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“Le auguro que pueda realizar un viaje en la vida para llegar a la ciudad de Dios”. Fueron las palabras que el papa Pío IX le dirigió a nada menos que Oscar Wilde cuando le recibió en audiencia privada en 1877. Unas palabras proféticas, pues Wilde, poeta y escritor transgresor, amante de los excesos de todo tipo, encarcelado por su condición homosexual, se unió a la Iglesia católica poco antes de su muerte.
Pero él mismo lo había augurado años antes de su encuentro con el anciano pontífice, cuando escribió: “El catolicismo es la única religión en la que moriría”, y cuando condenaba amargamente a su padre, por no haberle permitido hacerse católico en su adolescencia.
Cuando se afronta la figura de Oscar Wilde, se halla uno ante una personalidad enormemente compleja, llena de grandes sombras en las que no faltan increíbles destellos luminosos.
Sus obras siguen estudiándose en las escuelas y fascinando a las nuevas generaciones. Sin embargo, el problema surge respecto a “qué” Wilde se ofrece a la atención de los estudiantes. Su condición homosexual y su esteticismo transgresor le han convertido en icono cultural, pero por ello mismo, no hacen justicia a la gran complejidad de su persona y de su obra. Porque Wilde fue esto, es verdad, pero fue mucho más.
Gulisano, experto en la cultura anglosajona, ha escrito ya varios libros sobre Tolkien, Lewis, Chesterton, George MacDonald, y hace suyo el sentido de un aforisma del poeta irlandés por las que “los ideales son cosas peligrosas. Es mejor la realidad: hace daño, pero vale mucho más”; en otras palabras, el autor, para reconstruir un retrato fiel de Wilde, intenta evitar la idealización fácil y las etiquetas.
La tesis de Gulisano , autor del libro Retrato de Oscar Wilde es que el enigmático escritor constituye un misterio aún no revelado completamente. Profundizando en sus obras, Gulisano encuentra en todas ellas el hilo rojo de una espiritualidad profunda, de una búsqueda de la belleza junto a la sed de la verdad.
“La belleza hiere, pero precisamente por ello recuerda al hombre su destino último”. La frase es del cardenal Ratzinger pero podría ser de Oscar Wilde. Como se desprende del inquietante El retrato de Dorian Gray, o también de la Balada de la cárcel de Reading.
Una lectura atenta de sus obras permite descubrir un Wilde más allá de los estereotipos: no sólo a un anticonformista al que le gustaba sorprender a la conservadora sociedad victoriana inglesa, sino también a un lúcido analista de la modernidad con sus aspectos positivos e inquietantes; no solo el esteta, el poeta de lo efímero, el brillante protagonista de los salones londinenses, sino también a un hombre que, detrás de la máscara de la amoralidad, se interrogaba e invitaba a plantearse el problema del bien y el mal, de lo verdadero y lo falso, incluso en sus comedias (como La importancia de llamarse Ernesto); un hombre incómodo que prefería la sabiduría a los lugares comunes, combatiendo tenazmente contra las falsas certezas de su tiempo.
Wilde fue un hombre de grandes e intensos sentimientos, que tras la ligereza de su escritura, tras la máscara de la frivolidad e incluso del cinismo, escondía una profunda conciencia del misterioso valor de la vida.
“Hoy la gente sabe el precio de todo, pero no valora nada”, dice en El retrato de Dorian Gray. “Detrás de toda cosa preciosa hay algo trágico. El mundo tiene que sufrir para hacer brotar la flor más humilde”.
Wilde fue, afirma Gulisano, un hombre en constante búsqueda de lo Bello y de lo Bueno, pero también de ese Dios al que nunca llegó a odiar, al que respetó con elegancia caballeresca, y del que se dejó abrazar después de la dramática experiencia de la cárcel, para llegar al bautismo en el lecho de muerte.
La vida de Oscar Wilde puede entenderse como un difícil y tortuoso camino hacia esa tierra prometida que da sentido a la existencia. Un camino con muchas caídas por tremendos precipicios y por desmontes impracticables, con grandes periodos de maldad y oscuridad, no apto para personas corrientes que quieren vivir una fe cómoda y sin sobresaltos.
Pero ya lo decía el propio Wilde: “el catolicismo es una religión sólo para los santos y los pecadores. Para las personas respetables está muy bien la Iglesia anglicana”…
Fuente del artículo: Quando Oscar Wilde incontrò Pio IX de Andrea Monda, publicado en L’Osservatore Romano el 15 de julio de 2009