desde mi punto de vista es un grave error.
¿A qué se refiere?
Perdieron una suma considerable de dinero y sin garantías de que los nuevos propietarios se ocuparan correctamente del inmueble. La gente dice a menudo: “No vale nada porque ni yo mismo sé qué hacer con él”.
Es el caso de un municipio de la Mancha que, nada menos, ha donado su iglesia al propietario del castillo local, pensando que organizaría allí las bodas.
Bueno, yo creo que eso es un error: cuando se dona cualquier cosa, la gente presta menos atención a su cuidado. Por desgracia, es el caso de este nuevo propietario.
En lo que a mí respecta, yo podría haber vendido el edificio por entre 50.000 y 100.000 euros, que representa una cantidad considerable para un pueblo pequeño.
¡Tenga en cuenta que eso representa quizás la mitad de su presupuesto anual! Es una pena, porque existen compradores apasionados por este tipo de lugares.
¿Cuál es el perfil de esos potenciales compradores?
Para cada bien, hago lo posible porque el propietario deje la iglesia abierta al público. Así que intento venderla a personas que no quieran vivir ahí.
Para ser sincero, en las raras ocasiones en las que las personas deciden lo contrario, siempre me han parecido unos personajes un tanto malsanos.
Las iglesias no están hechas para eso. Lo más frecuente es que los habitantes del alrededor hayan recibido bautismo o se hayan casado allí. Aunque ya no sean “lugares de culto”, siguen siendo “lugares de memoria”.
Mi concepto es el de favorecer los proyectos que garanticen un acceso relativamente libre. Recientemente hemos vendido un edificio religioso a un profesional que hacía grabaciones de cantos líricos; ofrece con regularidad conciertos abiertos al público.
Entonces, ¿no es necesario destruir estas iglesias, como hemos podido observar tan a menudo en Francia?
¡Es un absoluto error! Los que toman esas decisiones no tienen ninguna conciencia de su verdadero valor, además de que los costes de la demolición son muy elevados.
No se les ocurre que una iglesia puede ser reacondicionada. Si me vinieran a ver, ¡les disuadiría de la demolición y me encargaría de la venta!
Pronto Francia sólo vivirá del turismo. Al margen del aspecto religioso, las iglesias forman parte de la identidad de las ciudades o pueblos de Francia, así que es primordial preservarlas.
¿Tiene usted el derecho de rechazar la propuesta de un comprador si su proyecto no le conviene?
De ningún modo. Incluso si alguno quisiera poner un sex shop… Un día me hicieron una proposición descabellada para adquirir la capilla de Notre-Dame de la Garde, instalada sobre los acantilados de Étretat.
Pertenecía a unos particulares que la usaban sólo durante el verano. La puse a la venta por 200.000 euros.
Al día siguiente, vinieron a verme unos hombres con el proyecto de instalar allí… ¡una freiduría! La idea en sí no es mala, pero les hice comprender que el lugar no era el más apropiado.
Finalmente, el conservatorio del litoral fue el que la adquirió, antes de ponerla a disposición del obispado. La historia de esta capilla ha tenido un final feliz, pero, por desgracia, sigue siendo un caso muy raro.