La anorexia se convierte en «algo más que una droga»
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Kirsten Haglund venció a la anorexia antes de convertirse en Miss Estados Unidos. ¿Su guía? ¡La Biblia!
«Cuando sufres un problema de alimentación, tu mente no funciona con normalidad, te ves a ti misma como un ser repugnante», recuerda la ganadora del concurso Miss Estados Unidos 2008. Recorrió un largo camino antes de recuperar el apetito y el gusto por la vida.
La competición desencadenó el proceso
Apasionada de la danza, Kirsten Haglund forzó su cuerpo al límite de sus posibilidades y desde los doce años se la convencía de que para ser bella había que estar delgada. Veía en todas las revistas «pierda tres kilos, siéntase mejor», y poco a poco siguió el movimiento. Algunas de sus amigas de la clase de danza tiraban los platos de comida sigilosamente, así que ella hacía lo mismo. «Comía aproximadamente 900 calorías al día», recuerda. Adelgazó, y se alegraba cuando alguien se daba cuenta: para ella, nunca estaría lo suficientemente delgada.
Una obsesión y una esclavitud
La anorexia se convierte en «algo más que una droga», como ella indica en un vídeo que reconstruye su trayectoria. Mientras que un drogadicto rehabilitado puede distanciarse de las sustancias de las que depende, una persona bulímica o anoréxica se enfrenta al menos tres veces al día a los alimentos. Y se trata de una dependencia que va más allá de un problema físico. La persona anoréxica tiene una sensación de poder, tiene el sentimiento de que, al contrario que otros, ella controla su cuerpo. Al analizar el pasado, Kirsten Haglund tiene la sensación de que la anorexia se volvió una entidad propia que la empujaba hacia el abismo.
El deseo de tener el poder
Ella recuerda que: «la anorexia me decía que si me quedaba con ella conseguiría todo lo que me propusiera». No podía verlo, pero con 15 años se había convertido en un envoltorio vacío, así que su madre la llevó al médico, lo que ella sintió como una traición: «Yo pensaba que hacía todo lo que era necesario para convertirme en una bailarina profesional», recuerda. Convencida de que los médicos y su familia se equivocaban, hizo como si siguiese las indicaciones, pero no cambiaba nada del régimen irracional que se había establecido.
«Podía engañar a mi madre o al médico, pero no a Dios»
La naturaleza la golpeó durante una sesion de entrenamiento en un pasillo rodante: se cayó al suelo inconsciente. Durante su convalecencia, sintió de repente el deseo de volver a comer… y de divertirse, de querer ser una persona de verdad. Descubrió que había estado viviendo como aislada del mundo. Abandonó las revistas que le exigían perder peso y prefirió un ejemplar de la Biblia, que le prestó un amigo, y se detuvo sobre todo en los salmos: «Encontraba las palabras de David tan ricas, tan reales, que incluso lloré. Me di cuenta de que era una hija de Dios, que su amor era un obsequio gratuito, que no era cuestión de ganárselo o merecerlo».
Optar por contarlo
Mientras que la mayoría de chicas jóvenes que salen de la anorexia prefieren no contarlo, Kirsten Haglund cuenta públicamente su experiencia. Observa que muchas chicas jóvenes se reconocen en sus palabras. Para ella, la anorexia es un síntoma de una sociedad que tiene una relación dañina con el cuerpo, en particular con el cuerpo de la mujer.