Si prescindimos de nuestros sentimientos… se rebelarán
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Para educar la afectividad hay que dar 3 pasos: reconocer, clarificar y encauzar, y podar. Es un camino que pueden recorrer incluso aquellos aparentemente más fríos. Explicado ampliamente en el libro Nuestra vida afectiva de la editorial Patris, lo resumimos aquí para personas ocupadas (aunque no tanto como para despreciar la importancia de sus sentimientos):
1. Reconocer y aceptar los sentimientos: A veces valoramos la inteligencia y la voluntad pero despreciamos la sensibilidad y las pasiones. Es un error dejar a un lado la mezcla de sentimientos que hay en nuestro interior para buscar que todo lo domine una inteligencia clara y una voluntad fuerte. ¡No somos máquinas!
Seremos más felices -e incluso más eficaces a la larga- si reconocemos y abrazamos esas fuerzas que se encuentran en nuestras raíces, como el ansia instintiva de dar y de recibir amor y el impulso de la conquista y las ganas de superar obstáculos.
Y al contrario, más desgraciados si rechazamos disfrutar de las cosas de la vida, grandes (como la maternidad o la publicación de nuestro libro) y pequeñas (como la victoria de nuestro equipo de fútbol o un café con un amigo).
2. Clarificar y encauzar los sentimientos: Una vez asumida, es necesario encauzar y educar nuestra afectividad. La razón debe clarificar los sentimientos, especialmente los negativos. Así se regulan las reacciones instintivas primarias y se logran relaciones más libres.
Por ejemplo, si se siente afecto por alguien, hay que valorar si ese sentimiento es ordenado y cómo encauzarlo y desarrollarlo. O si brota la antipatía hacia una persona, analizar por qué, tratando de ver sus aspectos positivos, a veces tapados por la pasión desordenada.
Conocer nuestras reacciones, reflexionar sobre lo que sentimos (¿qué me alegra?, ¿qué me emociona?, ¿qué me bloquea?), nos permite ir más allá de la mera espontaneidad de los afectos ciegos. Es peor ignorarlos o reprimirlos.
Si nos hemos sentido “heridos” por una palabra o actitud de alguien y no reflexionamos sobre ello, fácilmente podemos cerrarnos ante esa persona (¡y podría ser nuestra pareja o nuestra madre!). Las heridas no curadas se infectan, hay que sacar la costra y buscar la causa de la infección para curarlas.
Ante los afectos, sentimientos, ansias, la razón muestra el camino a seguir y la voluntad conduce a la persona por ese camino, pero no dominando sino canalizando, integrando orgánicamente, apelando a lo positivo, orientando. Así se encauzan los sentimientos.
3. Podar los sentimientos: Dentro de nosotros existe el desorden. ¿Quién no ha sentido celos, ira, impulsos de venganza, antipatías, ansia de poseer,…? Nuestra naturaleza, nos empuja -a veces con mucha fuerza- a lo insano, incluso a lo morboso. Y cuando nos dejamos llevar, la caída nos predispone a seguir por el camino erróneo, incluso contra nuestra razón y nuestra voluntad.
Por eso, para lograr la armonía, necesitamos también cortar las desviaciones, corregir y enderezar lo torcido. Pero la poda debe ser lúcida, orientada a conquistar una personalidad integrada y noble, humanamente plena, llena de vida y de fuerza.
… y una cosa más: Las experiencias vividas, especialmente en la infancia, condicionan la afectividad. Si han sido negativas, el camino puede resultar más difícil. Quizás deba superar sentimientos de inseguridad y temor instintivo, angustia, complejos de inferioridad, agresividad,…
No basta con encauzar y clarificar racionalmente los afectos y sentimientos. También son necesarias vivencias positivas que despierten y orienten una afectividad sana y sentimientos positivos desde nuestro subconsciente.