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Cuando ir a la escuela resulta peligroso

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Pablo Cesio - publicado el 30/06/16
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“Si tienes cualquier tipo de accidente, caes directamente al abismo”

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La aldea de Atuler, en China, cobró relevancia luego de que trascendiera la manera en la que los niños acuden a la escuela. A través de redes sociales, videos, y otros medios salió a la luz recientemente la realidad de un grupo de 15 niños de entre 6 y 15 años  que deben escalar unos 800 metros de pared rocosa para llegar a la escuela.

Sin lugar a dudas esta manera de acceder a la educación lo transforma en algo extremadamente peligroso y agotador ya que todos los días, durante dos horas, sus vidas corren peligro.

A través de la difusión de imágenes, el fotógrafo que logró registrar este momento, declaró a The Guardian que busca que las autoridades se hagan cargo y puedan cambiar esta “dolorosa realidad”.

“Si tienes cualquier tipo de accidente, caes directamente al abismo”,  agregó.

Pero no hace falta ir a China para encontrar casos de niños que realmente viven una odisea cotidiana para poder ir a la escuela.

En América Latina, en algunas regiones, también hay casos asombrosos que demuestran una actitud totalmente admirable, a pesar de lo indignante que es que sus vidas corran peligro.

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Ir a la escuela en cubos

“Este es mi barco”, dice un niño de la región de Puno (Perú) a una reportera local del medio Latina.pe.

No es ningún entrenamiento para participar de alguna disciplina olímpica, lo que pasan a diario muchos niños que viven cerca del Lago Titicaca en Perú.

Para llegar a la escuela, estos niños utilizan como medio de transporte pequeñas bateas o cubos para lavar.

En algunos momentos del año, caer al agua significa toda una complicación por el frío, ya que suele alcanzar temperaturas de cinco grados bajo cero.

Por lo general estos niños, que pertenecen al pueblo originario aymara, llegan a una escuelita flotante donde son recibidos por los educadores

“Un niño de 13 años se comporta como uno de seis o siete años. El desarrollo es muy atrasado”, expresó la directora de la escuela a esa reportera.

Con tal de llegar tiempo a clase, estos niños son capaces de dejar los miedos a un lado, hacerse al mar y soñar con un futuro mejor.

Cuando llegan, el panorama no es muy alentador: las condiciones de la escuela son precarias, con libros desactualizados y materiales (que de por sí son pocos) húmedos, entre otras adversidades.

Cual deporte extremo

Practicar deporte extremo para ir la escuela parece un tanto exagerado y hasta de mal gusto, pero es la realidad que viven varios niños de algunas regiones de Colombia, como sucede al sur de Bogotá en una zona montañosa o en la zona de Río Negro.

Tras atravesar carreteras y esquivar a posibles delincuentes, deben tirarse con un cable de acero (tirolín) y agarrados de una polea de un lado a otro.

“Es un peligro porque un niño no tiene el mismo conocimiento que un grande.  A ellos todo se les hace fácil y pueden ir engarzando en la polea y pueden hasta caer”, dijo uno de los lugareños para un informe del programa Primer Impacto de Univisión Noticias.

Samara Muñoz, una pequeña estudiante, explicó por qué se atreve a correr esa aventura para ir a la escuela. “Porque quiero estudiar y salir adelante (…) cuando sea grande”, indicó.

Samara dijo que nunca pierde el miedo en cada momento que debe usar el cable para ir de un lado al otro por lo que prefiere mirar adelante o al cielo.

Alexander Mantilla, profesor de la zona y que conoce esta realidad, expresa que hay que tener muchas ganas y fuerza para pasar de un lado al otro.

Pero claro, no para todos los niños es posible superar el desafío, por lo que muchos desisten de ir a la escuela.

El niño cero falta en Uruguay

En otros países como Argentina y Uruguay, donde hay muchas zonas rurales, para algunos ir a la escuela también representa todo un desafío por el tema de la distancia.

Tal es el caso de “Marito”, un niño uruguayo de una localidad a más de 100 kilómetros de Montevideo que en 2012 fue elegido ganador del programa Cero Falta, pues en cuatro años nunca faltó un día a clase y atravesaba caminando seis kilómetros para ir a la escuela a lo largo de campos, zonas alambradas y caminos abandonados.

En su momento este niño cobró gran relevancia pública como ejemplo a seguir a nivel nacional, pero recientemente trascendió que dejó de ir a estudiar debido  a que los padres lo dejaron de mandar al liceo.

La actualidad educativa en América Latina no es la mejor y en varios países hay dificultades para implementar planes y lograr que los niños acudan de forma rutinaria a la escuela.

Sin embargo, la realidad se hace más elocuente y llamativa con estos casos de esfuerzo y valentía en la región.

Estos son solo algunos ejemplos de niños que sueñan con un futuro mejor y que para salir de la pobreza perciben la necesidad de seguir estudiando a pesar de todos los peligros.

El espíritu es admirable, pero esta realidad no es positiva y debe ser atendida para que estas prácticas se dejen de lado e ir a la escuela no se transforme en una odisea de pequeños gigantes.

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