Sigo con él porque prometí hacerlo en la salud y en la enfermedad
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Estoy casada con un viciado en videojuegos. Nunca he sido capaz de decir estas palabras en voz alta, y ahora que estoy escribiendo, lucho contra la voluntad de apretar el botón “delete”. No, no estoy casada con un adolescente; estoy casada con un hombre de mediana edad, y durante nuestros años de matrimonio – década y media – he guardado muy bien ese secreto.
El vicio no era evidente para mí mientras éramos novios. Yo le conocía desde hacía años, y no veía señales que apuntasen a negligencia en el trabajo o en la vida social. Sin embargo, casi inmediatamente después de nuestra luna de miel, descubrí a un hombre que estaba constante y compulsivamente ligado a su Xbox o computador.
Mis reclamos para que me acompañase a la cama eran ignorados porque jugaba durante la noche, y yo me sentía abrumada, como mi emoción por vivir finalmente con mi alma gemela, que se vio sustituida por la soledad, la confusión y el aislamiento. No sorprende, durante los primeros seis meses de casamiento yo tenía miedos nocturnos, una ansiedad que nunca había conocido antes, y desarrollé dificultad para dormir.
Sé que existen personas que no creen en el vicio del videojuego. Sin embargo, muchos estudios comparan las características de otros tipos de adicciones con las de los que juegan a videojuegos excesivamente: la compulsión, la necesidad de huir de la realidad, el aislamiento, fracaso en el empleo y matrimonio, problemas de salud, depresión.
Sé que no estoy sola. Según un artículo publicado en el American Journal of Preventive Medicine en 2009, la edad media de entusiasmo en un videojuego es 35 años. Internet está llena de salas de chat para “viudas de juegos” y programas de recuperación para jugadores de videojuegos.
La realidad es que estoy viviendo en el mismo círculo de vergüenza y de locura que alguien casado con un alcohólico. Si tenemos que acudir a eventos sociales o tenemos obligaciones familiares, como aniversarios o paseos, y tardamos mucho, mi marido se vuelve irritado y ansioso, desesperado para volver al campo de batalla. Estoy constantemente pidiendo disculpas porque él lleva otro automóvil y sale antes, o mucho más a menudo, porque no aparece.
Mi tiempo en casa incluye todas las tareas domésticas, y yo soy la única responsable de los baños, de llevar a dormir, dar las comidas y todas las obligaciones de una casa llena de niños. Cuando mis hijos eran más pequeños, me preocupaba salir de casa, porque cuando volvía los encontraba sin supervisión, mientras que mi marido, usando los auriculares, estaba abstraído con una misión. He llorado, implorado, negociado.
Algunos me preguntarán por qué sigo con él. Sigo con él porque dije que lo haría. Yo estaba en un altar y dije en la salud y en la enfermedad. No soy tan distinta de ti. Quizás tu vivas con un adicto al trabajo, o al alcohol… todos tenemos nuestras cruces.
Entre perder la cabeza y negar el problema, opté por aceptar mi situación y no dejar que las faltas de mi marido arruinasen mi vida también. Tomé el control de lo que yo podía controlar: mi propia felicidad. Descubrí nuevos intereses, empecé a correr y practicar deportes, y encontré alegría en paseos divertidos con mis hijos para no perderme lo que hacen – los pequeños y sencillos momentos que hacen la vida fabulosa. Y con eso, descubrí que tengo la mayor arma ante la duda y la miseria: mi fe.
Porque con la fe, viene la esperanza. Esperanza de cambiar, esperanza de renacer. En cada día que amanece entrego a mi familia a la Madre de Dios y pido la fuerza y la perseverancia de Santa Mónica. Aunque muchas veces se la considera a la luz de la conversión de su hijo rebelde, San Agustín, Santa Mônica vivía con un marido inestable e infiel. Sus oraciones por él eran implacables, y eventualmente, exitosas, ya que él se convirtió en su lecho de muerte. Por eso la Iglesia le dio el título de santa patrona de los matrimonios difíciles, como el mío.
Amo a mi marido. En mi vida no faltan momentos de alegría. A través de la fidelidad y la oración, Dios sigue bendiciéndonos. Mi mensaje para las que están en situaciones semejantes es la esperanza. Porque nuestro Dios es un Dios bueno y fiel, y puede cambiar en más duro de los corazones, y nunca puede ser superado en su generosidad.