Un inteligente documental que se deja en el cajón un tema fundamental: cuál es la propuesta política real de la dirigente catalana
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Tras el 15-M, en España afloró una nueva realidad política. Los diques imaginarios de la transición y las provisionales garantías del Estado del Bienestar hicieron aguas, arrollados por sucesivos tsunamis: los pelotazos inmobiliarios, las famosas sub-prime y los juegos financieros de altos vuelos que luego dieron en llamarse delitos de cuello blanco.
Mientras funcionó el café para todos, la amplísima clase media vivía sumida en un estado de euforia consumista que no le dejaba darse cuenta de lo que se estaba fraguando: un futuro de paro y decepción para la nueva generación millenial. Pero a la que empezaron a sentirse los síntomas de la enfermedad sistémica, las plazas de las grandes ciudades se llenaron no solo de los llamados perroflautas, sino de colectivos de muy diversa índole que protestaban ante la pandémica corrupción política y económica y ante sus indeseables efectos, como el creciente paro y los dramáticos desahucios.
Precisamente, como reacción ante esta última realidad masiva, en Barcelona, surge la PAH (Plataforma de afectados por la hipoteca), liderada por Ada Colau, que rápidamente se convierte en la representante del levantamiento ciudadano contra el statu quo de los políticos y los banqueros, cuya connivencia estaba resultando “criminal”, según palabras de la propia dirigente, para las clases empobrecidas, incapaces de pagar una vivienda que las entidades financieras se quedaban simplemente para engrosar sus arcas patrimoniales.
El documental Alcaldessa (2016) nos explica la historia de esta mujer desde el momento en que deja la dirección de la PAH para presentarse a alcaldesa de la ciudad condal hasta el instante épico en que es investida como tal. El resultado es óptimo. El largometraje consigue emocionar y transmitir un mensaje nítido: Ada Colau es la mismísima encarnación de la voluntad del pueblo que se rebela como expresión íntima de las multitudes.
Si Ada Colau fuese la mitad de lo que cuenta el documental, no habría duda, sería la respuesta a nuestras plegarias. Sin embargo, quizás este fantástico audiovisual, preparado por los espléndidos profesionales de su equipo de campaña, adolece de la eliminación de determinados elementos que son estratégicamente eliminados del metraje, como, por ejemplo, el componente político e ideológico de la candidatura.
Tranquilos, no me voy a poner aquí a llamar a Colau “venezolana”, como hacen en el filme Marhuenda y Alberto Fernández Díaz. La verdad es que sería injusto adjetivarla así, porque nuestra alcaldesa es una catalana de pura cepa. Pero es curioso que, en determinados puntos del relato, se opte por esquivar la explicitación de las condiciones políticas concretas que pusieron Podemos e IC al equipo de Colau cuando tramaron el acuerdo para presentarse conjuntamente a las elecciones municipales.
En este documental se escoge muy inteligentemente el lenguaje de lo personal y lo íntimo para mostrarnos a una mujer de clase media-baja hija de hippies divorciados a la que la sociedad siempre intentó marginar en su inicial timidez y que ante el espectáculo dantesco de represión de las mayorías por parte de los más privilegiados ha decidido alzarse y luchar en nombre de los más humildes, antaño proletarios.
El retrato está montado con maestría. En su imagen se consigue aunar: a) el imaginario de la autenticidad, la fidelidad a uno mismo, ideal por antonomasia de la modernidad; b) con su modalidad posmoderna, la transparencia, el acceso a la intimidad del personaje, en total sintonía con una sociedad del reality y los confesionarios de Gran Hermano; y c) con presencia de la líder carismática, convertida en una especie de encarnación o manifestación de los oprimidos y de la prosecución ganadora del bien común.
Mejor que criticar una obra propagandística así, yo pondría a sus contrincantes políticos a tomar notas y a hacer los deberes: el mundo ha cambiado y algunos se han dado cuenta. Ya no valen las frías cifras macroeconómicas y las abstractas ideas del progreso: la gente necesita un cálido abrazo, epifánico y comunional, y no le gusta el pringue de la (vieja) política.