Todos los caminos conducen a Roma. Además, en línea recta
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La construcción de la primera gran carretera romana, la célebre Via Appia, se inició el año 312 antes de Cristo, con miras a comunicar Roma y Capua para aliviar los problemas de abastecimiento de la capital durante los combates con las tribus enemigas del centro y sur de la península Itálica.
La necesidad de sortear estos ataques enemigos exigía que el camino fuese lo más corto posible, para llegar de una ciudad a otra en el menor tiempo, aunque ello implicase enfrentarse a accidentes geográficos como colinas o ríos.
Y además, también exigía que las cuadrillas de trabajadores estuviesen expuestos a ser atacados el menor tiempo posible.
En principio, seguir el curso del río o bordear la montaña parecería ser más sencillo, pero ello implicaría construir caminos serpenteantes. Esto es, incluir curvas en el diseño de la carretera. Y calcular y construir una curva es más complejo que hacerlo con una recta.
No es que los romanos no supiesen cómo trazar una curva. Lejos de eso, los romanos habían aprendido bien las lecciones de los geómetras griegos. Tanto, que los caminos romanos fueron construidos optimizando estas variables.
Así, construyeron series de rectas cortas que simplemente cambiaban de ángulo dependiendo de las variables del terreno: el sistema de alineado y construcción usado por los ingenieros romanos se apoyaba en una serie de instrumentos que hacían más fácil, práctica y rápida la proyección del camino a construir si se hacía por tramos rectos que si esta exigiese el cálculo del peralte de una curva.
En el blog Un Surco En La Sombra, se consigue una explicación detallada (y apasionante) de todo el proceso de construcción de una carretera romana. Para consultarlo sólo tiene que hacer clic aquí.