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¿Evangelizamos, o hablamos de nosotros mismos (y a nadie le interesa)?

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Miguel Pastorino - publicado el 30/08/16
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¿No será Dios el “gran ausente” en los medios de comunicación católicos?

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La comunicación de la Iglesia, desde la catequesis en una comunidad hasta una web diocesana, desde la predicación en un evento juvenil hasta un programa radial o televisivo, es una realidad tan amplia como compleja.

Los últimos pontífices han insistido en que todas las estructuras de la Iglesia tienen como finalidad la evangelización. Los obispos de América Latina reunidos en Aparecida exhortaron a poner todas las estructuras de la Iglesia al servicio de la evangelización como signo de una conversión pastoral. Pero no pocas veces se confunde evangelizar con anunciar las propias actividades eclesiales, en lugar de hablar de Dios haciéndolo cercano a todos los que reciben el mensaje.

Podríamos preguntarnos cuánto espacio ocupa en nuestra comunicación la transmisión de la fe y cuánto espacio usamos para hablar de nosotros y nuestras actividades. Es cierto que en la comunicación eclesial hay que tener en cuenta la comunicación institucional de la propia Iglesia, el diálogo con la cultura y la información de calidad sobre la vida pastoral. Y eso no debe olvidarse, pero ¿dónde debería estar el mayor esfuerzo en la comunicación? Sin dudas, en la misión esencial y específica de la Iglesia, evangelizar.

¿Cuánto espacio ocupan en los medios católicos los textos bíblicos, los santos o los autores de espiritualidad? ¿Cuánto espacio dedicamos a hablar de la experiencia de Dios y de su Palabra? ¿Cuánto espacio ocupan los testimonios de fe que susciten el deseo de conocer a Cristo?

Los contenidos sí importan

Un síntoma postmoderno en muchos medios de comunicación, que ha afectado también a los eclesiales, es la falta de contenidos y de profundidad. Se suele caer en la tentación de subestimar al que recibe el mensaje, infantilizándolo o dejándolo en la pura banalidad, cayendo en lugares comunes. No alcanza con tener muy buenos medios y profesionalidad, porque sin contenido evangelizador, tendremos lindos envases sin nada que valga la pena ofrecer.

Son muchos los testimonios de medios católicos que han optado por priorizar la evangelización, hablar a todos y no solo a los que “están dentro”, acercar la buena noticia sin preocuparse tanto por la imagen institucional, haciendo que brille el Evangelio antes que los mensajeros.

La palabra de Bergoglio y Ratzinger

Un peligro que acecha siempre a la comunicación de la Iglesia es la autorreferencialidad. El entonces Cardenal Bergoglio, en el Cónclave del 2013, antes de ser elegido como Pontífice, dijo a los Cardenales: Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma. Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico.

El cardenal Ratzinger (Benedicto XVI), en una entrevista en 1994 expresó sobre el mismo tema: Me parece innegable que existe demasiado auto-ocupación de la Iglesia consigo misma. Habla demasiado de sí, mientras tendría que dedicarse más y mejor al problema común: hallar a Dios, y hallando a Dios, hallar al hombre. En este sentido la Iglesia debería ser más abierta, menos preocupada de sí misma y más dedicada al gran tema de Dios. Y en 1995 escribió sobre la evangelización:

No podemos negar que hoy hay una gran inflación de palabras, una producción excesiva de documentos. Si la situación de la Iglesia dependiese de la cantidad de palabras, hoy asistiríamos a un florecimiento eclesial nunca visto… Sería necesario concederse más tiempo de silencio, de meditación y encuentro con lo real, para conseguir un lenguaje más fresco, que nazca de una experiencia profunda y viva, más capaz de llegar al corazón de los demás.

…Creo que en realidad son los testimonios la primera condición para la nueva evangelización. Personas que, viviendo la fe en su vida cotidiana demuestren que la fe da vida, una vida verdaderamente humana en la comunión y en la comunidad. Sólo de esta manera puede hacerse comprensible el contenido del mensaje, y por ello necesitamos núcleos de cristianos que realicen esta verificación de la fe en la vida –tanto personal como comunitariamente- y ofrezcan a todos una experiencia cuyas raíces sean dignas de conocer.

La Iglesia es como una ventana

En muchas ocasiones el Card. Ratzinger tomando la imagen de la luna usada por los Padres para referirse al misterio de la Iglesia, como aquella que no tiene luz propia, sino que refleja la luz de Cristo, ha insistido sobre la importancia de que la Iglesia sea como una ventana que muestre más allá de ella, que acerque a Dios en lugar de mostrarse ella misma, que ponga el acento en lo que Dios hace y no en lo que hacemos nosotros.

La Iglesia debe ser el puente de la fe y no puede llegar a ser un fin en sí misma. Está muy difundida hoy día, incluso en ambientes religiosos, la idea de que una persona es tanto más cristiana cuanto más está comprometida en la actividad eclesial. Se impulsa hacia una especie de terapia eclesiástica de la actividad, del hacer: se trata de asignar a cada uno un comité, o, por lo menos un compromiso en el interior de la Iglesia. Así se piensa, en cierto modo, que debe existir una actividad eclesial; se debe hablar de la Iglesia o se debe hacer algo por ella o en ella.

Pero un espejo que se refleja a sí mismo, deja de ser un espejo; una ventana que, en lugar de permitir una mirada libre hacia el horizonte lejano, se pone como una pantalla entre el observador y el mundo, ha perdido su sentido.

Puede suceder que alguien se dedique ininterrumpidamente a actividades asociativas eclesiales y ni siquiera sea cristiano. Puede suceder que alguno viva sólo de la Palabra y del Sacramento y ponga en práctica el amor que proviene de la fe, sin haber integrado jamás un comité eclesiástico, sin haberse ocupado nunca de las novedades de la política eclesiástica, sin haber formado parte de sínodos y sin haber votado en ellos, y a pesar de todo sea un cristiano auténtico. (1990)

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