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A mitad de camino entre la ciudad de Quebec y Montreal, en la ciudad de Trois-Riviéres, en el distrito del Cabo de la Magdalena (Cap-de-la-Madeleine), se construyó en el año de 1659 una pequeña capilla de madera.
Allí, su primer párroco, el padre Paul Vachon, instituyó la Hermandad del Rosario, unos pocos años después. Hasta que en 1714 se comenzó la construcción de un segundo templo, más grande, que sustituiría la pequeña capilla de madera.
Este segundo templo, que actualmente se conoce como “el viejo santuario”, todavía está en pie, y es la iglesia más antigua de Canadá en la que aún se celebra, a diario, la Santa Misa.
Pero cuando el padre Vachon murió, en 1729, la iglesia pasó cerca de 155 años sin tener un párroco permanente. No fue sino hasta 1864 cuando el padre Luc Desilets llegó al lugar. Allí, tuvo una experiencia que marcó definitivamente el futuro de esa comunidad, y del propio santuario.
Desilets escuchó un extraño ruido procedente del templo. Al entrar, descubrió que se trataba de un pequeño cerdito, masticando un rosario. La experiencia marcó profundamente al sacerdote, que interpretó el hecho como una señal del abandono espiritual en el que se hallaba la comunidad.
Así, decidió darle un nuevo empuje a la Hermandad del Rosario que el propio Vachon había fundado años atrás.
Se consagró a Nuestra Señora y comenzó el rezo del rosario después de cada Misa, invitando a los habitantes de la localidad a rezarlo además en sus casas.
Al poco tiempo, la iglesia ya no daba abasto para recibir a todos los fieles. Este fue el primer milagro de Notre-Dame-Du-Cap.
El segundo está relacionado con la construcción de una tercera iglesia, que ya era necesaria para albergar a una comunidad cada vez más grande.
Habiendo obtenido los permisos en 1879, los materiales de construcción tenían que ser llevados al sitio cruzando el río San Lorenzo en el invierno. Pero ese año el invierno no fue lo suficientemente frío, y el río no se congeló.
Los feligreses rezaron el Rosario continuamente, pidiéndole a Nuestra Señora que el río se congelase para poder traer los materiales de construcción.
Desilets le prometió a la Virgen que consagraría el templo en su honor si lograban traer el material antes de la primavera.
A mediados de marzo de ese año, una serie de delgadas placas de hielo se deslizaron desde el Lago San Pedro hasta llegar al Cabo de la Magdalena.
El vicario de la parroquia y varios miembros de la comunidad trabajaron para hacer un puente de hielo con estas placas (añadiendo nieve y agua), que se mantuvo en su sitio por toda una semana.
Así, con el llamado milagro del “puente del rosario”, los materiales lograron llegar a tiempo, sin contratiempos.
El 22 de junio de 1888, el tercer milagro tuvo lugar. Fue en el mismo día de la dedicación del que se convertiría entonces en el santuario definitivo.
Una hermosa imagen de la Virgen donada por un feligrés había sido entronizada ese día, y se le había colocado, ceremoniosamente, sobre el altar.
Al caer la tarde, Pierre Lacroix, un vecino de la zona que sufría de ciertas discapacidades motoras, pidió que le ayudasen a entrar al templo, para rezar.
El padre Desilets, y un fraile franciscano de apellido Janssoone le ayudaron, y se quedaron rezando con él, y la imagen de la Virgen abrió sus ojos, durante casi diez minutos. Los tres hombres lo vieron, desde distintos lugares del templo. Por el resto de su vida, Janssoone contaría cómo ese evento había cambiado su vida.
Puede visitar la página oficial del santuario (y programar su peregrinaje) haciendo clic aquí.