“Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”
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Aun siendo difícil de poner en práctica, la oración conyugal es la que coloca a Dios en medio de la pareja, la que nos hace existir como pareja cristiana.
Lejos quedaron aquellos días de preparación para el matrimonio en los que nos comprometimos a rezar juntos todas las noches…
Al principio, nos limitábamos a recitar juntos unos cuantos Ave María, a agradecer a Dios la vida que teníamos y a confiarle nuestras intenciones…
Cada noche el mismo ritual… y luego, al cabo de unos meses, cansados de esta oración cotidiana a la que habíamos dado un carácter mecánico, y alejados cada vez más del entusiasmo de los primeros meses de matrimonio, dejamos de rezar.
Sin duda alguna, habíamos entendido mal el profundo sentido de todo aquello; lo hacíamos por una especie de exigencia de nuestro amor, una exigencia que no habíamos ni meditado ni analizado lo suficiente.
Tampoco hay duda de que, sencillamente, no sabíamos cómo rezar juntos.
La oración conyugal, elemento fundador de nuestra comunión
Aunque probablemente sea “el aspecto más difícil de nuestro compromiso”, según Alex y Maud Lauriot Prévost, miembros de la congregación de parejas misioneras Communion Priscille et Aquila y autores de Jésus sauve ton couple [Jesús salva tu pareja](Salvator, 2013) y de Évangéliser le mariage: le kérygme conjugal [Evangelizar el matrimonio: el kerygma conyugal] (Salvator, 2013), la oración conyugal es “un elemento absolutamente esencial para la vida cristiana de los esposos”.
Antes que un ritual, “la oración en pareja es una experiencia común de diálogo y comunión con Dios”, según la definen Alex y Maud Lauriot Prévost.
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A través de esta oración en común, cada uno de nosotros trata de manifestar su deseo de construir algo más grande que la suma de un hombre y una mujer.
Ese algo es la familia cristiana, la partícula elemental de la Iglesia, dentro de la cual se vivirá el Amor de Dios. La pareja cristiana es una pequeña Iglesia en sí misma: es la Iglesia doméstica.
La oración conyugal, una defensa contra la división
“En la pareja, quedamos desnudos delante del otro, físicamente, pero también compartimos nuestra vida interior”, insisten Alex y Maud.
Rezar en pareja supone también aceptar mostrarse al otro en la propia vulnerabilidad y ofrecerse en esta vulnerabilidad, en un abandono a Dios.
Rezar de manera vertical: Aunque la oración conyugal sea un pilar de nuestra relación, sería un error creer que está ahí en primer lugar para nosotros. Si oramos juntos, es ante todo para Dios.
Se trata de alabarle juntos, de buscar juntos aplicar su voluntad en el hogar, y no es, en un principio, para profundizar en nuestra intimidad conyugal y conocernos mejor. Si esto último es un efecto derivado de nuestra oración, tanto mejor, pero no es el objetivo.
Tampoco debe servir como una manera indirecta de ajustar cuentas mientras el otro no tiene el turno de palabra…
Es decir, nunca rezaríamos diciendo: “Señor, ayuda a mi cónyuge a no trabajar tanto tiempo y a pasar más tiempo con los niños”… a menos que el cónyuge nos lo haya pedido.
Alabar al Señor: Dar gracias es el mejor antídoto contra las tensiones y los resentimientos entre nosotros.
“Si no sabemos elogiar, dar las gracias, quedamos aplastados por el peso de nuestro dolor y de nuestros problemas”, opina Maud Lauriot Prévost.
Alabemos también al Señor por el otro, para darle gracias por haberlo puesto en nuestra vida, incluso y a pesar de que nos haya podido hacer daño. “Den gracias al Señor cuando el otro nos plantea un problema, créanme, eso cambia la vida”, asegura Maud.
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Rezar juntos es también, y antes que nada, rezar por el otro. “A menudo rezamos por un montón de cosas, pero no por el otro”, recalca Maud Lauriot Prévost.
“El Señor nos ha confiado la felicidad del otro, así que recemos por él o por ella, por que su reunión vaya bien, por que el Señor le ayude a sanar alguna herida que hayamos percibido,…”.
De esta forma, a través de la oración, hacemos que el sufrimiento esté presente entre nosotros, juntos, ante el Señor.
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Nutrirse de la palabra de Dios: Para ello, tomemos la lectura del día, leámosla en voz alta y comentemos delante del otro aquello que nos haya llamado la atención.
La palabra de Dios aleja el centro de la atención de nosotros mismos para centrarnos en Él, nos da claridad, ilumina nuestros pasos. Además, si somos “víctimas” de distracciones, nos devuelve al camino de la oración.
Para el padre Henri Caffarel, “la oración conyugal es el momento álgido del sacramento del matrimonio”. De hecho, las parejas casadas a veces se preguntan cómo recibir la gracia de su sacramento.
De la penitencia, la Eucaristía, ya saben qué hacer para recurrir a su respectiva gracia, pero ¿en el matrimonio?
“No hay que dudar en responderles que la oración conyugal es un medio privilegiado para obtener del sacramento del matrimonio las gracias que están reservadas para los esposos”, comentó el sacerdote.
“Si todos los hogares cristianos estuvieran convencidos de la importancia de la oración conyugal, si en todos los hogares la oración conyugal estuviera viva, en todo el mundo se experimentaría un aumento prodigioso de la alegría, del amor y de la gracia”.