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Los que fuimos musulmanes necesitamos acogida en las parroquias

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Sylvain Dorient - publicado el 24/06/16
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Mohammed se convirtió al cristianismo y ayuda a dar la bienvenida a los que han hecho un camino como el suyo

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Mohammed, hijo de una familia musulmana chií, estudiaba en Líbano cuando comenzó a rezar a la Virgen María, solo, de forma clandestina.

Al final de un curso, fue a ver a un profesor de macroeconomía por el que sentía especial aprecio. La conversación derivó de la economía a la metafísica y Mohammed preguntó: “¿Por qué reina aquí el odio, entre todas las comunidades? ¿Por qué cristianos y musulmanes están al borde de la guerra?”.

La enigmática respuesta quedó grabada en el chico: “Somos el grano de arena que bloquea la máquina del diablo”.

Como cristiano educado en el islam, sentía la responsabilidad de una misión. “Tengo que decir la verdad sobre el islam, ayudar a dar la bienvenida a aquellos que han hecho el mismo camino que yo”.

“El aliento discreto del Espíritu Santo”

Mohammed debe su conversión a otro profesor, Pierre, que venía a darle clases particulares cuando aún era un niño que se criaba en África, con sus hermanos y hermanas.

Era un profesor muy competente y, gracias a su ayuda, Mohammed se convirtió en un muy buen estudiante, aunque Pierre tenía un comportamiento extraño. Rezaba siempre a la misma hora, de rodillas. Cuando se quedaba a comer, bendecía la comida…

Éramos de cultura musulmana, pero no practicantes. Nunca habíamos visto a un cristiano como él ¡y nos preguntábamos si pertenecía a una secta!”.

El refugio de la oración

En aquella misma época, las cosas empezaron a empeorar para la familia. Estallaban peleas entre los padres y el padre tenía un comportamiento violento…

No sabía qué hacer para que aquello terminara, y le pregunté a Pierre. Me respondió que iba a enseñarme a rezar”.

El “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, el Padre Nuestro, luego las oraciones a María, el gran amor de Mohammed. “Cuanto más rezaba, más sentía crecer el amor en mi corazón, como el que riega una flor”, asegura.

Rezaba en secreto, sobre todo cuando su madre empezó a practicar el islam. “Éramos una familia muy abierta y acogedora, teníamos amigos cristianos e incluso judíos”.

Pero el padre de familia tomó una segunda esposa que hacía sufrir terriblemente a la primera.

Los vecinos le dijeron que había sido castigada por Dios por ser una mala musulmana, así que entraron en escena unas prácticas hasta entonces ignoradas: empezó a llevar velo, a decir oraciones… “pero yo veía que se estaba hundiendo en la tristeza”, recuerda Mohammed.

“¿Me has dicho la verdad?”

El chico se convirtió en hombre, un joven brillante preparado para marchar a Beirut para continuar con sus estudios. Fue a ver a Pierre una última vez y le preguntó: “Señor Pierre, dígame la verdad, ¿me ha mentido?”. Y Pierre respondió: “Nunca”.

La separación del profesor le afectó, al igual que la llegada a un Líbano marcado por las divisiones religiosas. De allí obtuvo su inscripción en una gran escuela francesa… “con la ayuda de Dios y la intercesión de la Virgen María”, declara Mohammed.

“En cada etapa de mi vida, Dios me fue preparando el terreno, me permitió conocer a personas que me pusieron en el buen camino. ¡Él actúa discretamente pero con eficacia!”.

También gracias a Dios, según afirma, encontró un puesto de trabajo en una empresa francesa, donde continúa –aún hoy día– ocultando su conversión. Algunos de sus compañeros son musulmanes y teme su reacción.

Internet, un invento de Dios

A pesar de su éxito profesional, no se sentía completamente feliz. Recitaba el rosario en soledad, como un cristiano de las catacumbas.

Y una tarde se le ocurrió utilizar lo que él llama “un invento de Dios” que, según aclara, “como todas las invenciones, puede ser corrompida”: Internet.

Buscó en Google “musulmanes conversos” y descubrió centenares de vídeos. Siempre receloso, creó una falsa dirección de correo electrónico y entró en contacto con uno de ellos.

Contactos clandestinos con los cristianos

Para su primer encuentro, había prevenido a un amigo de que debía volver a las 20h, “para que alguien me buscara si era raptado”… Pero en el lugar de reunión le esperaba un sacerdote con sotana, hecho que le tranquilizó.

Le entregó un Evangelio según san Marcos. “Lo devoré”, recuerda Mohammed. A partir de entonces, comenzó para este joven una nueva iniciación al cristianismo, puesto que sólo conocía unas pocas oraciones.

Se interesó también por el Corán, que no conocía bien en realidad. Tras descubrir la vida del profeta Mahoma a través de los hadices, concluyó: “Yo, que soy pecador, soy mejor que este hombre, no quiero nada de él, ¡quiero a Cristo!”.

Con esta voluntad entró en una asociación dedicada a los conversos, Notre-Dame de l’Accueil, antiguamente Notre-Dame de Kabylie.

“No comprendían que quisiera dejar el islam”

Comenzó a frecuentar su parroquia y fue bien recibido, pero la reacción de ciertos cristianos le sorprendió.

Según recuerda, “algunos de ellos me decían que el islam es una religión hermosa, no comprendían que quisiera dejarla… Me enfurecía”.

Aun así, ahora diferencia el dogma de las personas y señala que existen musulmanes que son más cristianos que algunos cristianos…

La bienvenida a los conversos

De simple converso, en adelante pasó a formar parte de aquellos que daban la bienvenida a los conversos.

Tuvo la alegría de saber que una de sus hermanas, en parte gracias al anuncio de su conversión, también se había acercado a Cristo.

Ahora da consejo y recibe a musulmanes atraídos por Jesús: “Si a usted le sucede esto, sepa que está siendo el instrumento del Espíritu Santo. Déjele hacer su trabajo. Escuche atentamente y, si hay alguien que sienta un conflicto contra el islam por querer convertirse, que no caiga en el odio, sean artesanos de la paz y caminen juntos”.

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