No tienes que ser buen estudiante para ser santoEn su libro The Shepherd Who Didn’t Run [El pastor que no huyó], sobre la vida del sacerdote Stanley Rother, primer mártir oficial de Estados Unidos, la autora María Ruiz Scaperlanda explica al detalle cómo casi llega a arruinarse la ordenación de Rother a causa de su pobre formación académica, posiblemente derivada de disfunciones en el aprendizaje.
Recientemente, Aleteia presentó una oración para ayudar a los estudiantes con problemas dedicada a san José Cupertino, un teólogo famoso por su intelecto mediocre, aunque de piedad sin igual.
Y nos hizo pensar sobre cómo Dios usa a los excelsamente brillantes, como Aquino y Agustín, tanto como a las personas más corrientes que no sienten la llamada al mundo de la erudición para lograr sus propósitos divinos.
Veamos el caso de estos tres santos que fracasaron en numerosos exámenes durante sus estudios pero que, aun así, consiguieron ser una influencia para miles de vidas a través de su ejemplo:
Juan María Vianney, Santo Cura de Ars – Nacido de padres granjeros, el futuro Cura de Ars sintió la llamada al sacerdocio desde muy joven, pero se le impidió asistir a la escuela debido a la Revolución francesa.
Una vez disminuyeron las tensiones en Francia, Vianney se matriculó en una escuela local y, a pesar de ser el mayor de la clase, tenía problemas con su plan de estudios.
Se burlaban de él constantemente por su ignorancia; un día un joven estudiante se mofó de él porque no podía responder una pregunta y le dio un puñetazo en la cara.
Aquel estudiante era Mathias Loras, que terminó siendo un gran amigo de Vianney y más tarde se convirtió en el primer obispo de Dubuque, Iowa, EE.UU.
Con el tiempo, Vianney fue admitido en los estudios de seminarista, aunque sus profesores lo consideraban “demasiado lento”.
Después de suspender cierto examen del seminario, el rector le dijo: “Juan Bautista, los profesores no creen que usted esté hecho para la sagrada ordenación del sacerdocio. Algunos incluso le consideran un burro que no sabe nada en absoluto de teología. ¿Cómo podríamos aprobarle para la recepción del sacramento del sacerdocio?”.
La respuesta de Vianney se hizo famosa: “Monseñor, Sansón mató a mil filisteos con la quijada de un burro. ¿Qué cree que haría Dios con un burro entero?”.
Vianney fue ordenado sacerdote gracias a su carácter santo y llegó a convertirse en uno de los mejores párrocos que haya dado la historia. El papa Benedicto XVI incluso lo denominó “santo patrón de todos los sacerdotes”.
Santa Bernardita Soubirous – De familia de molineros, Bernadette trabajó desde muy joven como pastora debido a dificultades económicas. Su trabajo le dejaba poco tiempo para el estudio y le impidió aprender el catecismo.
A los 14 años, Bernadette aún no había recibido la Primera Comunión y tenía dificultades con la lectura.
Uno de sus profesores, Jean Barbet, dijo de ella: “Bernadette tiene dificultades para retener las palabras del Catecismo, no lo puede estudiar porque no sabe leer”.
Nuestra Señora se apareció a ‘Bernardita’ —una muchacha sin ningún conocimiento teológico que no había recibido la Primera Comunión— y le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Esto fue lo que convenció al pastor local de que las apariciones eran reales, puesto que Bernadette, analfabeta, nunca podría podido concebir ese dogma teológico por su cuenta.
Bernadette continuó viviendo una vida dura, pero perseveró en santidad y en simplicidad.
Es una de los pocos santos cuyo cuerpo se mantiene incorrupto, un signo de especial gracia. Cada año, miles de peregrinos se reúnen en el lugar de la aparición en Lourdes.
Venerable Solanus Casey – Nació en Wisconsin, EE.UU., de una familia de granjeros irlandeses inmigrantes.
Solanus Casey había crecido con una formación bastante escasa y, tras sentir la vocación del sacerdocio, entró en el seminario de Milwaukee con 21 años.
Sin embargo, Casey no era capaz de seguir el ritmo de las clases, que se daban en alemán y latín.
Le aconsejaron que se uniera a una orden religiosa, donde podría ser ordenado simplex sacerdos, un grado que no le permitía escuchar en confesión ni predicar, entre otras cosas.
Fue admitido en la orden de capuchinos, pero su lucha en el seminario continuó. Sus superiores acordaron que debería ser ordenado simplex sacerdos debido a su falta de estudios e ignorancia generalizada, y le asignaron el puesto de portero o conserje, una de las tareas más básicas en la comunidad.
Sin embargo, Casey lo consideró una gran bendición y asumió muy seriamente sus responsabilidades de portero, escuchando a todo aquel que llegara al monasterio.
Su reputación de santidad se difundió y Casey fue transferido a un monasterio diferente para alejarlo de las multitudes que venían a verlo. Pronto descubrieron dónde lo habían recolocado y empezaron a llegar autobuses llenos para visitarlo.
Aunque fue conserje la mayor parte de su vida, Casey fue venerado por su santidad y se han atribuido varios milagros a su intercesión.
Las vidas de estos tres santos nos revelan que la gracia de Dios no está reservada exclusivamente a los teólogos y eruditos. De hecho, Dios usa frecuentemente a los que son más vulnerables para producir un bien mayor.
Todos estamos llamados a ser santos y Dios hará uso de nuestros defectos o desventajas para extender su Evangelio.