En una parte del mundo donde la pregunta tiene a menudo una importancia primordial, la respuesta fue inesperada
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A veces no pensamos en determinadas cosas – sobre todo si tienen que ver con pueblos y religiones – hasta que no nos obligan las circunstancias. Creemos, con orgullo, que contribuimos a la construcción de una sociedad basada en la “coexistencia”. Y sin embargo, a veces pasan cosas que desafían esta noción, incidentes que remueven una parte durmiente en nosotros, y nos vemos obligados a despertarnos, aunque creamos que ya estábamos despiertos.
Decir si uno es cristiano, musulmán o de cualquier otra religión es, en algunas regiones del mundo como esta a la que pertenezco, de primordial importancia. Así, cuando nos encontramos con un extraño, lo primero que hacemos es preguntar en nombre, porque a menudo éste muestra la religión de esa persona.
Algunos nombres, en el pasado, eran una manera de salvar la vida cuando los asesinatos dependían de la identidad religiosa. Cuando no logramos reconocer la religión de los demás por su nombre, usamos todas las formas posibles para descubrirla; tendemos a construir la comunicación con los demás sobre la base de la identidad religiosa, y no de la pertenencia a la misma especie humana.
Y este es el centro de nuestros problemas. Seguimos haciendo la misma vieja pregunta de siempre: “¿Eres cristiano, musulmán o …”
Recientemente asistí a un episodio que me hizo pensar en todo esto y en los peligros del sentido de la pertenencia, sobre todo cuando pierde de vista la humanidad de los demás, de aquellos a quienes Dios creó a Su imagen.
Hay un restaurante donde como a menudo, cuyo propietario regala la comida que sobra a los pobres que conoce. Una vez un hombre vino a pedir ayuda mientras me encontraba allí. El propietario del restaurante no conocía al mendigo – más que un mendigo parecía un hombre sufriente traicionado por la vida. Se veía en la forma como pidió un bocadillo.
Me quedé boquiabierto cuando escuché al propietario del restaurante preguntar al mendigo: “¿Eres musulmán o cristiano?” El mendigo inclinó la cabeza y quedó en silencio un poco antes de responder con coraje: “Soy un hombre hambriento”.
¡Su respuesta me golpeó como un rayo! El islam en él no tenía hambre. El cristianismo en él no tenía hambre. Pero el ser humano que había en él tenía hambre; el hombre que había en él sentía dolor; el ser humano que era tenía necesidad.
Un rayo, sí. Un recordatorio viviente para no juzgar a las personas en base a su aspecto, color, credo o nombre sino escuchar verdaderamente a Jesús: “En verdad les digo: cada vez que hicieron estas cosas a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.
Cada uno de nosotros está orgulloso se su religión y de su Señor, pero dejemos que su fe sea una manera para ayudar a nuestros hermanos con amor.
Y repitamos con Madre Teresa: “Cuando muramos y llegue el momento en que Dios nos juzgue, no preguntará: ‘¿Cuántas cosas buenas han hecho en la vida?’ sino, preguntará: ‘¿Cuánto amor pusiste en eso que has hecho?’”
Tony Assaf es el responsable de la edición árabe de Aleteia