No llega a ningún sitio excepto a recordar que hubo un drama interno estonio por culpa de la Segunda Guerra Mundial
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Hace unos años, Andrzej Wajda conseguía con “Katyn” meter a Polonia en la carrera de los Óscar. La película, sin ser nada excepcional, mostraba parte de la intrahistoria de la Segunda Guerra Mundial en clave polaca, es decir, una película bélica no desde el punto de vista de los alemanes o los aliados. Pues bien, “1944” es una suerte de lo mismo pero en clave estonia. Ahora bien, aquí la calidad es bastante peor, y aunque fue seleccionada para ir a los Oscar ni siquiera llegó a la nominación.
Como en Katyn, el valor añadido de 1944 es la narración de las contradicciones de la guerra dentro de los países que posteriormente fueron del ala soviética. En Estonia hubo un precomunismo, un nazismo y postcomunismo. La película busca hacer una génesis en clave interna de las vivencias de la Segunda Guerra Mundial y de las heridas profundas que ello supuso.
“1944” va tener el punto de vista de los soldados estonios siempre en primer plano, tratando de hacer externos (poner distancia) al comunismo y al nazismo. Para ello la película va a tener dos partes muy diferenciadas.
En un primer momento (y casi la mitad del metraje) vamos a seguir las peripecias bélicas de un batallón del ejército alemán formado por soldados estonios defendiendo las trincheras de Estonia cuando el ejército rojo está a las puertas de la invasión.
Pero el director se encarga de mostrar que más que nacionalsocialistas, los soldados estonios se distancian de lo alemán para sentirse apegados a su patria. Luchan contra el ejército soviético porque es un ejército invasor y no por apego alguno los valores del Tercer Reich. Las escenas bélicas, aún sin tener el presupuesto hollywoodiense, se dejan ver; pero no llegan al clímax.
De hecho, la película adolece de una buena banda sonora que hubiese enfatizado y quizás suplido la falta de grandiosidad técnica de las batallas: si no tienes millones de presupuesto, pon una buena música que realce. Poner como punto de vista heroico a un batallón estonio del ejército nazi puede aparentar impopular, pero el director quiere mostrar que esos soldados creen que están defendiendo su soberanía.
En una de esas batallas se va a producir el relevo narrativo y se dará la otra mitad del metraje. El ejército rojo entra en Estonia, pero al igual que son soldados estonios del bando alemán, los soldados comunistas serán también estonios. Y entonces pasaremos al punto de vista de estonios que, más que ser comunistas (donde el director más firmemente todavía va a separar comunismo de sentimiento patrio), son hombres que buscan recuperar su país.
Con ello ya tenemos este drama de la Segunda Guerra Mundial: estonios contra estonios. Por vicisitudes de la historia se va a generar una tercera historia que una la contradicción que supuso: la de los civiles. En términos generales, tres serán los protagonistas que mostrarán esta “guerra civil” implícita: un soldado alemán estonio, su hermana y un soldado soviético estonio que se enamorará de ella.
Y todo esto estaría bien si la película estuviese bien hecha. En primer lugar, le falta transmitir el apego emocional que el espectador espera de los personajes. El metraje es lento. Las escenas dramáticas (sean en la guerra o fuera de ella) no llegan. Y quizás, sólo quizás, se pueda decir que el doblaje al español no ayude nada y haga, aún más si cabe, torpe, lenta y carente de interés a la película.
1944 no llega a ningún sitio excepto a recordar que hubo un drama interno estonio por culpa de los contendientes de la Segunda Guerra Mundial.
Si antes hemos recuperado Katyn como ejemplo de esa memoria histórica patria, llena de contradicciones y dramas, ahora nos basta recordar que nosotros tenemos una gran película (de lo mejor del cine con mayúsculas) que muestra esas contradicciones, entresijos y devaneos sin salida que es una guerra de compatriotas contra compatriotas: La Vaquilla. Donde esté Berlanga, que se quiten los demás.