Los primeros 30 años durante los cuales surgieron la religión cristiana y la Iglesia
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Después de Fils de l’homme [Hijo del hombre], un libro dedicado a la vida de Jesús, que no logró cosechar mucho éxito y que incluso pudo decepcionar a los lectores, una novela merece nuestra atención. Relata los primeros 30 años (30-31 – 62) durante los cuales surgieron la religión cristiana y la Iglesia.
Aunque bien podría pensarse, ¿para qué una novela cuando tentemos los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo y los escritos históricos de Flavio Josefo?
Y es cierto; pero una novela, bien diseñada, puede ser una contribución preciosa a la historia. Puede servir a modo de lupa; una lupa que aísla una cuestión y que la agranda.
¿Convertirse primero al judaísmo para hacerse cristiano?
Los Hechos de los Apóstoles dibujan un panorama idílico de la Iglesia primitiva (2, 42-47) y algunas de nuestras homilías se refieren a ellos para extraer enseñanzas.
La libertad de la novela escoge otro punto de vista, que también está en los Hechos: un conflicto áspero, del cual depende el desarrollo del cristianismo.
Expliquémonos.
Tras la Resurrección y, sobre todo, tras Pentecostés, aquellos que creyeron que Jesús era el Mesías verdadero, es decir, los apóstoles, las “santas mujeres”, Nicodemo, José de Arimatea y otros, quedaron divididos.
Todos eran judíos y continuaban creyendo que la Buena Nueva sólo concernía a los judíos y que, para beneficiarse de ella, para ser salvados, había que hacerse prosélito, convertirse al judaísmo (circuncisión, tabúes alimentarios y demás ritos).
La entrada en escena de Pablo
Pero aquellos que partieron en misión se dieron cuenta de que estas condiciones no hacían posible ninguna conversión. ¿Tal vez bastara con creer en Cristo y seguir sus enseñanzas?
Por un lado estaba Santiago, primer “obispo” de Jerusalén, garante y guardián de la doctrina judaizante, y por otro Felipe y Bernabé en Samaria.
La divergencia empeora con la entrada en escena de Pablo. No había conocido a Jesús, e incluso lo había perseguido en sus discípulos.
Pero recibió un rayo camino de Damasco: revelación personal, evangelio absoluto. Él es el hombre de Cristo, y la Buena Nueva es para todos los hombres, sin ninguna condición más que la fe.
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3 figuras determinantes: Santiago “hermano de Jesús”, Pablo y Pedro
Santiago, “hermano del Señor”, enclaustrado en Jerusalén, ascético, místico, pero estremecido ante las noticias que ascienden desde lo “terreno”. Pablo, gruñón, exaltado o abatido, pero sin arriesgar su misión; entre los dos, atormentado, Pedro.
Estas son las tres figuras determinantes del “concilio” de Jerusalén, en el año 50. El resultado es un término medio, que no resuelve nada.
Pablo continúa con sus viajes misioneros, hasta su detención en Jerusalén, donde había ido para intentar reconciliarse con Santiago.
En el 60 es transferido a Roma, donde se pierde su rastro, mientras que Santiago, condenado por el Sanedrín, es lapidado en el 62.
En las aguas de esta historia navega la novela, a partir de los Hechos y las cartas de Pablo. Es una obra vibrante, brillante, con abundantes diálogos (Pablo se expresa a partir de extractos de sus cartas).
Con esta lectura, profunda, placentera y provechosa, comprendemos que la Iglesia sólo pudo nacer con el tránsito de una ciudad a otra, de Jerusalén, ciudad de la antigua Alianza, a Roma, la capital del Imperio, la ciudad que miraba hacia el mundo; de ahí el sentido del título, Urbi et orbi.
Y para ello hizo falta un judío que también era ciudadano romano, Pablo, el Apóstol de las naciones.