El Señor es quien hace historia
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Un proverbio árabe dice: “Cuantos más golpes recibe un tapete, más se pule y resplandece”. Así “bajo los golpes de la guerra en Siria, la comunidad cristiana se purificó”. Son las palabras el sacerdote Ibrahim Alsabah, fraile franciscano, párroco de la iglesia de san Francisco en Alepo y vicario del obispo.
El sacerdote Ibrahim está en Italia para presentar su libro Un istante prima dell’alba, colección de sus cartas, artículos y conferencias sobre la situación en Siria. Una especie de diario (de enero 2015 a junio 2016): doscientas páginas de episodios, preguntas –las de los hombres y el sacerdote-, testimonios, reflexiones y sobre todo de esperanza, de resplandor que, incluso entre tinieblas, anuncia el amanecer de un nuevo día.
“Esta es la lógica de la fe: somos perfectamente conscientes de lo que sucede alrededor nuestro, pero en nuestro corazón reina la seguridad que la fe nos da la fuerza de resistir soñando un mundo más bello y, sobre todo, creándolo desde ahora con nuestras manos”.
[protected-iframe id=”74a781fc12becd13a8d1762fb6327b5a-95521297-93014404″ info=”https://player.vimeo.com/video/189174271″ width=”640″ height=”360″ frameborder=”0″ webkitallowfullscreen=”” mozallowfullscreen=”” allowfullscreen=””]
La iglesia de San Francisco se encuentra a 60 metros de los puestos de las milicias. Hace no más de una semana un misil de tres metros cayó sobre un terreno de la parroquia.
La situación puede explotar de un momento a otro. En la ciudad falta de todo: agua, comida, electricidad, gasolina, trabajo. La situación presente es confusa, el futuro inimaginable. Pero aquí desde la fe florecen la esperanza y la caridad. Aquí, más allá de las bombas y misiles, llueven milagros. El milagro de la vida.
La posibilidad de distribuir comida a 600 familias cada mes, de ofrecer agua y medicinas, de reparar las casas porque un ingeniero toca a la puerta del convento, de pagar las hipotecas, de ofrecer estudios a los chicos, de reconstruir el oratorio de verano por más de 200 niños. Son signos de esperanza, aunque no sean resolutivos. Son de la Iglesia que se hace “brazos, manos, pies, mente y corazón”.
Pero “el verdadero milagro es la conversión de los corazones, y lo que hace el Señor en los corazones, aquí, es más que un milagro”.
“El Señor es quien hace historia”, dice el sacerdote Ibrahim. Él no habría empezado ni siquiera algunas cosas, o hubiera hecho otras. En cambio, bastó decir sí a lo que llegaba. Todo el día, desde las 7:30 a las 23, es para servir a los demás, quienes sean. “No es mía la fuerza de esta caridad: si no alcanzara la fuerza de Dios, no podría hacer nada. Para mí es esencial la oración” cuenta.
¿Qué quiere decir sembrar esperanza cuando muere un hijo o la casa es destruida? ¿Cuando los niños pierden el sueño y son expertos en misiles en lugar de en juegos y chocolates? “No estamos a la altura de la crisis humanitaria, pero nos inclinamos ante las llagas de la humanidad, sobre el hombre privado de la dignidad mil veces al día”.
Una gratuidad contagiosa: “No queremos que el sufrimiento se vuelva encierro en el egoísmo. Debe purificarnos, impulsarnos a salir de nosotros mismos, para llegar al otro que sufre, para rezar por los demás, incluso por quien nos lanza misiles”. La caridad – dice – “tendrá siempre la primera y la última palabra sobre todo”.
“A veces, al pensar en mí mismo, me río por dentro porque, al amar los libros y la teología, me encuentro en Alepo como bombero, enfermero, ayudante y, por último, sacerdote”.
El sacerdote Ibrahim llegó hace dos años, diciendo sí a lo que entendió como un proyecto de Dios en su vida. Desde entonces han nacido más de veinte proyectos humanitarios, además del servicio pastoral: misas, confesiones, visitas a las casas, iniciativas en la parroquia.
El año pasado, a final de octubre, una bomba golpeó la cúpula de la iglesia durante la misa de la tarde, la que tiene más gente, en el momento de la comunión. Por milagro no hubo víctimas. Desde entonces las estructuras parroquiales han sido golpeadas más veces.
El 12 de diciembre de 2015, se abrió la Puerta Santa: “Desde que llegué –comenta el sacerdote-, he entendido mi servicio como un servicio para abrir puertas, más aún, abrir ‘la puerta’ de la misericordia de Dios a todos aquellos que sufren”. Dice: “No me importa morir mañana (…). Me da mucho miedo la idea de no estar disponible a dar todo lo que tengo a las personas que tocan a nuestras puertas”.