Nuestros predecesores en la fe se acercaban a la celebración de la Natividad con un ánimo quizá menos festivo
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Hoy día, la celebración de la Navidad es, básicamente, festiva. Es una temporada en la que intercambiamos regalos, celebramos en familia y, admitámoslo, en ocasiones exageramos con la comida, la bebida y la fiesta. Pero no siempre fue así. En un excepcional post publicado por HistoryExtra, el profesor Matthew Champion, del St. Catharine’s College de Cambridge, pone ciertos asuntos en perspectiva.
En principio, la celebración de la Navidad siempre ha sido importante, sin duda, pero para los cristianos medievales, la celebración de la Pascua e incluso de la Fiesta de la Anunciación –celebrada cada 25 de Marzo- eran consideradas fechas que revestían tanta o más importancia.
Pero eso no quiere decir que las fiestas navideñas pasaran por debajo de la mesa. Por el contrario, la Navidad, lejos de celebrarse un solo día, abarcaba doce días: desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero, la fiesta de la Epifanía de Reyes, precedida por todo un mes de ayuno. En efecto, el tiempo de Adviento era también un mes de penitencia, preparación y abstinencia, casi como la Cuaresma.
El tiempo de Adviento, entonces, era visto como un tiempo especial de preparación para la llegada de Cristo, pero no sólo se enfocaba en su nacimiento, sino también en la inminencia de la Segunda Venida de Jesús, dándole a la temporada navideña también una dimensión escatológica.
El Adviento, así, era un tiempo también propicio para la conversión personal. De hecho, los regalos –cuando se entregaban- se repartían preferiblemente en la noche de año nuevo, y no hay evidencias de árboles de Navidad –algunas pocas en algunos manuscritos de la tardía Edad Media- sino hasta el siglo XIX, cuando realmente se hicieron populares.
En cambio, era común adornar las casas con ramas de acebo, hiedra y velas, y se construía una pequeña cuna, o un pesebre, siguiendo la tradición iniciada por san Francisco de Asís.