Estamos educando “personas”, creadas para amar y para alcanzar una felicidad plena
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¿Quieres que tus hijos actúen como borregos? ¿Qué hagan sus deberes solo cuando estas atrás de ellos? ¿Qué en cuanto se vean solos se comporten como animales? ¿Qué sean incapaces de responsabilizarse de sus cosas porque papi, mami o el cole les resuelve todo? ¿Qué todo les parezca difícil?
¿Qué sean incapaces de convertirse en ciudadanos responsables? ¿Qué se justifiquen siempre echando culpas a los demás? ¿Qué a la hora de salir del cascaron, el mundo se los acabe? ¿Qué sean incapaces de decir “no”? ¿Qué sean incapaces de dirigir su propia vida y de responsabilizarse de su propio destino? ¿Qué no tengan la fortaleza para salir adelante? ¿Qué todo lo que se propongan y quieran alcanzar se vea truncado por falta de voluntad?
Claro que no, me dirán. Pero, por experiencia propia les puedo decir que los tribunales eclesiásticos están llenos de causas en las que los matrimonios fracasan, debido a que uno o ambos cónyuges son incapaces de hacerse dueños y señores de sí mismos y de su vida.
Entonces nos preguntaremos ¿cómo surgen estas personas? ¿Qué fue lo que les paso? En algunas ocasiones han vivido verdaderas experiencias traumáticas o padecen algún trastorno psíquico, pero muchos, y esos son los que me preocupan, son producto de un estilo de educación muy generalizada, que los releva de toda responsabilidad. Son personas instaladas en la inmadurez debido a patrones educativos fomentados tanto en casa como en los centros educativos.
A mí como madre de 4 jóvenes me gustaría que el colegio los ayudara a descubrir la bondad de hacerse una persona responsablemente íntegra e integral. Que los jóvenes aprendieran a hacerse cargo de sus cosas: sus calificaciones, sus tareas, sus actividades extracurriculares, sus relaciones sociales, su tiempo, etc. porque esa es la educación que mi esposo y yo procuramos darles en casa. Pero muchas veces no encontramos apoyo en el colegio.
Hemos notado que a los jóvenes se les quiere tratar como niños de 6 años cuando ya son casi adultos o ya lo son ante la ley. La razón puede ser por economía de tiempo y esfuerzo, pero eso no es formativo. Claro que es más fácil saltarse a los jóvenes, debido a los conocidos retos que presenta esta edad, relevándolos de cualquier responsabilidad y pasar directamente a los padres de familia, para que sean ellos quienes vean sus tareas, sus calificaciones, sus actividades extracurriculares, etc. con el pretexto de querer hacer familia.
Me da la impresión que tanto papas como colegios tienen miedo de perder el “control” y que no les tienen “confianza” a los jóvenes. Pierden de vista que no estamos amaestrando animales. Estamos educando “personas”, creadas para amar y para alcanzar una felicidad plena. Lo único que se logra con este sistema sobreprotector de educación son personas temerosas, inseguras, sin habilidades para enfrentar problemas, eso sí, obedientes, cual animalitos. ¿Pero es eso lo que queremos para nuestros hijos, para nuestra Iglesia, para nuestra sociedad?
Para Aristóteles, la causa final es aquello por lo cual se hace algo y explica el porqué o para qué de una acción. El cristiano está destinado a alcanzar la felicidad plena y permanente en el amor incondicional de su Padre Dios -mediante una relación interpersonal con Él y su auto-conformación en imagen de Jesucristo-. Esta es su finalidad: vivir felizmente en el amor verdadero, bello y bueno de Dios por siempre. Por lo tanto, la formación en los centros de educación cristianos han de tener como finalidad, el que sus alumnos alcancen libremente ese nivel de perfección, posible a los seres humanos.
Si las personas humanas solo logramos llegar a esas instancias sublimes mediante nuestras acciones “libres”, es menester que la educación en los colegios esté enfocada a formar seres humanos libres. Esto quiere decir que sean capaces de realizar actos “humanos responsables”.
Si somos conscientes de que los estamos educando para la libertad ésta tiene que ir siendo vivida y asumida paulatinamente, pero con todas sus consecuencias. A esta edad el hecho que un joven se quede sin ir a un viaje del colegio por no haber estado pendiente de que sus padres le dieran el dinero para cubrir los gastos o que repruebe una evaluación mensual porque prefirió irse al cine el día anterior, son pequeñas frustraciones y problemas que tendrá que afrontar y superar, que además son adecuados y proporcionados a su edad y que es bueno que enfrente.
Si queremos que nuestros hijos sean hombre y mujeres fuertes, no lo serán de un día para otro, solo por haber cumplido la mayoría de edad. Pensar así es un grave error. Una persona con fuerza moral, capaz de impulsar su propia vida, con fuerza para hacer el bien, solo se logra a través de acciones repetidas en el tiempo y a través de asumir como propias las consecuencias de los propios actos (aunque sea responsabilidad de los padres y de sus representantes en el centro educativo vigilarlos y orientarlos para que actúen con una libertad bien formada y responsable).
No tendremos una juventud animosa frente a la adversidad, si no han aprendido a gestionar y lograr sus cosas con valentía, con fortaleza. Santo Tomás, situaba a la fortaleza entre las cuatro virtudes cardinales, es decir, entre las virtudes sobre las que giran otras virtudes, junto a la prudencia, la templanza y la justicia. Ninguna de estas virtudes será suya si no la aprenden y experimentan en casa y en los centros educativos.
Mediante prueba-error el joven tendrá que aprender a dominarse para obtener resultados buenos, a pesar de los obstáculos. Claro que estos jóvenes que pueden equivocarse chocan con aquellos padres que viven a través de sus hijos y que se sienten orgullosos de sus “familias perfectas”.
A estos padres hay que decirles que no existen los hijos perfectos y que están haciendo un doble mal: por un lado, se están poniendo una venda sobre los ojos, están cayendo un una actitud de exceso de estimación propia, que es sinónimo de soberbia, de vanidad, que significa “vanus”, es decir que se enorgullecen de algo sin fundamento y opuesto a la verdad. Y por otro lado, están robándoles a sus hijos la oportunidad de crecer como personas, de ejercitarse en las virtudes, lo que traerá como consecuencia que sus hijos en cuanto puedan se revelen debido al ambiente de autoritario paternalismo en el que viven y que les rebaja a objetos de satisfacción personal o institucional. Estos jóvenes en cuanto puedan soltaran riendas cual caballos desbocados.
Tanto los padres como los educadores tienen que ser consientes de que los jóvenes están en un proceso de maduración y que actitudes de diálogo y escucha, de comprensión, comunicación y aceptación de la crítica por parte de los hijos y alumnos, a los esquemas y estructuras familiares y docentes, son lo propio para el trato con ellos.
A través de la comunicación padres y educadores compartirán valores, alegrías y tristezas con los jóvenes, y juntos mediante acciones educativas y de encuentro interpersonal, se enfocaran en el objetivo de que los jóvenes adquieran las habilidades necesarias para hacerse cargo de su propia vida. Mediante una actitud de sincero interés por ellos y su formación, de tolerancia ante sus errores, de comprensión, de generosa perseverancia y respeto a su dignidad y etapa madurativa, es que realmente podremos ayudarlos a crecer como personas libres y responsables.
La labor educativa no es cualquier cosa, es una labor de gran responsabilidad tanto para padres como para educadores, en ella esta puesta la posibilidad del joven de poder ser feliz, aquí y ahora y en la eternidad. Así que reflexionemos seriamente los que estamos haciendo al respecto.
Artículo originalmente publicado por encuentra.com