No puede hablar y aun así les está dando las mayores lecciones de la vida
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Mi madre tiene párkinson en etapa avanzada y ahora hace unos siete años que vive con nuestra familia, así que ni siquiera mi hijo mayor puede recordar un tiempo anterior en el que no estuviera la abuela.
Somos miembros únicos de la generación sándwich, porque mi madre tenía 42 años cuando yo nací (¡y además tengo dos hermanos menores!) y mi marido y yo nos casamos tarde, así que mientras la mayoría de nuestros colegas ya tiene adolescentes, nosotros tenemos infantes.
En esta situación acabas teniendo pañales a ambos lados del espectro. Es cierto, es duro, pero también es fantástico. Y es particularmente fantástico para nuestros hijos.
Aquí están las 5 lecciones que creo que mis hijos están aprendiendo al tener a la abuela en casa.
- La dignidad no está en el hacer.
Ya que ella es prácticamente incapaz de hablar, mis hijos no esperan que les cuente historias de antaño, ni que les lea cuentos.
También saben que si la abuela se queda sola en la mesa del comedor, puede hacer “travesuras”, como echar cereales en el café.
Saben que si dejan algún pastel desatendido al alcance de ella, cuando vuelvan ya habrá desaparecido; ¡no ha dejado de ser golosa con la edad!
Y es que lo que haga —o no haga— no supone una diferencia para ellos. La abuela es parte de la familia, así de claro. Siempre hay una ficha para ella en los juegos de mesa y está por todas partes en las fotos familiares.
- Todo el mundo es una “carga”.
Para mis hijos, no hay nada sorprendente ni inquietante en el día a día de las necesidades de mi madre, y no dudarán en defenderla si yo tengo un momento de impaciencia.
Saben que usa pañales como su hermanito pequeño y como el hijo discapacitado de la niñera. También —y esto es importante— saben de buena tinta que algún día ellos volverán a llevar pañales.
Aún no pueden expresarlo con estas palabras, pero ya tienen una conciencia formada de que todos, de una forma u otra, somos una carga. Perciben que toda relación requiere un esfuerzo. Todas las relaciones exigen sacrificio; todas.
- El cielo está a la vuelta de la esquina.
El abuelo se fue mucho antes de que yo conociera a mi marido, pero a menudo hablamos de él y le recordamos muy especialmente el Día de los Difuntos. Saben que el abuelo “vive en el cielo”.
Y como la abuela está en la sala de estar y el abuelo en el paraíso, se ha formado una conexión natural entre estos dos “lugares”.
El cielo surge mucho en las conversaciones diarias. Una buena señal, porque tenemos que recordar lo que en Hebreos se llama el “ancla del alma”, que “penetra hasta dentro del velo” (6:18-20. Lee alguna vez este pasaje. El papa Francisco me fascinó usando esta imagen de nuestra ancla en el paraíso. No me di cuenta de que hacía referencia a las Escrituras hasta más tarde).
- Formar parte de una familia significa ser parte de algo maravilloso. También significa ceder en algunas cosas.
Hay muchas circunstancias en las que los hijos pueden aprender importantes lecciones sobre por qué el mundo no gira en torno a ellos.
Una buena forma es cuando tienen que replantear o suspender alguna actividad porque no es apta para una silla de ruedas o porque no hay nadie que se quede en casa para cuidar de la abuela. Y esto les ayuda a ser mejores personas.
- Una generación va, otra generación viene (Ec 1:4)
A menudo los pequeños hablan de cuando a mí me toque ser la abuela y entonces sea su turno para hacer de mamás y papás.
También tienen claro que, para cuando sea su turno ser abuelos, la abuela ya estará en el cielo. Lo saben, aunque estoy segura de que el concepto de muerte aún es algo difuso para ellos, porque aún no han experimentado la muerte de un ser querido.
De eso hablábamos precisamente mi hijo y yo esta semana.
“Mamá, cuando sea abuelo, la abuela ya estará en el cielo”, me dijo. “Sí”, le dije y (como ya está muy frágil) añadí: “puede que esté en el cielo mucho antes de que seas abuelo. Puede que esté en el cielo cuando tengas, por ejemplo, 26”.
“Nooooo”, respondió incrédulo. “Eso sería dentro de… de…” y empezó a contar con los dedos. Esperé a que hiciera las cuentas y se percatara de que por entonces la abuela ya tendría 102 años.
“¡La gente vive hasta los 102 años, mamá!”, declaró, seguro de que de ninguna forma la abuela se iría tan “pronto”.
“Sí, a veces la gente vive mucho, cariño. Pero… no siempre… La echaremos de menos cuando se vaya al cielo, ¿verdad?”.
Y su cara se ensombreció con el extraño pensamiento de ese día futuro.
Pero luego añadió: “Sí. Pero estará feliz porque podrá estar con Dios”.